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Por Publicado el: 18/09/2015Categorías: Recomendación

LAS RAZONES DE UN ESCÉPTICO

 

LAS RAZONES DE UN ESCÉPTICO

Hay razones para no perderse el primer título que propone el Teatro Real para dar comienzo a su temporada de ópera. Y todas ellas perfectamente asumibles tanto por aquellos aficionados que empaticen con el bel canto como por aquellos –como me sucede a mí- que no les ocurra eso salvo en contadas ocasiones.

Roberto Devereux - Donizetti - Welsh National Opera - Wales Millennium Centre Sarah (Duchess of Nottingham) - Leah-Marian Jones Elisabetta (Queen of England) - Alexandra Deshorties Guglielmo Cecil (Lord William Cecil) - Geraint Dodd Un paggia (a page) - George Newton-Fitzgeral Gualiero Raleigh (Sir Walter Raleigh) - William Allenby Roberto Devereux (Robert, Earl of Essex) - Leonardo Capalbo Duca di Nottingham (Duke of Nottingham) - David Kempster Un familiare di Nottingham (Nottingham's servant) - Stephen Wells Conductor - Daniele Rustioni Director - Alessandro Talevi Designer - Madeleine Boyd Lighting - Matthew Haskins

         Cada vez veo más claro que la ópera es un muerto viviente que solo se mantiene en pie a base de maquillajes varios. Y la ópera belcantista es la campeona en esta carrera hacia ninguna parte organizada por los teatros de ópera, consistente en realizar los más ímprobos esfuerzos para convertir piezas de museo –a veces de extraordinario valor musical, otras más bien lo contrario- en baluarte de la creación dramática actual. O en otras palabras: la necesidad permanente de convertir en contemporáneo lo que no puede serlo de ninguna manera, suele desacreditar el empeño; una ópera escrita en el siglo XVIII es lo que es, y se la ama como es o deja de ser lo que es. Obviamente, en esta guerra entre obra e interpretación solo tienen un protagonismo básico los directores de escena; los  cantantes y los directores de orquesta están en otra distinta, que es igual de antigua que los propios títulos; los cantantes,  con cantar bien, y los directores,  con hacer que lo que cantan los anteriores sea musicalmente interesante y que la orquesta no solo sea un adorno, ya tienen bastante. Y nadie debe de rasgarse las vestiduras al leer esto. En el mundo del cine (sin duda una arte sí contemporáneo), por ejemplo, nadie se extraña de que un actor/actriz esté inmenso en una película que es un bodrio; o que tal actor o cual actriz no tengan absolutamente nada que decir cuando uno les pregunta algo, es decir sean unos auténticos catetos en su vida real, y si embargo luego llenen la pantalla como astros fulgurantes: no son sino plastelina, que debe ser modelada por el director de turno. Pues parece que en la ópera hoy las cosas no son tan así; parece que la necesidad de convertir sus –las más de las veces- encorsetados argumentos en historias entendibles, llevan a los teatros a confiar a los directores de escena la máxima responsabilidad interpretativa, olvidando que sin cantantes (gente que dice texto, no que emite sonidos)  ni director  (gente que convierte en música ese texto, que moldea esa ´plastelina´ llamada cantante), una ópera como, por ejemplo, Roberto Devereux , a pesar de ser un muy interesante título, sería difícil de digerir por un receptor no especialmente aficionado.

       Dicho lo cual, ¿a qué razones me refería antes?  Pues la primera y principal a que se trata de una ópera que no necesita ninguna ayuda escénica para ser comprendida, admirada y disfrutada, porque el pulso dramático que imponen sus personajes es de una extraordinaria autenticidad. Algo que desde luego no es frecuente en la ópera seria italiana pre-verdiana, e incluso en parte del primer Verdi. Roberto Devereux  no deja de ser una pieza de museo, pero no es fondo de catálogo museístico; debe colgar en una de esas paredes que las pinacotecas escogen para mostrar las grandes obras. Es una ópera con muy pocos tiempos muertos; el relato de una historia de pasiones perfectamente comprensibles y asumibles sin que ningún director de escena tenga que convertir a los personajes en émulos sicológicos de perversos o desviados sentimientos o a la época en que transcurren los acontecimientos en filosofía espacio-temporal de serie de televisión para que el espectador comprenda lo que sucede. No sé qué hará Alessandro Talevi al respecto, pero por lo que nos cuenta en el programa de mano, parece que sus propósitos no son en exceso heterodoxos; parece que su puesta en escena se va a basar en un estudio cabal de los resortes que pone en marcha cada personaje para conseguir sus fines, lo que de entrada es muy de aplaudir.

        Más razones. Los cantantes y el director musical. En el primer reparto estará Mariella Devia, una cantante que garantiza solidez para la complicada Elisabetta, una soprano lírica de amplio espectro que debe de actuar desde el minuto uno. Gregory Kunde será Devereux; Silvia Tro, Sara, y Alessandro Luongo,  el bravo Nottingham. Parece más que suficiente. En cuanto al director musical, me es difícil hablar de él. Pocas veces he visto en Bruno Campanella algo más que un especialista en bel canto con bastante docilidad ante los cantantes, aunque, eso sí, con buen oficio. Claro es que a lo mejor para un especialista en bel canto lo más adecuado sea eso. Pues no; me niego a ello. Cuando un director como es debido toma las riendas de una ópera del ´fondo´ musical de Roberto Devereux las cosas cambian mucho. Por ejemplo, hay una versión en disco de esta obra dirigida por Charles Mackerras en la que sucede algo tan poco frecuente en estos casos como que ningún cantante (y en ella está, sin ir más lejos, Beverly Sills haciendo de Elisabetta) le tose lo más mínimo; todos ellos está en su puño, con un resultado tan espectacular que redime a los más escépticos. Mackerras no era especialista en bel canto.

         Conclusión: si por las razones que sea es necesario que los teatros de ópera prosigan sus idilios con la ópera belcantista, por favor escójase bien, como en este caso. Que a nadie se lo ocurran excentricidades. Veo muy bien programar una ópera como Roberto Devereux,  pero no entendería que piezas como, por ejemplo, Pia de´Tolemei, Olivo e Pasquale o Marino Faliero, que se han podido ver alguna vez por ahí, aterrizaran en un teatro como el Real, cuando todavía hay bastante ópera italiana inédita en él. Por ejemplo, los dos ´faustos´ de Boito y Busoni, y particularmente el primero, una soberbia y no lo suficientemente valorada pieza. No son más que ejemplos. Pedro González Mira

DONIZETTI: Roberto Devereux. Días 22, 24, 25, 27, 28 y 30 de septiembre; 1,2,3,7 y 8 de octubre. 20.00 h. (domingos: 18.00 h. ) . Precio: entre 11 y 382 €. (día 22); entre 11 y 214 €. (resto).

Y aquí la crítica publicada en su día en The Guardian

 

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