Las críticas a “Roberto Devereux” en el Real
Bastantes coincidencias críticas: escena irrelevante que no molesta y voces de las mejores de hoy, no siempre adecuadas para los papeles.
LA RAZÓN, 23/09/2015
Los veteranos muestran el camino
“Roberto Devereaux” de Donizetti. M.Devia, M.Kwiecien, S.Tro, G.Kunde, J.A.Sanabria, A.Mastroni, S.Covarrubias, K.Sardalashvill Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real. A.Talevi. Dirección escénica. B. Campanella. Dirección musical Teatro Real. Madrid, 22 septiembre 2015
Es esta ya auténticamente la primera temporada de Matabosch, que ha querido abrirla con una ópera que de su predilección, no en vano presentó en su larga etapa liceísta la trilogía Tudor con regias diferentes y el título que hoy nos ocupa también en versión de concierto. Años antes, en 1968, supuso uno de los grandes triunfos de Montserrat Caballé en Barcelona, junto a Martí, Cappuccíllí y Berini. La soprano también abordó este título en el Teatro de la Zarzuela en 1970. ¡Qué recuerdos! Sorprendentemente, aun no siendo una ópera de repertorio, se escuchó en el Real en concierto con Gruberova, Bros, Ganassi y Stoyanov hace apenas dos años. Volverla a ofrecer no tendría más justificación que responder a un gran reto escénico o contar con un reparto envidiable.
No puede hablarse de reto cuando, una temporada más, se recurre a una producción alquilada para su apertura. Detalles como éste revelan en qué división juega realmente un teatro. La producción de la Welsh National Opera de Cardiff (2013) resulta extremadamente oscura, casi tanto como la serie de la BBC “WolfHall”; a causa de los decorados y el vestuario, negros excepto en uno de los bujes de la reina, de color rojo. Hay poco que contar, ya que la trama es simple, y la regia no lo hace con excesiva imaginación pero tampoco embarulla como otras muchas veces. Naturalmente había que poner los «detalles» de firma, así una insinuada violación o el trono de Isabel simulando una araña. La cosa no da para más comentarios.
Si la justificación no radicaba en la escena, habría de hallarse en las voces y voces las hay. Otra cosa es que sean adecuadas a los papeles. Afortunadamente estamos ante un ópera que, no siendo el mejor Donizetti, cuanta con momentos magníficos, como el concertante final del acto II ola escena conclusiva, un verdadero «tour de force» para la soprano que enlaza con su dificilísima aparición inicial. Caballé y Leyla Gencer han sido las únicas sopranos que capaces de hacer total justicia a un dificilísimo papel que ha de conjugar el más puro belcantismo con la expresión dramática. Se requiere una dramática de agilidad con importante volumen y voces así ha habido bien pocas. Beverly Sills matizó y aportó carácter, pero el instrumento era pequeño. Las tres cantaron las tres reinas Tudor. En nuestros días son Sondra Radvanovsky y Joyce DiDonato quienes quieren emularlas. La primera con los tres roles en la próxima temporada del Met, un hito único junto a Sills. Mariela Devia (67 años) es Isabel I tras serlo en Marsella (2011) y Nueva York (2014). También ha interpretado las tres reinas, pero de una forma puntual, ya que la voz no responde plenamente a las exigencias de las partituras. Ella, como Sills, superan los escollos a base de ser artistas. Portadora actual de las esencias belcantistas posee una técnica envidiable, pero no los graves y arrestos para escenas como el mencionado concertante. Arrestos y voz con volumen sí los tiene Silvia Tro, en carrera claramente ascendente.
Roberto Devereaux requiere calidad de fraseo, impecable dicción y expresividad sin salirse de la linea belcantista donizettiana. Gregory Kunde (61 años) no pasa apuros al final del «Bagnato il sen di lagrime», pero no alcanza toda la elegancia en «Come un spirto angelico». Un Nottingham solvente de acentos excesivamente veristas, pues el barítono Marco Caria también luce voz y parecidas características interpretativas.
Bruno Campanella concierta con precisión, sin llegar a ofrecer la tensa versión personal de un Mackerras en su grabación con la citada Sills.
Con los Reyes en el palco, la presencia de un sin fin de caras conocidas -Preysler, Vargas Llosa, el marqués de Griñón, el duque de Alba, Muñoz Molina, Ron, Gabilondo, Anson, etc. E innumerables políticos-, la notable partitura donizettiana y uno reparto de lo mejor que puede darse hoy día es lógico el triunfo alcanzado. Afortunadamente, las voces recuperan terreno en el teatro. Gonzalo ALONSO
EL MUNDO, 23/09/2015
PSICOTERAPIA DE GRUPO
ROBERTO DEVEREUX.
Autor: Donizetti. Director musical: Bruno Campanella. Director de escena: Alessandro Talevi. Reparto: Mariella Devia, Marco Caria, Silvia Tro Santafé, Gregory Kunde. Producclón de la Welsh Natianal Opera de Cardiff. Coro y Orquesta titulares del Teatro Real, 22 de septiembre.
Calificación **
Como dramas isabelinos pueden recibirse las óperas de Donizetti dedicadas a la reina inglesa. La violencia de las pasiones analizadas y la desmesura en su desarrollo y culminación emparentan la ebullición del romanticismo lírico con la riqueza del teatro que apareció bajo Isabel I, una pléyade de dramaturgos de primera fila siempre eclipsados por Shakespeare. Roberto Deverereux se inscribe dentro del género que recibió el nombre de tragedias de la venganza; venganza entendida como la consecuencia inevitable de un amor frustrado por la torpeza o la infidelidad. El amado o amada se convierten en rival y el impulso vengativo se confunde con el erotismo.
Una materia palpitante que Donizetti trata con un imaginativo y penetrante melodismo, al servicio de la voz humana. Complejidad dramática y musical dentro de una narración algo errática, pero que siempre es preciso servir con una suma de elegancia, convicción y refinamiento. Escena y foso deben lanzarse a tumba abierta, valerosos en la búsqueda de un artefacto que garantice la belleza del arrebato; si el sentimentalismo se profundiza, el público recibirá agradecido un estilete bien afilado ola gema exquisita donde anida el veneno. Aquí la producción de Cardiff imagina una araña como aislado efecto visual, dentro del consabido entorno sombrío.
Bruno Campanella no obtiene de la orquesta del Teatro Real el brillo, el dinamismo ni la densidad de una música que camina seca, aunque haya que agradecer una obediente sumisión tanto al coro, abundante y aguerrido, como a los cantantes, que tampoco llegan a transmitir las furiosas emociones que atormentan al cuarteto de decepcionados, que parecen quejarse con el tedio propio de la psicoterapia de grupo.
Mariella Devia conoce bien el estilo y su interpretación de la reina es magistral; no tanto por el esplendor de su voz, sino por su capacidad para demostrar cómo se debe cantar una obra así si se dispone de los medios adecuados. Medios que comparten los demás, aunque se queden lejos de sus personajes. No ayuda la batuta, la escena sin carácter ni el extraño vestuario, pero el poderoso tenor Kunde parece que canta Otelo, el barítono Caria vulgariza al duque hasta acercarlo a Scarpia, y Silvia Tro Santafé, la excelente mezzosoprano valenciana, la voz más fresca., navega sin rumbo entre las carencias de los demás, ataviada con una horrenda falda color añil.
El público tenía ganas de comentar las incidencias del verano, aplaudió a los monarcas y, luego, quizá no muy animado, este arranque del que en principio cabía esperar más. ÁLVARO DEI AMO MADRID
ABC, 23/09/2015
La débil apariencia
«ROBERTO DEVEREUX» *** Autor: Gaetano Donizetti. Intérpretes: Mariella Devia (Elisabetta), Marco Caria (Duque de Nottingham). Silvia Tro Santafé (Sara), Gregory Kunde (Roberto Deuereux). Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real. Dir escena: Alessandro Talevi. Dir.: musical: Bruno Campanella. Lugar: Teatro Real. Fecha: 22-IX-2015
Ahora que se anuncia la conmemoración del bicéntenario del Teatro Real, lo cual es mucho anunciar para un establecimiento que entre aperturas y cierres, hundimientos y reconstrucciones, ocupaciones y abandonos ha vivido en una permanente atemporalidad, quizá merezca la pena recordar alguna vieja hazaña. El periodista, político y escritor Emilio Gutiérrez Gamero dejó algún recuerdo curioso en sus memorias al describir el apiñamiento de gentes en el paraíso que, mediado el XIX, iban a escuchar el «bel canto» y que sabiéndose de memoria la música y letra, dogmatizaba acerca de Donizetti y otros autores hablando de la «mezza vote», del «flato» y de la «impostazione» de la voz.
Ayer se inauguró la temporada 2015-2016. Lo hizo con Donizetti y su «Roberto Devereux», que se escuchará en diez ocasiones más con doble reparto. Sin embargo, no parece que al final vaya a ser la conversación de moda el asunto de quién cantó «Come un spirto angelico» con más delicadeza o qué soprano le puso más rabia y alucinación a la escena final apuntalando una tras otra todas las notas de esa escena. El público ha cambiado y también el espectáculo fue reducido a propuestas sin riesgo que se limitan sólo a lo agradable. Más o menos lo que sucede con esta producción que dirige musicalmente, en algunas de las funciones, Bruno Campanella y escénicamente Alessandro Talevi, en su primera aparición en el Real.
El primer reparto es contundente, soberbio, internacional… pero no redondo. Mariela Devia dibuja perfectamente a la reina Elisabetta en sus estados mentales si bien ayer tuvo el detalle de reservar parte de su ciencia para la escena final que cantó con increíble y templada precisión. Lo puso todo en ese momento pero habría necesitado que el maestro Campanella tan atento a las voces, discreto en el volumen y aseado al equilibrar la textura orquestal, hubiera añadido un punto de intención -como hizo-, sin demasiados aspavientos, en el dúo entre Sara y su marido, «All’ambrascia ond’io mi struggo». Fue un momento relevante gracias a la calidad formidable, a los apuntes de buen belcantismo, al gusto y razonable expresividad de Silvia Tro Santafé, a la que dio réplica el poco sutil y no siempre afinado Marco Caria. También debería haber sido un momento importante la escena carcelaria de Devereux pero Gregory Kunde -que derrochó voz en el escenario- no acabó de darle al personaje el carácter heroico al que parecen predestinadas sus condiciones vocales, potente a plena voz y de sonoridad estrangulada al apianar. En el grueso, faltó grandeza y majestad -singularidades del género-, sencillamente porque no la tiene la producción de Talevi, diseñada para crear un ambiente oscuro, dibujada para permitir una recatada evolución sobre el escenario, un punto malévola (los de los cuernos colgados en los apartamentos de Sara son todo un detalle) y otro tanto tecnológica, si es que por tal puede entenderse la araña metálica y articulada que sirve de trono a la reina en sus ansias de venganza. ALBERTO GONZÁLEZ LAPUENTE
EL PAÍS, 23/09/2015
Pasiones frías
ROBERTO DEVEREUX
Música de Gaetano Donizetti. Con Mariella Devia, Gregory Kunde, Marco Caria y Silvia Tro, entre otros. Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real. Dirección musical: Bruno Campanella. Dirección escénica: Alessandro Talevi. Teatro Real, hasta el 8 de octubre.
Pocos monarcas han debido de estar rodeados de más y mejor música que Isabel I de Inglaterra, cuyo larguísimo reinado de casi medio siglo ha sido ya superado con creces por su actual sucesora, otra Isabel bastante menos amante de las artes y las letras. La reina Tudor fue cantada como “fair Eliza” o “fairest Queen”, aunque no debía de ser muy agraciada, o como una alegórica “Gloriana” en el magno poema The Faerie Queene, de Edmund Spenser. Idéntico nombre elegiría siglos después Benjamin Britten para titular la ópera que ella misma protagoniza, compuesta para celebrar la coronación de la actual Isabel II en 1953 y hermanar así simbólicamente a ambas reinas homónimas. Entre los versos de Spenser o los madrigales laudatorios compilados por Thomas Morley y la Gloriana de Britten, la Reina Virgen no podía estar ausente de la galería de grandes retratos regios de Gaetano Donizetti, un maestro de este peculiar subgénero operístico que el bergamasco dominó como pocos. Al final de Roberto Devereux, su libretista le hace abdicar a favor de Jacobo I, una licencia poética que oculta su muerte como reina, rodeada, al parecer, por petición expresa suya, de músicos a fin de poder morir “tan alegremente como había vivido y para atenuar los horrores de la muerte; oyó la música tranquilamente hasta su último suspiro”. O así reza la leyenda, inseparable de su figura.
El último aliento de Roberto Devereux es justamente lo que la hace más grande: ajada y sin afeites, ausente su peluca pelirroja, desgreñada, un potente símbolo que la transforma de regia en humana, Eliza –no Gloriana– renuncia al disimulo y al secreto inherentes a su majestad y hace partícipes a todos de sus sentimientos: pasiones antes frías y ocultas asoman candentes y desnudas a la vista de sus súbditos. Su cabaletta final –una andanada contra la tradición– se puebla de saltos de sexta, de séptima, de décima, dibujando una línea vocal angulosa y descoyuntada que radiografía su estado mental: muerto su amado, vida y corona por igual le son indiferentes. Con su primera encarnación escénica de la reina Tudor, Mariella Devia une su nombre, ya casi in extremis, al de sopranos como Leyla Gencer, Beverly Sills (con alcune licenze) o Montserrat Caballé, que han hecho grande este papel. Empezó su cavatina del primer acto con prudencia, pero su actuación fue siempre a más, desde su apremiante dúo inicial con Devereux hasta su tortuoso desplome final. Volumen y graves ya no pueden ser lo que fueron, pero ella logra inyectarles arte, convicción y, sobre todo, un respeto y una sabiduría belcantista forjada a fuego lento durante su carrera. Ancladas en la memoria quedan frases como “O rimembranza!”, “Io sono donna alfine” o “Non regno, non vivo”, que resumen por sí solas la esencia de su drama.
Al otro lado, Silvia Tro fue una soberbia Sara, ella sí con graves resonantes, espléndida dicción y fraseo de alta escuela. Gregory Kunde, ese cuerpo de Wotan con voz de Otello, cantó sobrado de medios y con un desparpajo que a veces redundó en perjuicio de la concentración expresiva o la credibilidad de su personaje, mientras que Marco Caria, el único que no debutaba en el papel, se situó en un nivel abiertamente inferior como duque de Nottingham, si bien sustituía en el último momento al magnífico e indispuesto Mariusz Kwiecien, que volverá al personaje en marzo en el Metropolitan de Nueva York. Como en La Fille du régiment hace unos meses, Bruno Campanella hizo sonar muy bien a la orquesta, que en sus manos no es nunca un comprimario en este repertorio que admira y conoce al dedillo. Deja cantar y arropa con tino a los solistas, sí, pero también hace oír su voz cuando es necesario. El italiano prima el claroscuro sobre la rotundidad o el desafuero, lo que casa con la puesta en escena tenebrista y poco intrusiva de Alessandro Talevi, poblada de sombras que metaforizan intrigas y secretos cortesanos. La inauguración de la temporada con una ópera así, en fin, a poco que se eche la vista atrás, tiene un fuerte dejo simbólico: por fin parecen caer embudos y vetos (y destempladísimos repartos) de la programación del Teatro Real. LUIS GAGO
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