Las cartas interminables de Luis de Pablo y Nieva
Las cartas interminables de Luis de Pablo y Nieva
El compositor vasco, recientemente fallecido, conoció al dramaturgo en Berlín y trabaron una amistad para siempre, reforzada por una continua correspondencia epistolar, que les llevó a colaborar en varias óperas
En el fondo, y quizá también en la forma, Francisco Nieva (1927-2016) y Luis de Pablo (1930-2021), a los que unía una estrecha y sentida amistad, pertenecer a la misma generación (se llevaban solamente tres años) y compartir inquietudes artísticas más allá de España, eran un par de niños. Dos jóvenes siempre a contracorriente. Se conocieron en Berlín, en los cincuenta o los sesenta quizá, qué más da, lo importante es que se conocieron, y trabaron una relación que solo acabaría con la muerte del primero, en 2016. Se admiraban, no discutían y cada uno se acoplaba al otro buscando su sitio. Compartieron infinitas horas, muchas comidas en casa del dramaturgo con sobremesas de palabras llenas. El músico, que vivía en la calle Relatores, se daba un paseo hasta Concepción Jerónima. La manera de entender el arte y la música los unió. Congeniaron desde el primer momento. Nieva lo recuerda así en sus memorias, “Las cosas como fueron”, (2002, Espasa): “Por puro azar conocí en Berlín al músico español Luis de Pablo y me agradaron mucho su afabilidad y su cultura. Pero hube de sentir algo más raro, y es para creer que uno recibe como una “información” intuitiva y adelantada sobre la persona recién conocida, a la que no distingue nada en particular que lo diferencie visiblemente de los demás. Pero automáticamente pensé que de Pablo representaba, asimismo, una parte importante de mi futuro profesional, que casaba, coincidía con mis deseos más anhelantes del presente. Es decir: -“De la música que escriba este hombre en España, depende que yo ponga en práctica lo que estoy aprendiendo aquí, a la vez que vivo tan intensamente”. Aquella intensidad – siempre con un filo de angustia – me volvía adivino, y el presentimiento – como un “flash” – fue de lo más justo. Hasta lo menos veintinueve o treinta años después, no volví a tener la menor relación con Luis de Pablo. Y en las dos óperas que, de él, tuve la ocasión de montar, lo hice precisamente poniendo en obra cuanto había aprendido en la Komische Oper y no había podido realizar hasta entonces por el bajo nivel técnico de los escenarios españoles”.
Su primera colaboración se vio en el Teatro de la Zarzuela, “Kiu”, en 1982. El músico escribió el libreto, basado en una obra de Alfonso Vallejo titulada “El cero transparente”. Y quiso que el académico diseñara la escena. Después llegaron “El viajero indiscreto” (1988) y “La madre invita a comer” (1992). Lo mismo ocurrió años después con “La señorita Cristina”, su cuarta ópera, esta estrenada en el Teatro Real en 2001 y basada en la obra homónima del griego Mircea Eliade. La dirección de escena fue de Nieva y la escenografía la firmó Pepe Hernández. Un trío casi perfecto para un ambiente asfixiante de vivas y muertas, de delirio y magia. Los últimos años del autor de “Pelo de tormenta” (y de quien la editorial Punto de Vista acaba de editar “Funeral y Pasacalle y otras obras inéditas”) los pasó con la música de Luis de Pablo al oído. Con ella se levantaba, trabajaba y respiraba en su casa, que era puro teatro, el escenario perfecto para el jovencísimo Nieva, un hombre que parecía descumplir cada día que pasaba, tan preclaro siempre. Gustaban uno y otro de mandarse postales y cartas. Primero la correspondencia fue a mano. Las postales de Luis de Pablo estaban repletas de texto, abigarradas pero absolutamente legibles. Nieva se decantó después por el ordenador, pero el músico jamás abandonó la caligrafía casi perfecta que gastaba. En ellas se contaban sucesos, se daban cuenta el uno al otro de sus achaques. Y se respiraba cultura.
Entre ellos no hubo celos ni dimes, y menos, diretes. Tampoco esas “zarandajas”, que diría Nieva. Hubo siempre respeto. Sus colaboraciones fueron “como la seda”, recuerda quien estuvo cerca de ambos. Disfrutaban del trabajo el uno del otro. Quizá fuera porque Nieva sabía de música, y más de la contemporánea, y De Pablo era un sabedor de literatura, teatro y de todas las artes en general. Nieva no dejó nunca de recomendar las obras de De Pablo. Es el caso, por ejemplo, de “Fondos misterio”: “Olviden que van a escuchar música moderna, atonal, serial, concreta y esas zarandajas, y prepárense para un viaje gótico, sin ayuda de psico-activos más o menos en curso. Recuerdo haberle escrito a su autor que su Edgard Allan Poe hubiera podido escuchar esta música la hubiera encontrado excelente para ilustrar su mundo temerario, alquímico y metafísico, lleno de relámpagos”. Gema Pajares
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