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las criticas a Moctezuma
Críticas unánimemente laudatorias a "La ciudad muerta" del Real
Por Publicado el: 08/09/2010Categorías: Diálogos de besugos

Las críticas a Eugenio Oneguin en el Real

Empieza la temporada y ya empezamos a ver de qué pié cojean algunos de nuestros críticos. leerán que ABC, Mundo y Razón plantean bastantes dudas sobre la producción escénica, aunque haya desacuerdos muy evidentes entre ellos sobre la bondad de la dirección musical. Sin embargo para El País todo es maravilloso. ¿Va a seguir así toda la temporada? Se ve demasiado el plumero y se pierde credibilidad.

ABC
EL ESTRECHO CÍRCULO FAMILIAR
EUGENIO ONEGUIN
Autor: Chaikovski Int: T. Monogarova (Tatiana), M. Mamsirova (Olga), M. Kwiecien (Eugenio Oneguin), A. Dolgov (Lenski), A. Kotscherga
(Príncipe Gremin), M. Kasrashvili (Larina) Coro y Orq. Teatro Bolshoi de Moscú Dir. musical: D. Jurowski. Dir. escena: D. Tcherniakov. Lu¬gar: Teatro Real. Fecha: 7-IX
ALBERTO GONZÁLEZ LAPUENTE

Un soplo de aire frío se ha colado en el Teatro Real coincidiendo con la inauguración de la nueva temporada. Lo ha traído el Teatro Bolshoi de Moscú que en «representaciones extraordinarias» (según el programa de mano) pone en escena «Eugenio Oneguin», la ópera de Chaikovski a partir de Pushkin. Y siendo el aire frío, no es nuevo pues con los intérpretes viene la producción de Dmitri Tcherniakov estrenada en 2006, y muy rodada por distintos escenarios en los que ha concitado opiniones diversas. En esto cada uno es como es. Nuestro público, por ejemplo, pese a la mala prensa que le acompaña a veces, tiene ya una cierta educación después de años de rodaje operístico en el Real. Se explica así que se proteja de las bajas temperaturas y que frunza el ceño cuando le presentan algo que tiene mucho de convencional en la realización y suficiente en las ideas. La cortedad en los aplausos y los abucheos que se escucharon anoche en el estreno hay que asociarlos a estas ideas.
Dicho lo cual conviene describir que el escenario en el que se mueve Tcherniakov es un espacio que encaja con dificultad en Madrid. Lo sugiere lo mucho que hay que aforarlo y lo lejos que se sitúa de la boca del escenario. Con todo, el rodaje previo de la producción ha hecho que llegue muy engrasada con detalles escénicos de buen teatro, apoyados en una cuida iluminación, y también en soluciones discutibles. Entre ellas, la mesa omnipresente u otras cuestiones de carácter que, en una ópera de estereotipos y ante una escena de apariencia tan realista, fuerzan al anacronismo. De las soluciones más llamativas cabe recordar la escena de la carta reconvertida en gran escena de la locura, el duelo reducido a pelea cuerpo a cuerpo, o el perfil de algún personaje como el poeta Lenski que aparece en escena con aire excesivamente tontorrón.
Y mientras eso se ve, el Bolshoi presenta a una orquesta que ofrece muchos momentos de gran música a través de una realización instrumentalmente minuciosa. La dirige Dmitri Jurowski que se convierte en la gran revelación del espectáculo, y de quien, apurando, podría matizarse que hace primar lo bonito a lo intenso.
Entre lo mejor, desde luego, la primera parte del espectáculo, en la que se unen los dos primeros actos y Jurowski mantiene la orquesta en un cuidadísimo segundo plano para alegría de los cantantes a los que la producción obliga a deambular en lejanía.
Poco a poco todo se torna más natural y, como en botica, en el primer reparto se escuchan voces muy distintas, desde la ajada del príncipe Gremin que canta Anatolij Kotscherga, hasta la interesante propuesta que hace Tatiana Monogarova, quien presenta a la protagonista a través de un melodismo muy acabado e incluso cautivador. Merece la pena señalar también a Alexey Dolgov, aunque su Lenski sea irregular, muy especialmente en su aria, y a Mariusz Kwiecien quien encarna a Oneguin con autoridad, buena voz, en el arranque un punto estrangulada en el registro superior, pero con muchos destellos de calidad para un ambiente que a duras penas se templa. El estreno de la temporada contó con la presencia de la Reina Sofía.

EL MUNDO:
Ni del Bolsoi te puedes fiar.

Ópera. El público abuchea el inicio de temporada del Teatro Real, un montaje
invitado de Dmitri Jurowski que desvirtúa la obra clásica de Tchaikovski.
‘EUGENIO ONEGUIN’
Autor: Tchaikovskií Director musical: Dmitri Jurowski. / Director de escena: Dmitri Tcher¬niakov. / Intérpretes: Makvala Kasrashvili, Tatiana Monogarova, Alexey Dolgov. / Esce¬nario: Teatro Real. /Fecha: 7 de septiembre. Calificación: *
ALVARO DEL AMO

La exigencia romántica, que impone la intensidad emocional como ideal de vida, preparaba el terreno al desánimo existencialista. La pasión amorosa, efervescente y arrolladora, ilumina la esperanza de lograr un tránsito sobre la tierra prácticamente dichoso. Pero la plenitud del sentimiento se sabe amenazada por enemigos poderosos, que actúan juntos; asusta la monotonía doméstica, garante del tedio, aunque el principal escollo acaba resultando el egoísmo.
El protagonista de esta ópera, modélica en el tratamiento musical de un relato dramático, es un señorito con ínfulas de dandi que rechaza el fervor de su joven vecina invocando el aburrimiento conyugal, convencido de que él debe disfrutar de la libertad. Se arrepentirá, naturalmente, pues viajes, fiestas, ligues, no son capaces de llenar el vacío esencial de la existencia humana, conocido también con otro nombre, soledad.
No deja de ser curioso que, tras la turbulencia romántica, se adivine una melancolía reflexiva que encontrará en el dramaturgo Anton Chejov su máximo exponente. La injusticia de un clasismo medieval, la vagancia de una juventud acomodaticia, la extensión de la esteta como pantano simbólico donde toda ilusión se ahoga, etcétera, etcétera, se vislumbran ya en esta ópera decimonónica, cuyos personajes pueden expresarse con más claridad gracias al recurso inefable de la música.
Asistimos aquí a una variante de la historia eterna de la ocasión perdida, contada por Tchaikovski con pulso firme, sin desmayos ni disgresiones, a través de una contagiosa invención melódica que dibuja a los personajes describiéndonos lo que sienten. La consecuencia de un torrente tan efusivo quizá no sea otro que la congoja.
Congoja siente también, pero de otro género, el abrumado espectador de esta colección de caprichosos disparates que desfilan como sucedáneos de una acción que se escamotea y de unos personajes a los que se somete a una continuo escarnio. Sin razón aparente, todo ocurre en un salón comedor, que sustituye la estepa,-el dormitorio, y el campo nevado, donde unos perennes comensales nos dan la espalda al fondo del escenario. Pronto comprobamos que Tatiana es una histérica, Olga una coqueta, Lenski un cretino, y Oneguin un hombrecito borroso; si los tipos no asoman como lo que son, el conflicto se corrompe, y la impunidad del montaje asesino se permite pitorrearse de la amistad perdida, convierte el duelo en un forcejeo de salón, prescinde de baile y delicadezas pan repetir de nuevo la espalda de un coro agrio, afectado, como lo: cantantes, por el criterio de una escena que obliga a los más variados aspavientos.
El reparto vocal y la orqueste muestran la seriedad de una bueno escuela, que se muestra en la competencia general con alguna actuación sobresaliente, como e Lenski de Alexey Dolgov. Pero poco puede hacer la esforzada Tatiana de Tatiana Monogarova cuando se le obliga, en la larga y bellísima escena de la carta, a tirar las silla y a simular una locura próxima la de Lucía de Lammermoor. Y la seriedad de la dirección musical chirría y se contrapone una y otra vez con lo que la escena presenta a menudo negando e incluso burlándose de lo que la partitura expresa.
El público aguantó paciente y aplaudió con discreción, mostrando al final su desacuerdo con un montaje que llegaba firmado por el prestigio histórico del Bolshoi moscovita, al que parece que también le ha alcanzado la termita implacable que parece decidida a destruir el espectáculo operístico, unas puestas en escena que no se ocupan de representar la obra en cuestión, sino que se convierten en tableros de juego y experimentación para quienes no dudan en entrar a saco contra títulos y autores que no pueden defenderse.

EL PAÍS:
Inteligencia y Pasión
Para su presentación madrileña Gerard Mortier no eligió una ópera del siglo XX, como bastantes pronosticaban, sino que se decantó por un título romántico hasta las cejas: Eugenio Oneguin, de Chaikovski, que viene a ser algo así como el “negativo” de Il trovatore, de Verdi, tal y como le gusta decir a José Luis Téllez. La elección tiene lógica. Las llamas de la pasión están presentes en todo momento en una obra llena de melancolía y que explora hasta lo más profundo del corazón humano, con las contradicciones, sufrimientos, soledades y pequeños gozos que definen una existencia. Para alguien que defiende las emociones como motor fundamental de la ópera Eugenio Oneguin es un tesoro. La primera carta de Mortier para su puesta de largo madrileña era así más que coherente.
La primera carta de Mortier para su puesta de largo fue más que coherente
En segundo lugar, la elección de una compañía estable del prestigio del Bolshoi de Moscú volvía a recordar la importancia del trabajo en equipo y en concreto de los conjuntos estables, tanto orquestales como corales, a la hora de montar en condiciones una ópera. Sin que el nuevo director artístico lo pretendiese la memoria madrileña nos llevó a otro Eugenio Oneguin, el representado en el teatro de La Zarzuela en 1981 con Yuri Temirkanov y el teatro Kirov de Leningrado. Se llamaba todavía de esta manera y no Mariinski de San Petersburgo. Aquellas representaciones causaron una conmoción en Madrid y pusieron en primer plano otra manera de hacer ópera en contraste con la atención a los divos y poco más que era lo que entonces se llevaba. Ya habían venido a La Zarzuela compañías de Varna, Kiev o Berlín en los tres años anteriores pero ninguna causó el impacto de la del Kirov.

Curiosamente el director de escena Dmitri Tcherniakov (Moscú, 1970) manifiesta en el primer número de La Revista del Real que Eugenio Oneguin fue la primera ópera que vió. Tenía entonces 12 años y la compañía del Kirov de Leningrado se encontraba de gira por Moscú con esta ópera de Chaikovski. Es decir, contempló en Moscú el mismo espectáculo que se había visto en Madrid un año antes y eso contribuyó a despertar su vocación. No podía entonces imaginar el director ruso que iba a dirigirla más adelante con el teatro Bolshoi de su ciudad natal en la producción que ayer se presentó en el Real.

Lo más discutible en las giras que las compañías del Este traían a Madrid en aquellos años era justamente las bastante anticuadas escenografías. Por ello son especialmente significativas la inteligencia y pasión que rezuman en la puesta en escena de Dmitri Tcherniakov para Eugenio Oneguin. El espectáculo tiene una dirección de actores colosal pero además crea las atmósferas adecuadas para la exploración de los sentimientos individuales y colectivos, tiene una iluminación depurada y es de una sobriedad e imaginación que dejan sobrecogido al espectador, si éste se acerca con curiosidad y sin prejuicios a la propuesta escénica. Sin necesidad de escándalos ni golpes de efecto, sin recurrir a ocurrencias gratuitas y efectistas. Pensando todo en función de las pasiones del alma. Esta era la tercera baza de Mortier: un director de escena con ideas que nunca había recalado en el Real y que ahora se los rifan en Milán, Berlín o París y, por supuesto, en su propio país.

El reparto vocal fue coherente y de un nivel notable. Como cantantes-actores estuvieron todos extraordinarios. Los valores expresivos y teatrales estaban en primer plano, algo que en la ópera es imprescindible para transmitir la tragedia, el drama o los estados de ánimo. La orquesta y el coro respondieron a los mismos principios básicos. En concreto, la orquesta brindó una prestación de una melancolía infinita, con acusados contrastes y con remansos de paz permanentes para ayudar a profundizar en la interioridad de los personajes. Un defecto: las pausas entre escenas fueron excesivas y dispersaron la concentración. Presidió la representación la Reina Sofía.

LA RAZÓN:
“Eugenio Oneguin” abre la temporada del Real
Risas en el comedor
“Eugenio Oneguin” de Chaikovski. T.Monogarova, M.Mamsirova, M.Kwiecien, A.Dolgov, A.Kotscherga, N.Romanova, etc. Orquesta y Coros del Bolshoi. D.Tcherniakov, dirección escénica. D.Jurowski, dirección musical. Teatro Real. Madrid, 7 de septiembre.
Madrid vio “Eugenio Oneguin” por última vez en 1994, en el Teatro de la Zarzuela en 1994 con una coproducción de ese teatro, firmada por John Cox, con el Covent Garden y la Ópera de Montecarlo y un reparto encabezado por Álvarez, Mattila y Kaludov. Esta obra ha servido ahora para abrir la nueva temporada del Real y la era Mortier con una compañía invitada. Conviene no perder perspectivas.
El director de escena Dmitri Tcherniakov ha declarado quería resaltar que en la ópera de Chaikovski la protagonista es Tatiana. Sin embargo en su propuesta hay una tercera protagonista que se eleva sobre ella y Oneguin: una enorme mesa elípticas, omnipresente, alrededor de la cual gira todo el drama. También expresó su intención de contar más cosas de las que habitualmente se cuentan, lo que es un objetivo deseable siempre que no se dejen de contar las importantes. Pretende ésta mirar el libreto con ojos nuevos pero manteniendo un concepto tradicional. No siempre lo logra. Resulta complicado escenificar un primera acto en donde apenas sucede algo y la idea del comedor no es mala, pero se abusa de ella. Discutible es que la célebre polka sea simple música de animación de un almuerzo y grave que la puesta en escena luche contra la música, como sucede con el duelo, convertido en un forcejeo por una escopeta que acaba disparándose por accidente y matando a Lenski. El problema no es la ausencia de duelo, sino que su sucedáneo acontece en el mismo comedor y que antes de éste viene una música introductoria al aria del tenor de carácter evocador y muy descriptiva de un ambiente bien diferente. Desaparece toda la poesía. En contrapartida hay momentos e ideas eminente teatrales, como el final de la escena de la carta o la distante colocación en los extremos de la mesa de Tatiana y Oneguin en sus dos desencuentros, simbología que se repite más tarde con el barítono y el tenor antes del duelo. Una pregunta: ¿de qué se ríen permanente los comensales?
No se llega a alcanzar la pasión de los dúos Mattila&Álvarez de las representaciones citadas al inicio, pero se canta con la corrección propia de los teatros con sólidas compañías estables. Todos saben lo que hacen. Notables la Tatiana de su tocaya Monogarova y el Oneguin de Mariusz Kwiecie. Suficiente el Lenski de Alexey Dolgov, mientras que el veterano Anatoli Kotscherga aporta en Gremin añoranzas de un pasado más esplendoroso que el presente. Este enfoque artístico tiene sus pros y sus contras. Entre los pros también la presencia de un coro que impresiona por su sonoridad rusa desde su primera intervención. Parecido es el caso de la orquesta, dirigida con insulsa sobriedad por Dmitri Jurowski, de potente gravedad en sus cuerdas, aunque realmente no tenga mucho que enseñar a la titular del Teatro Real en días buenos.
Algunas comprensibles protestas a la puesta en escena y aplausos de cinco minutos de duración cerraron la representación en vivo contraste con los más de treinta que cosechó el reciente “Boccanegra”. ¿Era ésta la mejor alternativa para abrir temporada y la mejor tarjeta de presentación de Mortier? Para completaría, en apenas un mes, llegarán “Moctezuma” y un “Mahagony” que parecía destinado a ser verdaderamente el inicio de curso. Gonzalo Alonso

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