Las críticas en prensa al Concierto de Año Nuevo
Comienzan a publicarse en papel las críticas al Concierto de Año Nuevo en la Musikverein de Viena y, como habitualmente, deseamos que ustedes tengan una idea lo más completa posible de lo que son estas representaciones, comparando lo que expresan -que no siempre es lo que piensan realmente- unos y otros críticos. A la edición de este año unos la califican como austera y otros como convencional.
ABC
01/01/2018
Muti no se sale del guion en un convencional concierto de Año Nuevo en Viena
Ante el concierto de Año Nuevo en Viena abunda el entusiasmo, a tenor del número de receptores que se mantienen fieles al evento…En lo que a España se refiere, la transmisión llegó gracias a RTVE y varios de sus canales de radio y televisión. Martín Llade se ocupó de presentar el concierto anotando su nombre junto al de otros históricos compañeros como Fernando Argenta, Carlos Herráiz, Rafael Taibo o, en los últimos años, José Luis Pérez de Artega, fallecido recientemente. A él dedicó la transmisión, y pensando en él recuperó su peculiar comunicabilidad, siempre entusiasta, a ratos simpática y en ocasiones decididamente optimista. Porque no todos son flores en este concierto que también tiene sus altibajos… Habría que escribir mucho sobre Muti… Con todos los matices que se quieran poner a una interpretación escuchada a través de la radio y la televisión, el concierto de Año Nuevo fue aburrido en su primera mitad… Vino a levantar el ánimo la polca rápida «Freikugeln». Los siempre encantadores «Cuentos de los bosques de Viena» (convertidos ahora en viñedos por mor de la imagen televisiva) tuvieron desarrollo con la participación de la citarista Barbara Laister-Ebner. Se mantuvo incólume la esperanza ante la «Fest-Marsch». Y volvió la rutina con la polca mazurca «Stadt und Land». Ni tan siquiera revivió ese «An der schönen blauen Donau» sin historia. En medio del paréntesis de esperanza sonó la «Stephanie gavotte» de Alphons Czibulka, verdadera novedad musical, entre otras varias, de este concierto.
Ni un detalle instrumental original, ni una ocasión para el regocijo general más allá de la buena construcción de algunos valses («Rosen aus dem Süden»), ni un gesto que pareciera fuera del guion. La edición 2018 del concierto de Año Nuevo en Viena se instaló en lo convencional, acústica y visualmente, gracias a la pudorosa realización de Henning Kasten demasiado pegada a lo previsible y muy poco al gesto del momento… Alberto González Lapuente
EL PAÍS
01/01/2018
Con los Strauss, bromas ninguna
Riccardo Muti rechazó la primera invitación de la Filarmónica de Viena para dirigir el Concierto de Año Nuevo, en 1993. Pensaba que la música de la dinastía Strauss no corría por sus venas; que un napolitano no pintaba nada el 1 de enero subido al podio del Musikverein. La orquesta vienesa trató de convencerle tirando de vínculos musicales e históricos. Pero Muti solo aceptó al comprender que Schubert, cuya integral sinfónica acababa de grabar admirablemente con ellos, era la puerta de acceso a los Strauss. Allí estaba esa mezcla tan autóctona entre lo culto y lo popular. Y comprendió que lo vienés fue puro mestizaje hasta el final del Imperio austrohúngaro. Stefan Zweig lo explicó con maestría, en El mundo de ayer.
Los 76 años han aportado a Muti una altura de miras para hacer un Concierto de Año Nuevo diferente a todo lo que conocíamos: completamente austero, aplicando la energía justa a cada obra, pero tremendamente musical. Y con un sentido del dialecto vienés ciertamente admirable. Está claro que la edad aporta unas cosas y resta otras. Lo vimos, nada más comenzar, con su solemne y algo pomposa Marcha de entrada, de El barón gitano, de Johann Strauss hijo. En Frescos de Viena, de Josef Strauss, primó la elegancia del vino añejo frente a la juventud del champán. Hubo sutiles guiños cómicos en la polca francesa, Buscando esposa, también de El barón gitano. Y la Filarmónica de Viena liberó al maestro napolitano del desgaste físico de las polcas rápidas, como Sangre ligera, de Johann hijo, donde Muti con pocos gestos consiguió grandes resultados. Cerró la primera parte lo menos interesante del concierto: dos obras de Johann Strauss padre: Valses de María y Galop sobre el Guillermo Tell rossiniano.
La segunda parte mejoró considerablemente con una brillante obertura de Boccaccio, de Franz von Suppé. Muti ejerció de maestro incuestionable del melodrama italiano, un perfume que abunda en esta partitura de quien conoció a Donizetti y Verdi en Milán. Y llegó uno de los primeros momentos especiales: el vals Flores de mirto, de Johann hijo, donde Muti dio una lección sobre el arte de decir el vals, conjugando con naturalidad esa asimetría tan autóctona: un, dos (y quizá), tres. De la Gavota de Estefanía, de Alfons Czibulka, fue más interesante la escena de ballet que contó con el vestuario moderno y elegante del leridano Jordi Roig.
Las polcas volvieron a ser propiedad de la orquesta, aunque con la cuidadosa supervisión de Muti, tal como demostró en Balas mágicas yTruenos y relámpagos, de Johann hijo o en Carta al editor de su hermano Josef. El director italiano volvió a sentar cátedra dirigiendo valses en Cuentos en los bosques de Viena, en su versión con cítara para mostrar el nexo entre lo urbano y lo rural. Por momentos, lo vimos flotar con ese manejo del rubato, en la polca-mazurca Ciudad y campo, de Johann hijo. E ideal fue su versión de la cuadrilla sobre el Ballo in maschera, conjuntando el aura verdiana con el estilo de los Strauss.
Pero lo mejor llegaría al final. Primero con su versión del vals Rosas del Sur, que sonó pleno de luz napolitana, aunque oculto por una atractiva escena de ballet. Y, después en el famosísimo vals El bello Danubio azul, con ese cremoso fluir del tempo que competía con las imágenes del Danubio emitidas por Henning Kasten en su excelente realización televisiva. Muti felicitó el año en la forma tradicional y dirigió con total autoridad el palmeo del público en la Marcha Radetzky sin concesiones al humor. Lo decía con la mirada: “Con los Strauss, bromas ninguna”. Pablo L. Rodríguez
EL MUNDO
01/01/2018
Concierto de Año Nuevo: Muti se sale en Viena
El más célebre y difundido de los conciertos clásicos de todo el año es el que lo abre desde la Musikverein de Viena. Un concierto que se celebraba ahora por vez número78 desde que Willy Boskovsky, concertino de la Filarmónica de Viena, lo creara más bien como una diversión local y familiar. Pero el concierto se expandió y la televisión acabó convirtiéndolo en un acontecimiento mundialmente esperado por el que suspiran los más grandes directores. Este año volvía unas de las máximas batutas de la hora actual, el napolitano Riccardo Muti, actual titular de la Orquesta de Chicago, y que lo fuera de La Scala milanesa. Era su quinta vez, pero no había regresado desde 2004. Su debut fue en 1993.
Como es sabido, el programa lo componen mayoritariamente polkas y valses de la familia Strauss, esencialmente de los dos Johann, padre e hijo. Con obras recurrentes y otras nuevas. Este año sonaron varias que nunca habían figurado en años anteriores. Así, Mutti rescató del padre Vals de María y del hijo Sangre leve y Myrthenblüten. De Josef Strauss, hijo y hermano de los dos, sonaron los Frescos vieneses. Pero Muti también volvía la vista a su Italia natal con obras que los Strauss hicieron sobre óperas italianas. El padre reapareció con un galope sobre el Guillermo Tell de Rossini y el hijo con una cuadrilla sobre el Baile de Máscaras de Verdi. Otra novedad era la obertura de Bocaccio de Franz von Suppé, autor que aparece regularmente en estos conciertos y, mucho menos conocido, un autor del imperio austrohúngaro que hoy sería eslovaco, el director de bandas militares Alphons Czibulka (1842-1894), con su gavota Estefanía. Entretejidas piezas bien conocidas como los valses Cuentos de los bosques de Viena o Rosas del sur.
El concierto terminaba oficialmente con Enviado, polka de Josef Strauss, pero es bien conocido el ceremonial tradicional subsiguiente. La Filarmónica inicia el celebérrimo Danubio Azul, una pieza famosísima. Nada menos que Brahms escribió en el abanico de la señora de Strauss hijo los primeros compases con la leyenda: “Desgraciadamente no es de Brahms”. Con él los músicos felicitan el año a la sala y al mundo. Y como propina extra, otra celebérrima pieza, la Marcha Radetzky que, mal que bien, es ritmada con palmas por los espectadores. Concluyó así el rito, Muti dirigió con autoridad y flexible musicalidad demostrando por qué es uno de los grandes y la Filarmónica demostró que es una orquesta de enorme talla internacional.
La televisión austriaca, impecable, ilustró con imágenes de la Biblioteca de Viena y ballets. En el intermedio con un documental sobre el modernismo vienés con Klimt, Schiele, Moser y el arquitecto Otto Wagner en sus centenarios. Presentó con total dignidad Martín Llade que sucedía al llorado José Luis Pérez de Arteaga, y el público internacional de la sala, que saca las carísimas entradas con enorme antelación, agradeció un concierto, entre los más brillantes de los últimos años. Quedó inaugurado el año musical. Tomás Marco
LA RAZÓN
01/01/2018
Muti: Musical y rigurosa evocación
Viena, Concierto de Año Nuevo. Orquesta Filarmónica. Director: Riccardo Muti. Musikverein, 1 de enero de 2018.
Aparecía Muti por quinta vez en esta famosa cita, que ha celebrado ya, con esta edición, su septuagésimo octavo cumpleaños. Esa presencia, y lo ha vuelto a acreditar, es sinónimo de solvencia, seguridad y rigor musical. Qué duda cabe de que el napolitano es, a sus 76 años, uno de los grandes directores del presente; y para el crítico Paolo Isotta el más grande. Afirmación, como todas las categóricas, discutible. Aunque no quepa dudar de su enorme autoridad. El cetrino maestro, alumno del histórico y malogrado Guido Cantelli, se impuso desde el principio de su carrera como fuerza emergente por su seriedad, su seguridad, su concisa técnica y su sólido concepto musical.
Ahí lo tenemos, erguido, con su crespo y largo pelo con raya al medio, sin aspavientos, con firmeza, de nuevo en el podio de una orquesta a la que ha dirigido centenares de veces, con su cara de póker –aunque lo hemos visto casi sonriente en esta ocasión- y sus modos autoritarios que esconden un discurso elocuente y un criterio que alimenta concepciones plenas de una tensión heredera de las manejadas por Toscanini, aunque con el toque elegante y teatral de Giulini. La soberbia disposición de los amplios brazos, el gesto ceñudo, la clara ondulación de la batuta, el férreo control del ritmo son bazas que dan seguridad a las formaciones a sus órdenes, tanto vocales como instrumentales.
Bien que en esta oportunidad hayamos visto al maestro muy contenido –la edad manda- e incluso estatuario, sin marcar durante muchos compases, sabedor de la profesionalidad de unos instrumentistas que prácticamente no necesitan esa guía. El concierto discurrió de manera fluida, sin altibajos, sin sorpresas a partir del conocimiento de la formación vienesa y de la autoridad del director. En tal sentido, no hubo sorpresas ni sustos, como los de la pasada edición con Dudamel en el podio, que, de todas formas, consiguió espectaculares efectos. La batuta de Muti se batió segura, firme, elástica, flexible y convincente. Desde el mismo comienzo con el pórtico de la “Marcha-obertura” de “El Barón gitano” de Johann Strauss hijo, en la que ya advertimos algo que nos habría de acompañar hasta el final: la inteligente amplitud del fraseo, la moderación de los “tempi”, la elegancia del trazo, lo equilibrado de la expresión, ni plana ni enfática. Bajo el perenne manto de la seriedad Muti y la Filarmónica hacían música; y de la buena.
Ese dejarse ir, esa manera de acentuar, tan natural y lógica, esa observancia, desde presupuestos meridionales, del necesario “rubato”, quedaron ya firmemente labrados desde el mismo inicio de la sesión. El solo de chelo del vals “Frescos de Viena”, magníficamente expuesto por el primer atril, dio paso a un majestuoso arranque del compás de 3/4. La polka francesa “Cortejo nupcial” de Johann Strauss hijo fue tomando velocidad paulatina y contagiosamente y la ligereza, con estupendos pianísimos y acentos de notable sequedad, se adueñaron de la polka siguiente, “Sangre liviana”, del mismo autor. El “Vals de María” de Johann padre, una novedad, fue atacado con gran parsimonia y espléndida y exacta acentuación, con paulatina aplicación del “acellerando”. La batuta esculpió con finura y suavidad el delicadísimo encaje. El galop sobre “Guillermo Tell” de Rossini del mismo padre de la dinastía cerró con mucho aire la primera parte del concierto.
En el descanso televisivo la RTVE austriaca nos regaló con un estupendo documental, adornado con músicas de los Strauss, Tcherepnin, Maysedes y otros, que nos mostró muy bellas imágenes de la Viena modernista, con las edificaciones del arquitecto Otto Wagner como singular reclamo. En la segunda mitad del concierto nos enfrentamos a la obertura de “Boccaccio” de Suppé, que se abre con unas suaves notas de trompa que se asemejan al comienzo del “Danubio azul” y que actúan de elemento motor en una amena construcción llevada en volandas por la batuta. El vals “Flores de mirto”, de Johann II, encontramos buen hacer, pero también una cierta falta de gracia fraseológica.
Después de la novedad de la gavota “Estefanía” de Alphons Czibulka, admiramos la notable precisión en páginas como las polkas rápidas “Balas mágicas” y “Truenos y relámpagos” de Johann II y “Enviado” de su hermano Josef. En la polka-mazurka “Ciudad y país” se dibujó una contagiosa lentitud, de airosos acentos, y en la cuadrilla sobre “Un ballo in maschera” de Verdi afloró la vena italiana del director, sugerente siempre, armonioso de gesto y de figura. En el vals “Rosas del sur” de Johann II se nos brindó un hermoso ballet con coreografía de Davide Bombana.
Uno de los momentos cumbre fue a interpretación del gran vals “Cuentos de los bosques de Viena” de Johann II, en el que Muti recuperó, de acuerdo con la partitura original, el dulce sonido de la cítara. La batuta se dejó mecer casi sensualmente en la reexposición del tema principal y narró la peripecia, ilustrada con bellas imágenes alusivas en la transmisión televisiva, con transparencia y minuciosidad. Como es norma, todo concluyó con el esperado “Danubio azul”, trazado con un detallismo sorprendente, y con la aplaudida “Marcha Radetzky”. Cosa insólita: no hubo ni una sola Graciela en todo el concierto: ni un confeti, ni un disparo de una escopeta, ni un matasuegras. Muti es en verdad un rector severo y circunspecto. Pero la sonrisa aletea bajo su adusta actitud. Y eso se notó en un acto como éste, en el que se conmemoraban distintos centenarios, como el del fin de la primera guerra mundial; o el de las muertes de artistas como Otto Wagner, Koloman Moser o Gustav Klimt. La narración televisiva y radiofónica corrió a cargo de Martín Llade, programador de Radio Clásica, que evocó más de una vez la figura de su antecesor, el desaparecido José Luis Pérez de Arteaga. Su labor fue encomiable. Arturo Reverter
Los últimos Conciertos de Año Nuevo de la Wiener, la verdad me decepcionan. Añoro a Jansons, Harnoncourt,
Maazel, Preté…hasta quizá a Welser-Möst. Thielemann es un gran director, pero lo veo demasiado serio para dirigir este
concierto, veremos que pasa en su día