Las críticas a “Otello” en el Teatro Real
Van apareciendo en la prensa escrita de difusión nacional las críticas al “Otello” inaugural de temporada en el Teatro Real a bombo y platillo. Por lo que se lee, más ruido que nueces. Nunca existe la unanimidad, pero hay bastante acuerdo en el “feismo” de la escenografía, lo dudoso de licencias como pintar al moro de blanco, la suplencia en las voces del gusto por la idoneidad y la aparatosa dirección de orquesta. Lo pueden leer en más detalle a continuación.
La Razón, 16/02/2016
Temporada del Teatro Real
Un “Otello” pobre y provinciano
“Otello” de Verdi. G. Kunde, G. Petean, A. Dolgov, V. Esteve, F. Radó, I. Galán, E. Jaho, G. Coma-Alabert. Orquesta y Coro Titulares del Teatro Real. D. Alden, dirección escénica. R. Palumbo, dirección musical. Teatro Real. Madrid, 15 de septiembre de 2016.
Apabullante el despliegue de algún medio con este “Otello” con el que cuestionablemente abre su temporada el Teatro Real. Les explico lo de cuestionable.
Primero, y permítaseme ser desconfiado, porque se anuncia como nueva coproducción con la English National Opera y Estocolmo, pero en el primer sitio se estrenó en 2014 y en el segundo en 2015. Difícilmente pudo tener tiempo el actual director artístico, desde su nombramiento a finales de 2013, para negociar una coproducción con ambos teatros. Huele mucho más a una posterior incorporación en la que se pone dinero pero no ideas.
Segundo porque, conocida la producción, ésta resulta pequeña y pobre para un teatro como el Real, lo que también apunta a lo anterior. Está bien para la ENO, mucho más pequeña. Presenta un único escenario en una espacio público, un patio amurallado de pesante mampostería grisácea y ambiente lúgubre y claustrofóbico, en el que se desarrolla todo con cambios mínimos. Tan pocos que hasta en ese patio ha de morir Desdémona, sin cama obviamente y sin la menor emoción. No hay por tanto lugar para la intimidad y ésta existe en “Otello”. Hay bastantes puntos discutibles, como la “blancura” del personaje, convertido en un musulmán converso al cristianismo sin que la escena revele el motivo. Yago, en el texto verdiano, lo califica como “moro”, que es algo bien distinto, pero ya estamos habituado –también hartos- a que nos cambien las cosas. Que Yago y Otello se hagan hermanos de sangre, pase. Menos que se convierta a Roderigo en una especie de paseante en cortes. “El imperio musulmán yace sepultado en el mar” anuncia Otello en su primera aparición, pero la acción se desarrolla ahora entre las dos guerras del siglo pasado y lo que parece sepultado es el poderío veneciano. Escena pobre y provinciana. Dispuestos a inaugurar la temporada del supuesto –no tan real pero sí productivo- bicentenario, habría valido la pena otro tipo de producción.
Tercero, porque se promociona a bombo y platillo la actuación de Gregory Kunde, cuando para nada lo ha descubierto el Real y menos como Otello, papel que ya ha cantado en Valencia, Sevilla o Perelada. Nada nuevo por tanto. Cierto que es el Otello de nuestros días. Buen cantante, aceptable actor, poseedor de una voz eminentemente lírica que ha crecido y oscurecido. Sin embargo el papel precisa un metal del que carece Kunde y esto se puede ocultar si la orquesta le trata bien, lo que Palumbo no hace, sino que se lanza por vericuetos que le ayudan poco. Parece como si tuviese el complejo de no querer parecerse a nadie, de ser el más personal, y si en ocasiones va rapidísimo, en otras se ralentiza y, frecuentemente, abusando del volumen orquestal. Consecuencia: a Kunde y al resto se les escucha menos de lo que se le debería escuchar. Inteligentemente resuelto el “Esultate” y admirable “Dio mi potevi scagliar”. ¿Y el dúo de amor? Es imposible que un tenor de la vocalidad de Kunde haga justicia a los graves de la frase “Già il mio cor fremebondo s’ammansa in quest’amplesso e si rinsensa. Tuoni la guerra e s’inabissi il mondo”. ¡Qué duro fue Verdi al escribir seguidamente el lirismo de “Se dopo l’ira inmensa, vien quest’immenso amor!” Kunde canta un Otello de carácter entre belcantista y verdiano, lírico, nada estentóreo, seguro en las notas y de amplio fiato, sin altibajos y, sobre todo, inteligente en la administración de medios, canta y no berrea y todo ello se agradece, convence y casi hasta emociona.
Enorme pérdida la de Krassimira Stoyanova como Desdémona. Ermonela Jaho, anunciada inicialmente en el segundo reparto, la sustituye con voluntad y, al menos, conjuga en su también lirismo vocal con el de su pareja. También a ella le faltan los graves y se nota especialmente en el tercer acto. Yago es un papel de enorme sutilidad y ésta, en principio, no era la mejor cualidad de George Petean, pero matiza y posee una buena voz de barítono. Convence. Correcto el resto del reparto. Cinco minutos de aplausos con algunas discrepancias aisladas para Palumbo y más abundantes para Alden.
Ambiente especial en el teatro, con la presencia de los Reyes, la recomendación de asistir con esmoquin o traje oscuro, y la maravillosa música de Verdi que puede con todo. Por cierto, hay que apuntarlo, Coruña abrió la temporada de ópera española –no el Real como se nos anuncia- con “Falstaff”, Madrid lo hace con “Otello” y Barcelona lo hará con “Macbeth”. Tres títulos shakesperianos de Verdi. Una afortunada casualidad en el año del inglés. Gonzalo Alonso
ABC, 16/09/2016
Critica de Ópera
Un «Otello» de chocolate blanco
OTELLO ***
Música: Giuseppe Verdi. Libreto: Arrigo Boito. Dir. musical: Renato Palumbo. Dir. escénica: David Alden. Escenog. Y fig.: Jon Morrell. Ilum.: Adam Silvermann. Int.: G. Kunde, G. Petean, E. Jaho, A. Dolgov, Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real. Pequeños Cantores de la Comunidad de Madrid. Teatro Real, Madrid, 15-IX
El Teatro Real ha inaugurado el nuevo curso… No es fácil escarbar en su precisa caracterización e «insoportable» dramatismo. Apenas lo hace este escenario único y recortado, de incómoda implantación en el Real, que quiere ser plaza, palacio y dormitorio. Tampoco la deslocalización en una supuesta y sombría ciudad mediterránea donde el moro Otello deja de serlo para convertirse en militar de poca alcurnia, lo que pone difícil «preparar el chocolate», según frase escrita por el libretista Boito mientras preparaba la ópera.
Renato Palumbo arrancara con la orquesta titular colocada en un espacio contundente, un punto brutal. El coro mantuvo el tipo yen ello estuvo Gregory Kunde en el famoso «Esultate!», con la voz todavía un punto velada… Kunde desplegó la irregularidad de su amplio y colorista timbre perdiendo calidad en el registro grave y al apiadar. Fue muy desleído el duetto con Desdémona, «Giá nella notte densa», en una clara demostración de que el propósito estaba por encima de las posibilidades…
…Ermonela Jaho, en ocasiones destemplada, en otras consigue estupendos pianísimos y filados. Tuvo importancia la entrada en el tercer acto y resolvió con suficiencia la «Canzone del salice», extinguiéndose en el «Ave Maria» sin demasiada emotividad.
…un Yago malo aunque con pocos arrestos. Ser uno de los traidores más nocivos de la historia de la ópera exige un punto más de sustancia. Por mucho que en el monólogo se creciese. «Credo en un Dio crudel» quedó como el punto culminante de una actuación a medio gas, sin terminar de penetrar en lo sombrío, de hundirse en el infierno, y de arrastrar con él a Otello…
…Renato Palumbo, llevó la obra con más sentido carnal que espiritual. No se mereció recibir los abucheos que se le dedicaron y menos aún el grito de un exaltado espectador tras el descanso. Su versión no quedará como algo trascendente…. logró encauzar la sombría singularidad de una obra apenas dibujada por las artificiosas sombras del escenario. Alberto González Lapuente
EL MUNDO, 16/09/2016
“Otello”
Autor. Giuseppe Verdi. Director musical: Renato Palumbo. Director del Coro: Andrés Máspero, Director de escena: David Alden. Reparto: Gregory Kunde, George Petean, Ermonela Jaho. Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real. Teatro Real 15 de septiembre. * *
Los famosos celos del moro veneciano no son sino el indicio del dúo principal de lacras que arrastra el animal llamado racional desde que llegó al mundo: la estupidez y un afán de destrucción que se impone como el deseo más urgente, el fin supremo de la existencia.
Otelo se entrega enseguida con doloroso entusiasmo a la comprobación de una sospecha infundada, y Yago se regodea en la aniquilación de su señor con la excusa de un agravio profesional. Ambas figuras conmueven como símbolos potentes, encarnados en caracteres psicológicamente esquemáticos. Desdémona, mona, víctima a la vez del idiota y del malvado, muere sin que lleguemos a conocerla, tan inerme como Ofelia, sin el arrojo de Julieta.
Sobre la soprano albanesa Ermonela Jaho recae en exclusiva la tarea de comunicar la hondura, tensión y belleza de esta obra difícil, precariamente servida por los demás artífices en la primera función del Teatro Real. Desdémona brota límpida en su voz fresca, en los dúos con el crudo marido, y se despliega en la larga plegaria fúnebre del último acto delicada y luminosa, hasta lograr la única escena de encuentro y reconciliación del público con el drama.
El montaje de David Alden, buscando sin duda un efecto de modernidad, ambienta la acción en un lugar desolado y medio derruido; una áspera evocación bélica que si cumple en el arranque con efectismo, enseguida se empantana en una insistencia en lo sórdido, agrio y feo; parece que la alergia que producen a los directores de escena los palacios, el cielo azul y el dorado sol les obliga a precipitarse en penumbras tabernas, donde la soldadesca impone la promiscuidad de sus atuendos. Un fatigado guerrillero es aquí Otelo, que el tenor norteamericano defiende con denuedo, fiándose del esplendor de sus agudos y demostrando un arrojo que no basta para dotar al esquivo personaje del empaque y la contundencia que le son propias. Tampoco le ayuda el extraño Yago del barítono rumano George Petean, un perverso que parece haberse cansado de su perversidad y cumple con su fechoría aburrido hasta el final donde se sienta a mirar los cadáveres de sus señores.
La dirección de Renato Palumbo es tosca y seca, exacerbando el estruendo hasta tapar las voces de los cantantes, amenazado cuando baja el volumen por el zumbido continuo, muy audible en las primeras filas, de un ventilador o similar empeñado en colaborar con el sonido del foso.
Un público ecléctico aplaudió como merecían la soprano, y el coro, premió los esfuerzos del protagonista, para regañar decididamente a Yago y al equipo de dirección. Si no cabe recomendar, en conjunto, a este elenco, las seis generosas funciones de un segundo reparto despiertan una esperanza de mejoría. Aunque permanezca el sitio, se mantengan trajes y movimientos, no cabe descartar una más acertada aproximación a la tragedia que provocó una última pregunta del moro, extrañado de que no lo fulminara un rayo del cielo. Álvaro del Amo
EL PAÍS, 16/09/2016
OTELLO
Es posible que Otello sea la ópera cola la gestación y el estreno más y mejor documentados de la historia, desde la primera redacción del libreto de Arrigo Boito en 1879 hasta los “aplausos frenéticos” (así los describió su editor, Giulio Ricordi) que coronaron su primera representación en el Teatro ella Scala en 1887. En una correspondencia a tres bandas que se prolongó durante casi una década, compositor, libretista y editor elaboraron lo que también este último, en otro contexto, denominó “un vero corso di Arte drammatica”. No hay detalle de Otello que escape a su escrutinio, a sus cábalas, a sus disensos, y sus desiderata acabaron plasmándose en las 111 páginas de la Disposizione scenica publicada por Ricordi, en la que quedaron registrados con precisión coreográfica movimientos, gestos, emociones, miradas.
David Alden ha comprendido bien que Otello exhala, sobre todo, violencia. La ópera se abre con un súbito despliegue de violencia natural (una feroz tormenta), que luego da paso a diversas manifestaciones de violencia militar, física, verbal y moral, explícita o larvada. Por eso no cambia de escenario, un único espacio lóbrego y opresivo, de paredes desconchadas y tonos grisáceos, que parece simbolizar el alma negra de Yago, un lugar claustrofóbico, a un tiempo público y privado, exterior e interior, poblado de sombras amenazantes y luces monocromas, decrépito, de una negrura contagiosa, del que nadie parece ser capaz de escapar. La propuesta nada intervencionista de Alden va creciendo en interés y alcanza su cenit en el final del tercer acto y en todo el cuarto, con el estrangulamiento planteado casi como un ritual religioso tras la oración de Desdémona junto a lo que fuera una llama de amor vivo.
Si cantar el personaje de Otelo -dulce y colérico, amante y asesino, despótico e inseguro, fuerte y vulnerable, un musulmán trasplantado a una cultura extraña- es ya una proeza al alcance de pocos tenores, lo que ha hecho Gregory Kunde este año con apenas unos meses de diferencia (cantar el mismo personaje en los Otellos de Rossini y Verdi) parece un imposible: es como ser a un tiempo Andrea Nozzari (o nuestro Manuel García) y Francesto Tamagno, los primeros en encarnar uno y otro. El estadounidense posee, sin embargo, realmente esa condición dúplice, si bien no puede disimular sus orígenes y se queda alicorto en el retrato de los momentos más dramáticos del personaje o en sus notas más graves.
Cuando cantó La traviata en Madrid, Ermonela Jaho dio lo mejor de sí en el tercer acto, y ahora ha hecho lo propio en el cuarto, ideal para sus cualidades vocales. Se luce en la media voz y en el registro agudo en pianíssimo, además de su talento natural para retratar el desvalimiento de un mujer sola, ya sea moribunda o condenada a una muerte inminente. La infidelidad puede demostrarse, pero no su contrario, y Desdémona muere como consecuencia de esa imposibilidad. La que compone Jaho posee la “nobleza, mansedumbre, ingenuidad y resignación” que Boito anhelaba para su personaje. Lástima que, al igual que su Violeta, se vea lastrada a veces por una dicción defectuosa que no deja entender con claridad el texto.
En el Yago de George Petean pesa, sin embargo, mucho más el debe que el haber. Le falta empaque vocal y, actoralmente, no peca por magnificar su maldad, como es tristemente habitual, sino justo por lo contrario: más que un artero maquinador, es una figura gris y envidiosa. Ni él ni Palumbo resaltaron los trinos -vocales e instrumentales- y cromatismos que Verdi escribió como símbolo de su papel desestabilizador. El segundo, como en La traviata, ha ratificado ser un concertador eficaz, poco personal, con destellos de nervio teatral, pero también con altibajos y descuidos, sobre todo cuando tapó a sus tres principales cantantes, todos poseedores de voces delicadas que requieren ser mimadas desde el foso. Rotundo el coro y excelente el Cassio de Alexey Dolgov.
Casi tres meses después del estreno en Milán, Verdi, tras rememorar todo cuanto le había insatisfecho entonces, escribió a Ricordi: “¡Pobre Otello! Deploro que haya venido al mundo. ¡El éxito? ¡Qué me importa! Amén”. A pesar del inmenso celo con que se habían aplicado todos, no estaba contento. El y Boito habían traído al mundo a una criatura tan perfecta como compleja e irrealizable. Un Otello redondo es casi un milagro. Tampoco en Madrid, con aplausos más corteses que frenéticos, se ha producido, pero sí ha sido un dignísimo arranque de temporada. Luis Gago
Se ha comentado que el público no se mostró del todo contento con la dirección de palumbo. Y es verdad que a veces tapaba las voces, otras resolvía de forma seca y de puro trámite y que sus acelerones y ralentizaciones de la música no siempre se justificaban.
Pero lo que estas reseñas no cuentan con veracidad fue el atronador abucheo que recibieron David Alden por su dirección escénica junto al resto de los responsables (vestuario, coreografía) de este despropósito estético (decorado, vestuario, escenario, dirección escénica).
Y si digo despropósito, no es porque faltasen tules y sedas y turbantes o corazas, no. Simplemente porque la primera visión de unos venecianos ataviados como bolcheviques y más tarde de unos niños ataviados como campesinos serbios (con pinta triste y desvalida bordeando una actitud mendicante cuando venían a agasajar a Desdemona) fue una amarga decepción. Porque un Rodrigo vestido con traje blanco y sombrero tipo panamá me hizo pensar en el protagonista de la película Muerte en Venecia y salvo la coincidencia en la ciudad dicho atrezzo sólo podía ser fuente de perplejidad y fruto de la ignorancia.
La puesta en escena si hubiese sido tan sólo “feísta”, como dicen algunos críticos, creo que me hubiese dado igual. Pero es que fue monótona, estática, aburrida. Ofreciendo un espacio único sin apenas cambios ni mobiliario, en tonos grises y con diferentes grados de sombra que a veces un foco hendía: los recursos de los teatrillos pequeños sin tramoyas ni medios ni ganas. Hubo muy poco movimiento (salvo el coro en el primer acto) y no me pareció acertada la idea de que los personajes “desaparecieran” en las sombras cuando deberían haberse ido por completo de la escena. Esto restaba intimidad a ciertas escenas y hacían banales a personajes como Iago que, fuera de campo, se tenía que sentar a mirar las musarañas.
Que la dichosa llamita le haya gustado a un crítico será porque su abuela tenía un brasero o algo así porque sino, de qué. A veces la encienden en plena calle, otras veces en pleno salón de palacio, otra en el dormitorio (bueno, supongo, porque no había forma de saber donde transcurría la acción). Ni alegoría religiosa ni nada de eso: otro recurso gratuito que no encaja.
Y que Otello tenga que tirar a Desdemona al suelo para estrangularla así, de tal manera, pues tampoco funciona. Choca. Pero no convence. Ni emociona.
Sobre los cantantes y la dirección de orquesta, leyendo las diversas reseñas está todo dicho. Muy solvente Otello, irregular pero satisfactoria Desdemona, a mí me gustó más Iago que a los críticos (han criticado más su planteamiento que su voz: un Iago envidioso y maquinador funciona tan bien como un Iago profundamente malévolo… tomen nota los críticos: en Sevilla el Iago de Angel Odena, que actuará en el segundo reparto, se me hizo insoportable; en plan Mefisto, mezclando sarcasmo y chulería pero sin un ápice de negrura), buen Cassio, justito Roderigo. El coro muy bien (nadie ha hablado del coro).
Además hay que agradecerle a Kunde que desde que se ha animado a cantar Otello tenemos la suerte de ver mucho más esta ópera en la escena (en tan sólo dos años lo he visto a él en Valencia, Sevilla y Madrid… por cierto muy ingenioso el montaje de Valencia, apañándose con un presupuesto bastante limitado).
Finalmente las quejas ante un Otello “blanco”. Lo de salir al escenario con cara de betún a estas alturas del siglo veintiuno empezaba a ser risible; ya era hora que se cambiase. Y el que se fije en el color y no en el personaje ya sabe de qué le pueden tildar, jajaja.
Concluyendo: buenos cantantes, mediocre dirección musical, desatinada puesta en escena. Menos mal que el Otello de Verdi es una obra extraordinaria y un regalo para los sentidos.
Un punto de vista muy bien desarrollado. Gracias
Estuve en la inaguración, tercer y cuarto acto una verguenza.
Donde yo vivo hay almohadas por 11,00 €…
F.D.
Sólo quiero recalcar, como ya se dice en una de las críticas, el horrible ruido producido por los ventiladores de los focos colocados a los lados del escenario junto al público. En los momentos en que la orquesta o los cantantes estaban en “piano” se oía más el ruido de los ventiladores que la música. Me parece inadmisible usar ese tipo de luces en un lugar en el que lo más importante es el sonido, o si se usan abría que buscar una solución para tapar el ruido que producen los ventiladores. Estoy de acuerdo en que lo peor ha sido la puesta en escena, musicalmente me ha gustado bastante.
El peor Otello que he visto. Feo, aburrido, estático, sin dirección de actores. Lo único que se salva es el coro. Cada día está mejor. Gran trabajo de Máspero. Musicalmente plano y vocalmente decepcionante. Asistí al segundo reparto pero, por lo que he oído, tasmpoco el primero fue muy bueno. No entiendo cómo se eligió este aburrido Otello para inaugurar la temporada. Veremos cómo transcurre