Las críticas a “El Caballero de la Rosa” en el Real
Se preveía un gran éxito, pero sólo lo ha sido de público, que ha llenado el teatro todos los días. En cambio las críticas han sido bastante frías, si se exceptúa la de Vela del Campo por las razones obvias de todos conocidas. He aquí, tras la breve nuestra, un resumen de las mismas.
Breve crítica de Beckmesser:
Producción recibida en Salzburgo, hace nada menos que quince años, con división de opiniones. Se nota el tiempo que ha pasado y los mismos conceptos que plantea, buenos por otro lado, como los espejos, cortinajes, etc. se resuelven hoy día de otra forma, con tecnologías modernas. Ya huele a rancio. Tampoco los movimientos escénicos resultan especialmente acertados, con barullo y confusiones.
Tate logra algunos días un excelente sonido de la orquesta, pero se duerme y cada día más, alargando la obra hasta media hora. Así no hay quien toque ni, sobre todo, quien cante, y los intérpretes acaban desesperados. La mariscala está mayor y deprimida, que no melancólica. Funciona Octavian, aunque los tempos le hagan perder afinación en ocasiones, cumple el barón.
Nada por tanto del otro jueves para una producción tan promocionada en estos días.
ABC
Oro parece y plata no es
Aunque sólo sea por conceder al César lo que le corresponde, merece la pena ojear el ya amarillento papel prensa de 1995 y recordar qué fue de aquel «Caballero de la rosa» dirigido escénicamente por Herbert Wernicke y estrenado en Salzburgo. Se verá que, hasta los más fieles, narraron el pinchazo, el abucheo y la frialdad de la producción, «el primer fiasco en etapa de novedades escénicas y musicales», lo que añade algún matiz a la muy elogiosa campaña que estos días ha precedido la reposición de aquel trabajo en el Teatro Real. Que, por cierto, se estrenó anoche y que, por fin, ha servido para casi agotar las entradas, lo cual es muy de agradecer en una temporada, que en este sentido, caminaba algo reenqueante. La crisis.
Por supuesto que a estos antecedentes hay que añadir ahora el tamiz del tiempo y el creciente poso de admiración dejado por el desaparecido Wernicke, por sus ideas y propuestas. Quince años no pasan en balde y, del mismo modo que La Mariscala concluye el nostágico paseo por la escena afirmando que «sólo quien vive las cosas puede contarlas», lo cierto y verdadero es que hay mucho de perdurable en este trabajo escénico abocado en su día a unos antecedentes y a una realización musical que contribuyeron poco a su gloria.
Desde entonces muchos gestos aquí planteados se han repetido reiteradamente y hasta se han producido rupturas más radicales con la tradición. Dicho de otro modo: que otros han venido para llenar la escena de espejos aunque con resultados mucho menos intensos e interesantes, y varios han pretendido desmesura en los detalles, como aquí sucede con los cómicos, sin lograr que lo heterogéneo del variopinto zoológico de personajes que aparecen (cazadores, cocineros, médicos…) logren un efecto de tanta ironía ante las contradicciones que plantea la obra. Todo ello con independencia de algún matiz más discutible, en el que quizá algo tenga que ver la reconstrucción hecha por Alfredo Stadler.
Se explica así que la Mariscala que Anne Schwanewilms canta con gusto y maneras se recree en una especie de ensimismada depresión que nada tiene que ver con el encanto de lo melancólico al que hace referencia el personaje. O que la gracia que Joice DiDonato le añade a Octavian, y que está entre lo mejor del reparto, se pierda a través de una visualidad poco favorecedora a la que le fuerza un vestuario que le quita al personaje vivacidad y estilismo. Hay más detalles que obran en contra de esta propuesta, fundamentalmente porque este «Caballero» madrileño se construye a través de una diversidad musical de moderada solvencia. Ni el Barón Ochs de Franz Hawlata acaba de adquirir poso suficiente, ni la Sophie de Ofelia Sala, pese a la cuidada intención y vocalidad, tiene una proyección suficiente como para llegar al final con verdadero esplendor.
Lo peor, en cualquier caso, está en manos del director Jeffrey Tate a quien se le escapan por entre los dedos demasiadas sutilezas. Lo reafirma el caótico comienzo, toscas densidades, la falta de refinamiento en la sonoridad general y, a veces, un torpe acompañamiento (por ejemplo con el tenor italiano). Ya es curioso que sea el mismo infortunio que sufrió la propuesta de Wernicke cuando se estrenó en Salzburgo. En algo tendrán que parecerse. Según la Mariscala porque «el tiempo, a pesar de todo no cambia las cosas». ALBERTO GONZÁLEZ LAPUENTE
LA RAZÓN
Un Strauss de altura
Esta producción salzburguesa de 1995 se levanta sobre una dramaturgia muy interesante, construida toda ella en torno a un permanente juego de espejos, que reflejan ora imágenes de salones dieciochescos ora al propio público de la sala, en un intento de acercar la narración a estos días. El mundo de Hofmannsthal-Strauss se nos da de manera evanescente, diluida y ambigua, lo que subraya conductas, sentimientos y valores. En esos espejos móviles, bien engrasados, tenemos por tanto apresada la realidad de una época pasada, su proyección hacia el futuro y su instalación en la realidad de hoy. Contraposición entre realidad e irrealidad. Noción poética interesante que no acaba siempre de tener acomodo y de crear la magia buscada porque el permanente trasiego especular distrae no poco y resulta a la postre en ocasiones excesivamente artificioso. Aunque haya momentos logrados, así el magnífico final, con los dos jóvenes enamorados abrazados en el suelo con el fondo idílico de un paisaje campestre, que gira lentamente para situarnos otra vez en la realidad de ahora mismo. En el debe pondríamos muchos movimientos de figurantes demasiado convencionales. No nos gustaron la presentación de la rosa, en lo alto de una escalinata, ni los trajes de Octavian, propios de un bailarín de claqué. Tate, pese a su deformación física, que le hace trabajar de manera fatigosa, logró, sin embargo, general precisión, una prestación orquestal fluida y a veces brillante, y una conjunción y planificación más que notables. Extrajo matices líricos y supo cantar la expresiva melodía straussiana con finura y amplio arco. Tuvo detalles de gran clase, sobre todo en el tercer acto, el más conseguido por parte de todos. Faltó, eso sí, particularmente en el acto inicial, impulso, excitación, espumosidad y variedad de colores, una palea más iridiscente. Obtuvo casi siempre buen rendimiento de un plantel vocal bastante entonado. Para nosotros el punto negro, al menos gris, fue el Ochs de Hawlata, un bajo de escaso volumen, engolado y áfono, con graves de pega, aunque es buen caricato. Elegante, buena fraseadota y muy propia, Schwanewilms, una Mariscala en la mejor línea germano-austriaca, que supo atacar maravillosamente su primer verso del célebre trío del acto tercero. En alguna ocasión su centro y zona grave se perdió. DiDonato, mezzo muy clara, es un Octavian de clase, no siempre afinadamente. Es muy plausible su acercamiento, aunque el timbre se asemeje al de su colega. Pero no hay que olvidar que fue una soprano quien estrenó la parte. Sala quizá no tenga ahora mismo la pureza tímbrica de hace unos años, pero hizo estupendos pianísimos en los sobreagudos. Un poco voceras, pero salvable, Naouri como Faninal. El resto del reparto cumplió bien por lo general; no el tenor italiano, Liberatore, que sustituía al indispuesto Zapata. Una mención especial para los Pequeños cantores del Coro de la Comunidad. Estuvieron muy bien en sus exclamaciones de –«¡Papá!»– del último acto. Arturo Reverter
EL PAÍS
¿Es un sueño?
El mes que viene se cumplen 100 años del estreno de El caballero de la rosa, de Richard Strauss, en Dresde. No ha perdido vigencia. Sobre todo si se contempla en una representación como la que ofrece estos días el Teatro Real. En ella destaca, por encima de todo, la percepción de conjunto, esa integración de texto, música y teatro que la ópera integra en algunas ocasiones, y que llevó a un socialista utópico como François Charles Fourier a defender con pasión ya a comienzos del XIX el valor educativo de la ópera, tal y como se muestra en un libro publicado por la editorial asturiana Trea. La producción de Herbert Wernicke se estrenó en el festival de Salzburgo de 1995, recibiéndose con reservas por el público de la primera representación. Después fue acogida con éxito en Alemania y cuando llegó a París la recepción fue apoteósica. Con el paso del tiempo se había convertido en un montaje emblemático de un tipo de estética teatral aplicada al arte lírico.
He mantenido en varias ocasiones que, al margen de la fama de provocador que le acompaña allá donde va, Gerard Mortier es por encima de todo un sentimental. Prueba de ello es su fidelidad a algunos espectáculos de sus anteriores etapas artísticas. Uno de ellos este El caballero de la rosa que también había programado en su etapa parisiense. En esta ocasión se ha traído al Real el telón del mismísimo festival de Salzburgo, en un ejercicio de evocaciones del paso del tiempo muy a tono con la obra de Strauss.
Wernicke fue el director de cabecera de Mortier en su década salzburguesa y ahí quedan media docena de espectáculos para recordarlo. El caballero de la rosa, Fidelio y Boris Godunov son seguramente las tres propuestas que se han mantenido con mayor capacidad de fascinación. El director alemán, fallecido en 2002, vivía en Basilea en la casa de Erasmo y pasaba largas temporadas en la provincia de Cádiz. Su visión de la ópera parte de impactos visuales y simbólicos sustentados en un enfoque intelectual: la gigantesca campana a lo Tarkovski y los retratos de los gobernantes en Boris Godunov; el cambio de vestuario y la consiguiente explosión de color como signo de la libertad en Fidelio; el juego de espejos que invita a la relación entre épocas y a la integración del público asistente en lo que se está contando en El caballero de la rosa. Despierta Wernicke emociones que provienen fundamentalmente de la inteligencia y los valores conceptuales. Luego está la profesionalidad en el ritmo teatral que imprime a los espectáculos. Aquí tengo algunas dudas en la traslación que ha hecho para el Real Alejandro Stadler. Dudas, que no certezas, de cierta simplificación en la dirección de actores.
No atañen al trabajo teatral y vocal de la soprano de Gelsenkirchen Anna Schwanewilms, una Mariscala de gusto exquisito en la línea vocal y de una interioridad melancólica que conmueve. El final del primer acto, con su reflexión sobre la vida que se va, es sencillamente conmovedor. La rossiniana Joyce DiDonato construye un Octavian lleno de frescura, con una gran actuación vocal y una quizás excesivamente impulsiva caracterización teatral, Ofelia Sala es una Sophie notable a falta de un hervor. Alcanza su momento más incisivo en el dúo final con DiDonato, ¿Es un sueño?, que continúa el maravilloso terceto de la Mariscala, Octavian y Sophie, una de esas cumbres de la ópera de todos los tiempos. Franz Hawlata compone su personaje del barón Ochs de una manera creíble teatralmente y Laurent Naouri está impecable en todo momento como Faninal.
La dirección musical y la respuesta orquestal son fundamentales en una ópera como El caballero de la rosa. El veterano Jeffrey Tate se deja de lindezas y refinamientos inútiles y levanta una atmósfera musical llena de teatralidad, sin que la tensión decaiga en ningún momento, definiendo en cierto modo el ritmo escénico del espectáculo y facilitando que la orquesta haga un trabajo operístico de primer orden.
El público así lo entendió aclamándole con bravos en los saludos finales, bravos con los que se reconoció también el buen trabajo de los principales cantantes y del coro de la casa. También el apartado escénico levantó muestras de adhesión. Hasta el alcalde de Madrid salía exultante de esta representación de su ópera favorita. Angel Vela del Campo
MUSICWEB
If Nicolas Joel decided last month in Paris to offer a tribute to Rolf Liebermann and Giorgio Strehler with the regurgitation of the famous production of Le Nozze di Figaro, something similar has happened with Gerard Mortier in Madrid, offering his tribute to Herbert Wernicke with the reconstruction of the production of Der Rosenkavaler, which had its premiere at the 1995 Salzburg Festival when Mortier was director there. This reconstruction was presented first at Baden Baden in January of 2009 with none less than Renée Fleming and Diana Damrau and Christian Thielemann in the pit. Herbert Wernicke’s produntion has attractive and original sets, with the stage surrounded by mobile panels of aesthetically attractive, alternating painted sets and mirrors. Mr. Wernicke makes great work of the movement of mirrors, the production—in its contemporary setting—is too dark and the lighting doesn’t strike me as particularly inspired. The stage direction is more questionable. Alejandro Stadler, a regular collaborator of Wernicke’s and his assistant in this production in Salzburg, was responsible for the direction in Madrid. I assume that Mr. Stadler has faithfully followed the original guidelines. In any case, what we got in Madrid was an opera buffa, not ‘comedy in music’. The program references this aspect, stressing that Richard Strauss conceived this opera as “comedy for music “, accepted by Hoffmansthal, who changed his original concept which had been that of an opera buffa. Wernicke’s idea in the last two acts is mostly clownish, far from the fine sense of humor of the music and the libretto. Baron Ochs is a noble, rustic if you want, but not a complete, uncouth oaf, as Wernicke conceives him. On the other hand I do not see what is gained by Octavian hitting Och’s ass with his sword in, rather than in his arm. Wernicke fills up the stage with an excessive crowd of extras. This is particularly noticeable in the persecution of Faninal’s maids by innumerable Lerchenau’s servants, and also in the last act, where Ochs makes his final exit accompanied by more than 60 people, including some 20 children. Wernicke also changes the character of Mohamed to Harlekin. And Herr von Faninal becomes a pure buffo character in this production. Madrid saw an outstanding conductor in the pit with Jeffrey Tate, current music director of San Carlo in Naples, who gave his debut at Teatro Real. For a while it was uncertain whether would be able to conduct with his health being less than optimal and his assistant Jonas Alber slated for at least some performances. In the end, the premiere and this second performance had Jeffrey Tate in the pit. Tate was at his best during the lyrical and melancholic moments, conducted with exquisite care and sensitivity. The second half of Acts I and III were magnificent, as it was the Presentation of the Rose. He got an outstanding performance form the orchestra, one of the best performances I can remember by this group, even as there were moments of where more lightness, less volume would have been desirable. Octavian was sung by Joyce DiDonato who offered a remarkable performance, although I prefer her singing Rossini, where she is second to none. Mme. DiDonato is a natural actor on stage but facing a Marschallin so much taller than her demanded suspension of disbelieve. In terms of beauty of timbre, homogeneity of registers, voice projection and musicality there was nothing to find fault with. German soprano Anne Schwanewilms really gave life to the Marschallin. A great singer, always at the service of the character, She was extraordinarily moving, full of melancholy, elegance and vocal beauty, in short: truly outstanding. Baron Ochs was once more Franz Hawlata, who is an excellent actor for that role. But Baron Ochs needs more than just an actor. A powerful bass with outstanding low notes and a good high register is what is demanded; exactly what Kurt Moll offered in his days and what—at a less exalted level—Kurt Rydl once was. Hawlata has a modest voice, rather small in volume without brilliance at the top and inaudible at the bottom.
Ofelia Sala filled out (very thoroughly, as she is wont to) the part of Sophie, a role she played last season at the Liceu. I found her better than in Barcelona, freer at upper top range and brilliant in her hushed high notes. Laurent Naouri’s Faninal was of little interest. I don’t know how much interpretation of this role was his and how much was Mr. Wernicke’s, but I found it very unfortunate. His voice didn’t add much for better or worse. José Manuel Zapata cancelled his cameo as the Italian singer and was replaced by Alessandro Liberatore who had difficulties. Neither good nor bad, simply forced, like so many others. José M Irurzun
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