La Zarzuela
La Zarzuela
En estos días, además de presentar la próxima temporada, se acaba de publicar un doble dvd en conmemoración de los ciento cincuenta años del Teatro de la Zarzuela que se comentará en la sección de discos. Termino esa crítica refiriéndome al regusto agridulce que queda tras su contemplación a causa de la situación actual de un teatro en celebraciones cuando no pasa ni mucho menos por sus mejores momentos. No voy a entrar en las cosas menores, que las hay, como algunas recientes contrataciones en nómina por el solo hecho de su amistad con las máximas alturas de su jerarquía. Me voy a referir exclusivamente a su falta de ambiciones.
Quizá una gran mayoría de público identifique el teatro exclusivamente con la zarzuela. Nada más lejos de la realidad. Es cierto que se creó en 1856, gracias a Barbieri, Gaztambide, Olona y Salas para presentar en él sólo zarzuela, pero apenas cuatro años después se estaban ofreciendo “Trovador”, “Otello” y “Poliuto”. Pero no sólo eso, sino que por él pasó la opereta -¿se apuntará ahora a una “Viuda alegre” que preparan varios festivales?- la revista -hasta con Josephine Baker, Esperanza Roy o Celia Gámez- las variedades -Sarasate llegó a entretener en los intermedios de algunas funciones, Pastora Imperio, Raquel Meyer, la Argentinita, Estrellita Castro, Lola Flores, Manolo Caracol, la despedida de Concha Piquer, etc- la comedia o la danza. En la actualidad domina la rutina.
No se trata solamente de hacer “El rey que rabió”, que ha de hacerse, sino de dar empuje al género en un momento en que no sólo hay grandes cantantes de habla hispana – Flórez, Villazón, Bros, Álvarez, Bayo, Montiel, Sánchez, etc- sino que hasta figuras como Garanca o DiDonato se apuntan a él. ¿Acaso no supondría un puntazo una temporada con varias de estas figuras internacionales? Podría ser en títulos o en esa antología que se añora. Y no es tan difícil, basta con audacia y no desistir en el empeño. ¿Por qué la Zarzuela dejó que el Real se llevase el gato al agua con la producción de la Scala para “Doña Francisquita”? Porque faltan convicción y ambición y, sin ellas, no hay vida.
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