Las brujas de López. El Auditorio Nacional de Música
Por su interés reproducimos el editorial de Mundoclásico del 6 de octubre
La libertad sólo existe cuando está repartida y sirve objetivos y valores plurales. Este axioma político de la sociedad abierta es ignorado por los actuales gestores del Auditorio Nacional de Música de Madrid. En mi anterior artículo sobre el Auditorio Nacional [ver enlace] comentaba cómo este ha pasado de la gestión neutral y profesional, propio de la Administración Pública, que ha caracterizado sus veinte años de vida, a la actual situación, con un complejo y sobrecargado equipo de gobierno en el que toman las decisiones los contratados ajenos a la Administración Pública, el cual está asesorado por una especie de sanedrín o “Consejo artístico” que forma parte del “Código de Buenas Prácticas” que ha instaurado el Ministerio de Cultura del Gobierno de España.
De momento, la única buena práctica constatada ha sido que el gerente del Auditorio Nacional, Enrique Caracuel -funcionario del Cuerpo Superior de Administradores del Estado- de intachable trayectoria, ha solicitado su relevo en la gerencia. Las indiscreciones de sus superiores, que no las suyas, han permitido saber que Caracuel había discrepado reiteradamente sobre la forma y el fondo de las actuaciones de la actual dirección artística del Auditorio Nacional.
Lo público y lo privado
Uno de los primeros problemas creados por el primero y hasta ahora único Director Artístico del Auditorio Nacional, José Manuel López López, deriva tanto de su desorbitado ego, lindante con el narcisismo, como de su crónica confusión entre lo privado y lo público. Dos graves defectos, inadmisibles en la Administración Pública, como sin duda se tuvo que ver obligado a explicar Caracuel a López López.
Atengámonos a los hechos: López López -apenas tomado posesión de su cargo- hizo imprimir tarjetas institucionales en las que hacía constar su dedicación privada al oficio de compositor, provocando las consiguientes reacciones en la Administración, cuyas autoridades le exigieron la retirada inmediata de dichas tarjetas por inadmisibles. Hace un par de meses circuló el rumor de que López López había creado una difícil situación al intentar incorporar su propio nombre al logotipo institucional del Auditorio Nacional de Música. Al no poderlo confirmar, Mundoclasico.com no lo publicó, según el principio deontológico de que los rumores no son noticia.
Desde el 19 de septiembre, en los programas de los conciertos de producción propia del Auditorio Nacional, el nombre del director artístico figura en la parte tipográfica de créditos, vinculado al logo del Auditorio Nacional, convirtiéndo así en noticia una estúpida demostración de soberbia y falta de respeto a las instituciones y a los ciudadanos. Este tipo de conductas en los empleados públicos está claramente tipificada y no debería quedar impune.
No hay estética sin ética
Decía al principio de este artículo que no puede existir la libertad cuando esta está monopolizada y sólo sirve a objetivos espurios, mesiánicos y unidimensionales. El director artístico del Auditorio Nacional goza de la más amplia de las libertades para programar, dentro del marco normativo. Él es un árbitro, no un legislador. La constitución española veta a los empleados públicos la posibilidad de interpretar las leyes, lo cual es privilegio exclusivo de los jueces.
Sin embargo, desde el mismo momento de su toma de posesión, López López se ha considerado con derecho a ser no sólo juez y parte, sino incluso legislador. Viene interpretando a su antojo las normas contractuales del Auditorio Nacional y cuando la interpretación no es suficiente, se saca de la bocamanga una asesoría del Consejo Artístico o una norma no escrita, para imponer su criterio. Asesoría o norma, mantenida en el más estricto de los secretos, dado que se le niega el acceso a las mismas no sólo a los propios interesados, sino incluso a los diputados de las Cortes Españolas que lo han pedido ante la Mesa de la Cámara de los Diputados.*
Los objetivos del director artístico del Auditorio Nacional parecen ser los de imponer al público una dieta monovarietal estricta, basada en sus particularísimos gustos e intereses estéticos, que incluyen -por supuesto- su propia producción como compositor. Aunque de su comportamiento pudiera pensarse que López López considera que, puesto que es colega de Beethoven, tiene los mismos derechos y aprecio por parte del público, intérpretes y programadores que Herr Ludwig van, en sus declaraciones públicas López López manifiesta una singular fobia por este compositor, en especial por su Novena sinfonía, cuya programación considera especialmente perjudicial para la inteligencia del público y una especie de atentado contra el buen gusto.
De una u otra manera todas las empresas que organizan conciertos en el Auditorio Nacional han sido víctimas del mesianismo de López López. Incluso Alfonso Aijón, el veterano organizador de Ibermúsica, ha tenido que sufrir la humillación de presentar su curriculum a López López para demostrar que programa a orquestas “dignas” –New York Philharmonic, Concertgebouw, London Philharmonic, Chicago, etc.- y la correspondiente cuota de música española –sin que nadie se lo pida, Ibermúsica lleva años encargando obras nuevas y estrenándolas con las mejores orquestas y directores del mundo.
La cuestión es que López López se ha inventado una exigencia que no está en las normas contractuales del Auditorio Nacional. Exige a los organizadores de conciertos que deben programar una cuota de música española o latinoamericana reciente, que se debe someter a la aprobación del propio López López. Además exige que la programación debe cumplir unos criterios de calidad estética no definidos ni reflejados en ningún documento. El conflicto más grave entre el Auditorio Nacional y un organizador ha sido hasta ahora el de Promoconcert, que ha llegado al Congreso de los Diputados y que ha sido motivo de numerosas noticias en toda la prensa madrileña, excepto en El País. Promoconcert es una empresa especializada en conciertos de gran audiencia con programas espectaculares que en el caso de la música culta implican a las obras más conocidas del repertorio o incluso a potpurrís de estándares dirigidos a un público que a menudo asiste por vez primera a un concierto sinfónico. Promoconcert, galardonada por la SGAE como “empresa revelación” por su éxito de público en el sector de la música culta, precisamente por su labor de acercamiento en este nivel elemental, se encontró con la sorpresa de que se le negaba la contratación del Auditorio Nacional entre otros motivos por pretender programar obras tan poco dignas como Carmina Burana, o la Novena sinfonía de Beethoven, que –por otra parte- forman parte del repertorio de la Orquesta Nacional, cuya sede está en este mismo Auditorio Nacional, y que por ser de titularidad pública debería servir de “ejemplo a seguir”. En cuanto a la programación de música española, López López rechazó por indigna su propuesta de programar el Concierto de Aranjuez y música de Pablo Sarasate, que son dos de los repertorios más habituales de las orquestas españolas en gira internacional.
Pero el problema no reside en si Beethoven es o deja de ser un compositor canónico. El problema reside en si España es una sociedad abierta y el Gobierno de España está o no obligado a cumplir sus propias leyes.
Notas
1. Mundoclasico.com ha solicitado al Ministerio de Cultura del Gobierno de España hace dos semanas su versión sobre esta cuestión, de cara a la publicación de este artículo, sin que se nos haya dado respuesta
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