Las críticas a Dallapiccola y Puccini en el Real
Bastante coincidentes en el fondo las de Gonzalo Alonso en La Razón y Álvaro del Amo en El Mundo. Más favorable la de González Lapuente en ABC.
EL MUNDO, 3/11/2012
El espesor de los barrotes
El sentido de la tragedia
IL PRIGIONIERO/SOUR ANGELICA *****
Música: Dallapiccol/Puccini. Dír. escénica: Ll.Pasqual. lnt.: D. Polaski. V. Priante. D. Kaasch, V. Dzhioeva, M. L. Corbacho. Din musical I. Metzmacher. Orq. y Coro Titulares del T. Real. Lugar: Teatro Real. 2-10-2012
Cualquier aficionado a la ópera aspira a que algún día un viento espeso atraviese el teatro. Por ejemplo el que ahora sopla con «Il prigionero» de Dallapiccola y «Suor Angelica» de Puccini, las dos obras que formando tándem se presentaron anoche en el Teatro Real en una nueva producción realizada en colaboración con el Gran Teatre del Liceu de Barcelona.
Ambas parten de un mismo proyecto escénico ideado por Lluís Pasqual y ya utilizado en la Opéra National de París para acompañar «II prigionero»: una «unidad dramática», según explica el director, conformada por una estructura circular enrejada y atravesada de escaleras, cargada de realismo en el caso de esta última obra y convertida en la evocación de una angustia personal en la otra.
En este sentido, tiene un perfil más acabado la obra de Dallapiccola pues la estructura arquitectónica del escenario se convierte en parte sustancial del drama al que acompaña en su pausado girar, en el cambio constante de apariencia y ritmo con el que también se asimila a una música que es fundamental a la hora de entender la grandeza de la obra.
Por eso, el maestro Ingo Metzmacher tiene mucho que ver en el resultado y el espeso ambiente que se llega a generar. Desde luego, colabora a engrandecer el trabajo de Vito Priante. prisionero que aprovecha con buen resultado las comedidas posibilidades dramáticas que le ofrece la voz.
Su madre es Deborah Polaski quien luego interpreta a la Tía Princesa con encomiable sobriedad en el gesto y estupenda declamación del texto.
Con semejante apostura se dirige a su sobrina Suor Angelica en un dúo en el que Veronika Dzhioeva todavía no muestra lo mejor de sí misma. Empieza a asomar en el aria «Senza mamma» y se revela en la muerte final cuando aparece el verdadero potencial dramático de la voz.
Para entonces Metzmacher ya está entregado a la colorista armonía sin tensión de Puccini, y Pasqual a la revelación celestial de una escena que ilumina con un telón de tubos encendidos.
El detalle es definitivamente conceptual para una escenografía que acaba teniendo algo de pie forzado, después de que en su largo y lento transcurrir tanto haya aportado a la emoción de este espectáculo. Alberto González Lapuente
EL PAÍS: 4/11/2012
Expresividad y melodrama
Tenía, visto a priori, cierto riesgo la asociación en una misma velada deIl prigioniero y Suor Angelica, óperas en un acto de Dallapiccola y Puccini estrenadas en 1949 y 1918 respectivamente. Los tratamientos lingüísticos y expresivos son muy diferentes, por mucho que los compositores sean del mismo país. En la obra de Dallapiccola el discurso musical está al servicio del grito por la libertad. Es una ópera testimonial, militante en cierto modo. Con Puccini el melodrama ilumina la historia sentimental que hay detrás. Los ecos de la tragedia tienen un fondo humanista. Los sentimientos laten a flor de piel. Lluís Pasqual, en los montajes del Teatro Real, utiliza la misma escenografía para ambas. Es un acierto. Las diferentes caras del sufrimiento, del dolor, se muestran en una estética común. Hay una mayor intencionalidad dramática ahora que en la puesta en escena del mismo director paraSuor Angelica en 1993 en el teatro de la Zarzuela. Las paredes blancas, la luz elevada de entonces dejan paso a una belleza carcelaria de barrotes de hierro en laberínticos círculos. El cierre en luces de neón es una rúbrica apropiada para la culminación del proceso de desolación y muerte. Al verlas una detrás de otra las dos óperas realimentan sus juegos de sugerencias. Los estímulos se multiplican, especialmente desde el punto de vista reflexivo. Al enfocarse la representación en las antípodas de la cultura del espectáculo, la sobriedad invita a la meditación.
El alma de la representación viene, en cualquier caso, de la dirección musical. Ingo Metzmacher hace un trabajo excelente en Dallapiccola, lo que era de esperar dada su maestría sobradamente mostrada en el también italiano Luigi Nono (su versión de Al gran sole carico d’amoreha sido de lo mejor que se ha escuchado en el Festival de Salzburgo en lo que va de siglo), pero su habilidad dramática se extiende también a Puccini. Su enfoque es por momentos camerístico, incluso delicado, pero está aderezado con pinceladas dramáticas verdaderamente soberbias. Interioriza la partitura y la hace, no sé, más intimista. Es una lectura musical que unifica fuerza y sensibilidad. La Sinfónica de Madrid respondió con precisión, empuje y solvencia a las indicaciones del maestro alemán.
Lo más flojo de la noche fue el apartado vocal, especialmente en la ópera de Puccini. Ni Verónica Dzhioeva en el personaje protagonista, ni Deborah Polaski como la tía princesa, transmitieron una pizca de emoción. No es que sean malas cantantes, pero o no tuvieron su noche o no están en papeles adecuados para ellas. Limitadas tanto vocal como teatralmente no respondieron a las expectativas creadas. (La memoria de Raina Kabaivanska, última Suor Angélica en Madrid, se hizo alargada) El coro del teatro tuvo, por otra parte, una actuación más bien discreta. Afortunadamente, las direcciones musical y escénica salvaron los muebles. En la ópera de Dallapiccola las cosas fueron de otra manera. Deborah Polaski se encontró más a sus anchas, Vito Priante dio una gran solidez a su personaje y, el resto del reparto respondió con eficacia.
En líneas generales, y pese a las limitaciones apuntadas, el programa doble Dallapiccola-Puccini posee atractivo y coherencia. Está pensado con inteligencia, mantiene un sutil equilibrio entre corazón y cabeza en su desarrollo, tiene una dirección musical ejemplar y goza de una puesta en escena con profundidad e ideas, aunque no me atrevería a afirmar, como hace Lluís Pasqual, que “Il prigioniero es Puccini pasado por Ferrán Adriá”. En resumen, ¿es un espectáculo recomendable? Pues sí, sobre todo si se contempla con espíritu abierto y desde un punto de vista preferentemente global. Juan Angel Vela del Campo
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