Las críticas al “Barbero de Sevilla” en el Real
De nuevo al empezar la temporada las opiniones críticas en la prensa sobre algunos espectáculos. Ahora “El Barbero de Sevilla” en Madrid. Leerán cómo Alonso y González Lapuente opinan prácticamente lo mismo. Sin embargo mientras G.L. escribe que el tenor se reservó para sacar el aria final, Del Amo escribe que llegó cansado a ella. Para G.L. el bajo carecía de intención y para Vela del Campo fue “quizás” de lo mejor. Ya ven qué diferentes oídos tienen nuestros críticos. Claro que la traca final es comparar las críticas de Vela del Campo de 2005 y la de ahora.
Las delicias del repertorio
Entre las peculiaridades de nuestro Teatro Real se encuentra el hecho insólito de no haber conseguido establecer y conservar un mínimo repertorio en sus tres lustros cumplidos de vida. Tal anomalía, cabe suponer que se debe al poco interés e imprevisión de sus sucesivos programadores, como causa principal, además de otras razones de orden técnico (almacenamiento, traslados, etcétera).
Sin montajes de repertorio se exacerba la impresión de que estamos siempre empezando. De ahí que quepa celebrar como una buena noticia esta reposición, que se cuenta entre las producciones más destacadas que han desfilado por el agitado escenario.
Intervino en su estreno un reparto estelar (Bayo, Flórez, Spagnoli, Chausson, Raimondi, D’Arcangelo). El molde recibe ahora a otros intérpretes, acogidos por el decorado de Corbella, un imaginativo artilugio arquitectónico, que cambia con la precisión de un inteligente rompecabezas.
Emilio Sagi lo utiliza como símbolo de la travesura metafísica propuesta por Rossini, y pide a los cantantes que se comporten como actores; sus arias, en ocasiones largas y arduas vocalmente, se sirven con la energía corporal propia de intérpretes consumados.
El nuevo elenco logra una representación coherente y equilibrada, aunque algunos papeles necesitan todavía una cierta maduración. Al Bartolo de Bruno de Simone le falta picardía, y el vozarrón de Dmitry Ulyanov no matiza los dobleces de Don Basilio, que queda como un muñecote inerte.
Mario Cassi tiene los medios para ser un buen Figaro, pero debe articular con más limpieza y evitar un atolondramiento sistemático. Susana Cordón, que actuó en el estreno, repite su graciosa creación de Berta. Dmitry Korchak conseguirá llegar menos fatigado al aria final, pero ya es un Conde Almaviva, que no tiene que envidiar a nadie en la seguridad en el agudo y en la belleza de su timbre. Y Serena Malfi resulta la intérprete más completa en su Rosina segurísima, que impone su dulzura femenina sin necesidad de remilgos.
La batuta del checo Tomas Hanus se zambulle con gloriosa alegría en la partitura, que la orquesta comunica con un contento diáfano. Un buen comienzo de temporada. Álvaro del Amo
ABC, 15/09
Un barbero de andar por casa
La ópera de Rossini, que abrió temporada en el Teatro Real, tuvo un sonido sin personalidad y un reparto desigual
En este Teatro Real en el que tantas cosas son difíciles de entender, la inauguración de la temporada escenificando «El barbero de Sevilla» es un gesto perfectamente homologable. La producción fue estrenada en el año 2005 con un reparto que incorporó nombres de peso, a la cabeza Juan Diego Flórez y María Bayo. Pronto recorrió varios teatros, al tiempo que se distribuía en DVD. Es fácil, por tanto, saber lo que fue entonces y es inevitable compararlo con la actual reconstrucción en manos del director musical Tomas Haus y de dos repartos plagados de intérpretes que participan por primera vez en esta producción.
Lo primero tiene que ver con el enfoque musical de la obra. Frente a la primera propuesta, en la que se procuró poner en valor la edición crítica que Alberto Zedda hiciera hace casi cuarenta años mediante una interpretación de sonoridad cuidada y regusto de época, la versión actual retrocede en el túnel del tiempo para situarse en la convencionalidad de un sonido sin personalidad, que deja al descubierto la verdadera naturaleza de la orquesta titular del teatro. Seria, digna, pero decididamente perfeptible en muchos detalles y, en este caso, sometida al criterio de un director que no pasa de hacer una labor aseada de acuerdo con una expresión que ni tan siquiera se atiene a las fórmulas más tópicas de la música de Rossini. «Crescendi» que no pasan de ser monótonas planicies, bajos carentes de vitalidad y ciertos problemas en los concertantes dibujan un panorama muy poco alentador. El «temporale» del segundo acto fue definitivo: el director forzado a un gesto extravertido mientras la orquesta no pasaba de chispear.
Del primer reparto cabe destacar de forma clara la interpretación de la mezzo italiana Serena Malfi pues es la única que posee igualdad vocal, que canta con coherencia y apunta una intención interesante. La frialdad de su actuación quizá no sea culpa propia pues son varios los momentos, particularmente en la cavatina «Una voce poco fa», en los que se manifiesta con personalidad propia. Como la tiene Susana Cordón, veterana en este «Barbero» y, por tanto, acostumbrada a hacer con interés y gracia el aria de Berta «I vecchiotto cerca moglie».
A partir de ahí todo es muy distinto. Dmitry Korchak, por timbre y volumen, podría ser un Almaviva muy estimable pero flaquea en el apoyo y son muchas las ocasiones en las que pasa por encima de los adornos y desafina el registro agudo. No obstante, ayer actúo reservón pues echó el resto con verdadera limpieza llegada su aria final «Cessa di più resistere». Descendiendo en el escalafón, Dmitry Ulyanov cantó la «La calunnia» con aburrimiento, poco ayudado por la orquesta y haciendo valer, únicamente, una estimable presencia vocal. El mismo punto que también tiene a favor el Bartolo de Bruno De Simone. Para el final queda Mario Cassi pues su Figaro es muy escaso, falto de «fiato», lleno de trucos y apenas interesante.
En 2005 el reparto también fue irregular, pero en aquel entonces lo verdaderamente bueno estaba a enorme distancia de lo menos favorable. Ahora «El barbero» es más homogéneo pero menos interesante. Y es pena porque redunda en el vuelo final de la producción firmada por Emilio Sagi: pulida ahora en algunos detalles, como antes sobreabundante en acciones secundarias, y siempre bien intencionada en su colorista y festivo remate. Definitivamente, tiene compañeros de viaje que le dan muy pocas alegrías. Alberto González Lapuente
EL PAÍS, 16/09
A este ‘tournedó’ le falta el madeira
Esta versión es correcta pero poco seductora, más de oficio que brillante
Los resultados artísticos no pasaron de la discreción para un espectador madrileño con cierta experiencia y nivel de exigencia, y, sin embargo, resultaron satisfactorios para los que se acercaban a este título por primera vez, por la sencilla razón de que esta ópera por sí misma es tan genial que puede con todo. En paralelo, una segundaopera buffa, con muy poca gracia, acaparaba las conversaciones en los pasillos del teatro en el intermedio, haciendo la competencia a los comentarios sobre la representación. Me refiero a la grotesca historia, en el fondo y en la forma, del relevo de la dirección artística en el Real. Lo que pude escuchar iba de lo sarcástico al escepticismo más delirante. Pero, en fin, como diría el cineasta Billy Wilder, “eso es otra historia”.
No es nada fácil interpretar a Rossini, dar con el estilo adecuado. Y más si se trata de un título enraizado en lo cómico. En vez de enfocar una obra como El barbero con un tono elegante en la tradición de la comedia de caracteres, se tiende a enfatizar, al subrayado fácil. El distanciamiento principal del espíritu rossiniano vino en la representación del Real del planteamiento musical. No dudo de la calidad profesional de Tomas Hanus en otros repertorios, pero su rossinicarecía de chispa, de intencionalidad, de levedad. Los crescendos eran vulgares, los contrastes demasiado marcados. Sí se ajustó, sin embargo, a los tiempos que necesitaban los cantantes, algunas veces rozando lo caprichoso. La puesta en escena de Sagi iba en otra dirección. Magistral en el comienzo, pletórica de hallazgos teatrales, desigual hasta el desconcierto, pendiente en todo momento de la vitalidad del baile. Me gustó más que en 2005, pero sigo percibiéndola como marcadamente racional, más pendiente de la organización que de la locura. Prefiero en los acercamientos a Rossini de Sagi esa pasión teatral que desarrolla de principio a fin en títulos como El viaje a Reims. Pero, en cualquier caso, su barbero es vistoso, colorista, alegre y tiene perspectiva teatral.
Dos cantantes que respondieron a las mil maravillas desde una dimensión escénica fueron Susana Cordón, como Berta, y el veterano Bruno de Simone como Don Bartolo, aunque se las viese y desease en el apartado puramente vocal. Serena Malfi posee un color vocal muy atractivo aunque su esperada aria Una voce poco fa fue atropellada en el fraseo y con un punto de retórica. Tal vez la voz más convincente fue la de Ulyanov como Don Basilio, con una Calumnia de peso. Discretos Mario Cassi como Fígaro, y Korchak como Conde de Almaviva. No fue un reparto para tirar cohetes, aunque hubo algunos detalles de mérito.
En líneas generales, fue una representación correcta pero poco seductora, más de oficio que brillante, más de trazo grueso que luminosa. Sin trufa ni foie, o, en plan más castizo, sin sal y pimienta. ¿Se imaginan un tournedó Rossini sin vino de Madeira o, al menos y como solución de emergencia, sin un Pedro Ximénez? Pues eso. Juan Angel Vela del Campo
EL PAÍS, 14/01/2005
La belleza efímera
La producción de El barbero de Sevilla estrenada ayer en el teatro Real admite varios niveles de lectura. Estaba adecuadamente planteada según se deducía de las declaraciones previas de su director escénico Emilio Sagi. Se hablaba de comedia elegante, se insistía en el tono de locura organizada y hasta se apuntaba una vinculación sevillana. Se intuía que todo iba a ir por el camino de la comedia de caracteres que tanto defiende Alberto Zedda, sin forzar en exceso lo bufo, salvo para subrayar el cambio de comicidad que lleva consigo el cambio de sociedad. Pero una cosa es la teoría y otra la práctica. Y así la comedia más que elegante fue pretendidamente seria, el orden se impuso a la locura y la vinculación sevillana se resolvió con una curiosa estilización folclorista pasada por la Comedia del Arte. La construcción del espacio bajo la Luna en la primera escena hizo presagiar lo mejor, pero las expectativas se desvanecieron pronto, ante una ambigüedad basada en el exceso: de figurantes en escena, de pasos de baile, de movimiento no siempre necesario. Durante toda la primera parte aquello no acababa de cuajar y, por si fuera poco, Gelmetti dirigía a piñón fijo, sin flexibilidad, sin vitalidad, sin tensión. El espectáculo no arrancaba. Es más, por momentos se iba viniendo abajo.
Y es que a Rossini le pasa un poco como a Mozart o Schubert. Con su esquema de “melodía sencilla, ritmo claro” parece todo muy sencillo pero, sin embargo, se requiere una transparencia en lo musical y en lo escénico que no son nada fáciles de conseguir. Las aproximaciones pueden ser muy diferentes, pues la música de Rossini está cercana a la abstracción, pero siempre es necesaria una coherencia que haga fluir la representación. Es lo que quizás faltó en la representación de ayer. Faltó un criterio unitario, faltó capacidad de fascinación, faltó ligereza.
Cumplía ayer 32 años el tenorissimo Juan Diego Flórez. Él sí imponía elegancia a su canto con esa hermosura de color que posee, pero le faltaba un punto de fuerza y así la primera gran ovación de la noche fue para la soprano navarra María Bayo con Una voce poco fa llena de intencionalidad expresiva. Contrastaba la carnalidad de Bayo con el idealismo de Flórez. Son dos formas de rossinismo que se complementan. De ellas podían llegar los momentos sublimes y, efectivamente, llegaron. Especialmente en el segundo acto, donde la contención de Sagi benefició el equilibrio sicológico de la acción aunque la explosión de colorido final, después de una noche en blanco y negro, rozó lo kitsch. Pero Flórez hizo honor a su fama con un excepcionalCessa di piú resistere y Bayo fue redondeando una actuación sobresaliente. Como actores también fueron hacia arriba y aquello, aunque sin la necesaria continuidad, empezó a coger temperatura teatral, además de vocal.
Ruggero Raimondi sacó a flote toda su experiencia para decir -y cantar- una Calumnia de tintes sombríos, Spagnoli hizo un Barbero sin demasiados contrastes y Praticó un Bartolo sencillamente plano. No fue la gran noche esperada a pesar de los destellos de Flórez y Bayo. Pero ni la orquesta, a las órdenes de Gelmetti, tuvo esa pulsación interna que demanda Rossini ni Sagi consiguió repetir la genialidad rossiniana de El viaje a Reims, tal vez porque se había creado demasiada presión ambiental alrededor de esta producción con televisión en directo el 25, en diferido por el canal franco-alemán Arte el 31, DVD, disco y otras zarandajas. La imperiosa necesidad de un éxito de campanillas ha jugado una mala pasada al Real. Así es la vida, qué le vamos a hacer. Pero la noche tuvo media docena de momentos vocales de los que compensan. Y María Bayo salió reivindicada y Juan Diego Flórez cautivó desde su belcantismo inigualable. No está tan mal, mirado así. Juan Angel Vela del Campo
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