Las críticas en la prensa nacional a “Alceste” en el Real
Con las críticas cosechadas no es extraño la debacle de taquilla para “Alceste” con más de 4.000 entradas sin vender:
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Parece que con “Alceste” no se ha cubierto el Real de gloria. Los abucheos han sido inmensos, también intensas algunas ovaciones. Pedro J tuiteaba “Estoy en el estreno de Alceste, atónito y deslumbrado por las referencias explícitas a lo que puede pasar en el seno de una Familia Real. Medio Teatro Real ha pateado con saña al director de escena Warlikowski, el otro medio -yo incluido- le ha vitoreado. Menudo editorial.”
Las críticas son claras y se dividen como el público. Negativas en La Razón y El Mundo y positiva en ABC y El País, en donde Vela del Campo vuelve a prestar servicio a Mortier. Acuerdo en la escasa adecuación vocal y discrepacias frente al nuevo director musical del teatro.
Preguntas: Se trata de una nueva producción que aborda el Real en solitario. ¿No estábamos internacionalizados? ¿O es que sólo podemos coproducir con Perlm? ¿Qué se hará el día que Denoke no esté en el reparto, porque ella es el abundante material audiovisual? ¿Por qué Warlikowski sigue en Madrid y asiste a cada función pero no sale a saludar? ¿Paga él su estancia y la de su pareja, contratado como su ayudante, durante estos días?
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La Razón, 28/02/2014
Ivor Bolton frente al capricho escénico
«Alceste» De Gluck. Intérpretes: P. Groves, A. Denoke, W. White. Dtor. musical: I. Bolton. Dtor escénico: K. Warlikowski. Orquesta y Coro del Teatro Real. T Real. Madrid.
Ivor Bolton hacía su primera aparición en el Real como nuevo director musical de la casa. Artista serio, cuidadoso de los timbres, respetuoso con los acentos, los ataques y los fraseos característicos del repertorio barroco y del clasicismo temprano. La orquesta sonó bien en sus manos, con adecuada dicción, con legato. En las danzas del segundo acto todo estuvo en su sitio y un aire ligero envolvió la escena. En las partes más dramáticas faltó quizá, en una formación lógicamente reducida, que incorporó trompas naturales –estupendamente tocadas por Puig, Cueves, Asensi y Escudero–, algo de impulso, de energía, de exactitud y de solemnidad clásica.
Bolton, que dirige sin batuta, estuvo muy atento al coro, que, en general, actuó empastado y potente, aunque no siempre afinado y más de una vez desajustado, como en el fugato del acto I o en el canto de gloria a Admeto. El nivel vocal no acompañó. Denoke no es cantante para este cometido. La voz, de tinte algo gutural, es poderosa en el centro y destemplada en el agudo, muy forzada en las frases amplias. Incapaz el tenor Groves, lírico-ligero ya sin brillo, que se desmoronó al final. Presentable Oliemans, un Hércules baritonal de buena cepa (un payaso aquí, como Apolo). Los demás rayaron a una plausible altura. Lo mismo que los numerosos figurantes.
A Warlikowski le gusta poblar toda la escena con algún contorsionismo, como en la recreación del Hades como una morgue. Movimientos gratuitos que nos privaban de penetrar en el meollo dramático cuando Alceste y Admeto dialogan viendo la muerte de cerca. La idea central parte de un paralelismo con la historia de Lady Di. Antes de empezar se nos obsequia con la proyección de una entrevista de unos diez minutos en los que la soprano, caracterizada como de tal guisa, nos cuenta sus desventuras palaciegas. La pretensión del regista de encontrar un paralelo entre la historia de la princesa y la de la reina Alceste es vana. Trata de «humanizar» la narración haciéndola banal y ridiculizando la presencia divina basándose, según afirma, en la obra original de Eurípides antes que en el libreto de Calzabigi –retocado y recreado por Le Blanc Du Roullet– y en la música solemne, severa, tan cargada de «ostinati» y maravillosos recursos vocales, de Gluck. Intento baldío, que mata los pasajes musicales más determinantes, como el comentado del tercer acto. O como el dramático y nuclear punto del segundo en el que Admeto se entera de que es su mujer quien se ha ofrecido en sacrificio para salvarle la vida. A Warlikowski se le ocurre la idea de sacar, al son de las palmas, a una bailarina flamenca, que se pasa lo que resta de acto contoneándose, incluso en los instantes más dolorosos. Quizá no hayamos entendido nada. Ya se sabe que Warlikowski trabaja para espectadores inteligentes. Los tontos abucheamos al final de lo lindo. Arturo Reverter
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EL MUNDO, 28/02/2014
‘ALCESTE’
La materia del sacrificio
Autor: C. W. Gluck. / Director musical: Ivor Bolton. / Director de escena: Krzysztof Warlikowski. / Reparto: Paul Groves, Angela Denoke, Willard White, Thomas Oliemans. Orquesta y Coro titulares. / Fecha: 27 de febrero.
Calificación:
Si el italiano Monteverdi modeló la forma de la ópera esculpiendo la nueva criatura con el esqueleto de una estructura dramática tan sólida como flexible, capaz de cubrirse con la carne palpitante de los huidizos sentimientos humanos, el alemán Gluck, un siglo después, procuró la madurez definitiva del peculiar invento, dotándolo nada menos que de las riquezas del intelecto, desde los resplandores de la lucidez hasta la gravedad de las normas de la ética. Ya a partir del siglo XVIII la ópera era capaz de profundizar en las tinieblas del comportamiento individual y social sin preocuparse demasiado de contar historias. Así, la admirable Alceste, que llega como una obra moderna, pues, reduce al mínimo la acción para ocuparse de un conflicto estrictamente moral, la materia del sacrificio.
La exquisita Alceste –o Alcestis, como se la conoce en español– se ofrece a entregarse a la muerte para librar de ella a su marido, como prueba de amor, una pasión con otros ecos: la lealtad al pueblo justifica mantener a su rey en el trono; someterse al capricho divino es un modo de reivindicar la dignidad del ser mortal; a la dádiva del esplendor conyugal la esposa agradecida responde ofreciendo su existencia.
Es evidente que el enjundioso asunto del drama permite, gracias a la escueta simplicidad de su argumento, una gran libertad a la hora de concebir la puesta en escena. Que en este caso se ha desplazado hasta una equiparación con la figura y circunstancias de Lady Di; la audacia arranca con una entrevista televisiva con la princesa, pero se admite en los primeros cuadros, cuando la simpática Diana visita un hospital y asiste a un oficio religioso. Después naufraga el invento, pues ya se han impuesto las carencias del espectáculo, que alcanzan, en distinto grado, a todos los artífices.
Angela Denoke es una artista esforzada, buena actriz y cantante eficaz en otros cometidos, pero no puede ser Alceste; su buen gusto no suple carencias de extensión, timbre y capacidad para sostener las notas agudas. Tampoco Paul Groves transmite la serenidad, el empaque y la confusión del rey, superado por un desconcierto moral, que en su caso es también vocal.
Ivor Bolton, tal vez despistado por la deriva hacia el capricho desenfrenado que es ya irremediable a partir del banquete, no acierta a dotar a la orquesta de la vivacidad, la hondura y el delicado paladeo de la música, comparada por un espectador con la calidad del encaje. El foso se empantana mientras el fantasma de una mujer rubia se cambia de ropa y de pendientes, zarandeada hasta un Hades convertido en morgue.
Quizá el error primordial no sea otro que el olvido de la materia del sacrificio, el debate ético, o moral, que anima la partitura y que aquí ni se vislumbra. Álvaro del Amo
Warlikowski vuelve a dividir al Teatro Real con su puesta en escena de ‘Alceste’
El estreno de ‘Alceste’, la ópera de Christoph Willibald Gluck (1714-1787), se ha saldado este jueves con un cruce de abucheos y aplausos hacia la puesta en escena del director polaco Krzysztof Warlikowski, que ha reintepretado la dramática historia de una reina que se entrega a la muerte para salvar a su marido tomando como referencia la figura de Lady Di.
La ópera, que retoma una obra de Eurípides del siglo V antes de Cristo, es una de las piezas clave del clasicismo musical y su huella se puede notar en la producción de otro genio de la época, Mozart. Un especialista en aquel periodo, Ivor Bolton, recientemente designado como director musical del coliseo madrileño para la próxima temporada, ha sido el encargado de dirigir a la orquesta en esta producción, una de las apuestas de Gerard Mortier para la última temporada diseñada íntegramente por él.
Los encargados de dar vida a la pareja protagonista en esta noche de estreno han sido la soprano alemana Angela Denoke, como Alceste, y el tenor estadounidense Paul Groves, como el rey Admète. La interpretación vocal de ella ha sido peor acogida que la de su ‘parteneire’, pero quien ha cosechado la mayor ovación ha sido para el bajo-barítono Willard White, en su doble papel de sumo sacerdote de Apolo y de Tánatos, personificación de la muerte. También el coro del Real ha sido bien recibido.
La apuesta de Warlikowski ha incluido, al comienzo de la representación, de una dramatización de la entrevista que concedió Lady Di en la que indicó su intención de separarse de Carlos, príncipe de Gales, argumentando que tres son demasiados para una relación, en referencia a los tratos que mantenía el heredero al trono británico con Camilla Parker Bowles.
A partir de ahí, el director polaco ha escogido centrarse en la representación de los conflictos internos del matrimonio Real, con abundante uso de proyecciones para subrayar el drama en una familia azotada por el castigo de los dioses. Warlikowski, que ya había generado una gran polémica en abril de 2011 con el estreno de su versión de ‘El rey Roger’, ha vuelto a ver cómo parte del público del Real pateaba su propuesta. El tercer acto, que tiene lugar en una morgue llena de cuerpos que cobran vida y se restriegan unos contra otros, ha polarizado especialmente a los asistentes. Dario Prieto
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ABC, 28/02/2014
«ALCESTE». C. W. GLUCK Dirección musical: Ivor Bolton. Dirección de escena: Krzysztof Warlikowski. Escenografía y
figurines: Malgorzata Szczesniak. Video: Denis Guéguin. Intérpretes: Paul Groves, Angela Denoke, Willard White, Magnus Staveland, Thomas Oliemans. Coro y Orquesta del Teatro Real. Lugar: Teatro Real. 27-II-2014
Abucheos a Warlikowski cuando aparece a saludar después de un montaje de proporciones épicas e intensamente conmovedor, en el que el director polaco se las arregla para dar vida, e incluso actualidad, a una ópera montóna a pesar de sus muchas bellezas y lastrada por un libreto imposible. ¿Por qué? ¿Por su versión de Hades como un depósito de cadáveres lleno de muertos semidesnudos? ¿Por sus escenas de sexo post mortem? ¿Pero no es eso Propercio y también Quevedo, «amor constante después de la muerte»? Pero dejando aparte algunas elecciones arriesgadas, este Alceste es por encima de todo un canto al amor conyugal, al sacrificio y a los sentimientos más nobles del ser humano, esos que nos hemos acostumbrado, quién sabe por qué, a identificar con lo conservador y con lo pacato y que son, en realidad, aquello que la música pretende salvar por encima de todo.
Pocas veces hemos visto en un teatro de ópera un canto tan sensible al amor que tienen los padres por sus hijos, pocas veces unos niños en escena han tenido más sentido y han estado tratatados con más humor y ternura que en este Alceste sorprendente y lleno de detalles, una verdadera fiesta teatral. Hay momentos de verdadera intensidad puramente humana, teatral, en el Alceste de Warlikowski, como ese momento desgarrador en que la reina, que sabe que va a morir, se abalanza sobre Evandro y le besa desesperadamente. Y la reacción que provoca entre los cortesanos, consternados, conmovidos.
Todo sucede en los espacios misteriosos y vagamente futuristas de Szczesniak, la escenógrafa habitual del director, verdadera maga y maestra de la poesía del espacio, que aprovecha al máximo la enorme profundidad del escenario del Real (¡pobres los de los palcos, sobre todo los de la izquierda!) y que crea siempre puntos de fuga imposibles, cavernas infinitas, audaces construcciones de sombra y profundidad, multitudes que surgen y desaparecen movidas suavemente por las poderosas máquinas del Real. ¿Sabían ustedes que muchas veces no se usan todos los recursos técnicos del teatro para no crear montajes que sean imposibles de reproducir en todas partes? Suyos son también los magníficos figurines, que ponen colores en una música que, como ya advertía Berlioz, tiende casi todo el rato al gris funeral. También nos han sorprendido los magníficos vídeos de Guéguin, y eso después de haber pensado, a raíz del reciente Tristán, que video y ópera debían de ir por caminos diferentes. Muy bonitos, y en algunos casos tan bonitos como los de Viola.
Qué lástima que la parte vocal no haya estado tan a la altura. Destacaba Paul Groves, que ya grabó Adméte con Gardiner, y cuyo timbre lírico y ligero va muy bien con la ópera dieciochesca. Pero Angela Denoke, a pesar de la belleza del timbre y de la impresionante presencia escénica, mostraba claras dificultades en el registro agudo. Una lástima, porque su inteligencia y musicalidad están intactas. Tampoco Willard White es ya lo que fue, y su voz sonaba forzada y bronca, con dificultades de articulación. Thomas Oliemans era un buen Hércules, con una voz potente y clara. Destacaba el papel del coro, omnipresente en esta ópera. Muy bien Ivor Bolton, nuevo director musical del Real, que intentaba dar variedad y color a la oscura orquesta de Gluck, un compositor que no se molestaba en dejar constancia escrita de todo aquello que pretendía de sus intérpretes, y cuyas intenciones muchas veces es necesario adivinar. En definitiva, un gran montaje que abre muchos temas sobre los que pensar. Una verdadera experiencia. Andrés Ibáñez
El País, 4/03/2014
Un espectáculo inquietante
A finales del pasado noviembre Kirill Petrenko, triunfador este verano como director de El Anillo del Nibelungo en el Festival de Bayreuth, se presentaba como nuevo titular musical de la Bayerische Staatsoper de Múnich con la ópera La mujer sin sombra, de Richard Strauss. Para la escena contaba con uno de los directores más solicitados de la escena mundial en estos momentos, el polaco Warlikowski. En la conservadora Múnich el éxito fue incuestionable. Warlikowski es, por otra parte, uno de los directores de cabecera en los últimos tiempos de Gerard Mortier, ahora curiosamente etiquetado como “consejero artístico” del teatro Real. Król Roger y Poppea e Nerone ya se habían visto en el coliseo de la plaza de Oriente, antes de la versión francesa de Alceste, de Gluck. No era, pues, una apuesta estética que pillara excesivamente por sorpresa.
La “originalidad” de entrada consistía en una entrevista filmada con una supuesta Lady Di, a la que se relacionaba más o menos sutilmente con el personaje de Alceste. El juego escénico que se planteaba era, pues, la combinación dialéctica del drama trágico de Eurípides, con la versión francesa de François-Louis Gand Le Blanc du Roullet sobre el libreto original de Ranieri de Calzabigi para la ópera de Gluck, y una actualización con diálogos añadidos que en cierto modo ponía en una mentalidad de nuestro tiempo la eterna reflexión teatral y musical sobre la vida, el amor y la muerte de la que se partía. La inquietante estética de espacios abiertos con mesas enormes, micrófonos, luces entre la modernidad y la irrealidad, cristales en el límite de la ensoñación, y un inevitable lavabo, no obstaculizaba, cuando era necesario, que se recurriera a una pintura clásica de Patinir y su viaje por la laguna Estigia, donde Caronte aguarda. En el sanatorio, o tanatorio, se percibe un clima de pesadilla, locura o desesperación. Estamos en el umbral de la vida y la muerte. El drama clásico se viste con una estética futurista. Gélida, más que fría, en ocasiones, pero de un irresistible magnetismo. Que una bailaora de flamenco detenga la música de Gluck en una comida y se acompañe de unas palmas fúnebres -por la sosería- me parece una trivialidad innecesaria por lo que supone de interrupción de la tensión musical. Que luego baile en silencio, o haga lo que le de la gana en un rincón de la escena, refuerza incluso la atmósfera de irracionalidad.
Sobre ese fondo plástico hiperrealista, por llamarlo de una manera familiar, los cantantes despliegan su capacidad teatral. Angela Denoke, Paul Groves y Willard White son mortieristas militantes y, por tanto, se encuentran a gusto en esta visión escénica de la estética y de la ética. Personalmente, eché de menos a la en principio anunciada Anna Caterina Antonacci, extraordinaria en este repertorio, pero Denoke es una gran artista y mantiene el tipo con un poderío escénico fuera de lo común. Otra cuestión es el estilo, en esta ocasión bastante discutible. Groves y White también responden con soltura al desafío, aunque sin brillantez. El coro se mantiene a sus niveles habituales de corrección, pero no a la altura del protagonismo que la obra demanda.
En el foso un director tan impulsivo como Ivor Bolton dejó algunas pistas sobre lo que puede ser su papel como director musical del Real a partir de la temporada 2015/16. Infundió energía y entusiasmo, pero a nivel global el resultado musical está aun lejos de lo que conseguía, pongamos por caso, en la Bayerische Staatsoper de Múnich con títulos como Rodelinda, Alcina o Ariodante, de Haendel, o La Calisto, de Cavalli. En el libro-programa de esta última en la capital bávara, hace casi una década, había un texto de Álvaro Torrente, flamante nuevo director del ICCMU, que ahora firma un más que interesante artículo en el programilla de mano del Real. En 2014 se cumplen 300 años del nacimiento de Gluck. No sé si estas representaciones de Alceste suponen el mejor homenaje posible, pero algo es algo. Juan Angel Vela del Campo
ABC CULTURAL, 5/03/2014
De Gluck a Gluck
Gluck es un compositor asombroso. Sus líneas son puras, naturales, sin afeites ni adornos. Digamos que la melodía en sí misma, en su limpísima estilización, constituye su propio adorno. Sus óperas requieren voces de gran personalidad, porque el compositor las pone a brillar solas y tienen que seducir a la gente por su propia gracia, su color, su sentido de la frase, su energía interna y su vitalidad, sin poder acudir a florituras ni agudazos. Cuando las voces no dan la talla, el espectáculo entero se viene abajo. Es verdad que eso les pasa a todos los compositores, pero a Gluck, más. En Madrid acabamos de vivir dos ejemplos contrapuestos. El Orfeo y Euridice en el Auditorio Nacional, en versión de concierto, y la Alceste en el Teatro Real. El Orfeo del CNDM nos tuvo hora y media en vilo, pendientes de Bejun Mehta y del último giro de su voz, que tiene un cuerpo y una expresividad inauditas en un contratenor. Minkowski y sus Musiciens du Louvre, le daban réplica con perfección técnica y adecuación estilística. Alceste también nos tiene en vilo, pero por otros motivos. La soprano Angela Denoke no da la talla y tiene al público pendiente de si derrapará o no en la próxima curva. El tenor Paul Groves no alcanza a salvar la situación y el director musical Ivor Bolton, tampoco. Es el nuevo titular de ese foso y tiene mucha tarea por delante para refinar el sonido de la Orquesta, que lleva años dejada de la mano de Dios.
Esta Alceste es, por lo demás, una exhibición del director de escena, que se sube por encima de sus obligaciones y se apropia del espectáculo. Hoy en día, lo hacen casi todos. En la ópera han reinado también otros: cantantes, empresarios y directores musicales han detentado sucesivamente largas dictaduras. Hoy vivimos la del “regista”. Cuando hay talento y, sobre todo, acierto, todo son parabienes y a todos nos da igual el desequilibrio, pero cuando no es así, mal asunto.
En Alceste Krzysztof Warlikowski se pone delante de todos y dice, olvidaos del compositor, de la música, de las voces y de la orquesta y miradme a mí. Olvidaos de la historia que querían contar Gluck y sus libretistas y hacedme caso a mí, que os voy a contar mi propio cuento. Tiene los mismos personajes y las mismas palabras pero es un cuento muy distinto. Un cuento de hoy, con monarquías televisivas y entrevistas sálvame. Qué arrogancia, podemos pensar, pero ahí no está el problema. El arte —oficio de creadores, o Creadores— es todo él arrogancia. Sobre las tablas, no hay sitio para la timidez. El problema es que los demás remeros de este barco reman en la otra dirección. El director musical se deja la vida en el esfuerzo de respetar hasta la última indicación escrita en la partitura y en hacer sonar los instrumentos como creemos que sonaban en el siglo XVIII. El de escena, por el contrario, retuerce situaciones y personajes para deshacerse de la historia original y contar la suya, el spin-off. La música tira para un lado y la escena para el contrario y el pobre espectador no sabe qué partido tomar. Ese es el problema.
El episodio final de Alceste en el Hades no deja de tener su gracia. Es una morgue tipo CSI donde los fiambres resucitan y se lanzan unos sobre otros tremolantes y follantes. Me recordaba a “Thriller” por lo uno, el tembleque de los zombis, y a “No es serio este cementerio” («…y los viernes y tal / si en la fosa no hay plan…») por lo otro, el fornicio postmortem. Pero montar una ópera de tres horas, gran tragedia heroica, para conseguir una sonrisa de chiste (o dos, si contamos la broma del tablao flamenco) me parece un esfuerzo innecesario.
Mira que me gusta el teatro, casi más que la música, pero desde que padecemos registitis —inflamación de la dirección de escena— cada vez me atrae más la ópera en concierto, que no deja de ser ópera por mucho que la escena se reduzca a un gesto y un par de miradas. Prima la musica e poi, molto poi, le parole y todo lo demás. Álvaro Guibert
Primera publicación: 28/02/2014
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