Latido vivificante con el Orfeón Donostiarra
LATIDO VIVIFICANTE
Mozart: “Misa de la Coronación”, “Requiem”. Paloma Friedhoff, Adriana Mayer, Jorge Franco, Pablo García, solistas. Orfeón Donostiarra. Orquesta de Cámara “Andrés Segovia”. Director: José Antonio Sainz Alfaro. Auditorio Nacional, Madrid. 26-1-2016. Temporada de Juventudes Musicales.
Las jóvenes y frescas voces femeninas del Orfeón lanzan su agreste sonido a los cuatro vientos, bien arropadas por los varones, donde los bajos siguen manteniendo el espectro oscuro y recio y los tenores el sano y viril desparpajo que no teme a pasajeras desigualdades. La especial y singular gestualidad del director –batuta móvil y persuasiva, empuñada a veces como un dardo, apertura de brazos, revoleras inesperadas- es captada sin problemas por su formación, y en este caso también por la Orquesta “Andrés Segovia” -41 profesores-, cuajada de gente muy tierna pero sorprendentemente eficaz, bien ensayada por su creador y concertino Víctor Ambroa.
Fantasioso y, en ocasiones, discutible en la administración del tempo, imaginativo en la distribución de timbres y acentos, Sainz logró vivificantes y tornasoladas interpretaciones. La “Misa de la Coronación” tuvo una diáfana exposición de líneas y una lógica construcción por oleadas, con muy buen uso de los “sforzandi” y una pulsación incesante y vital, aunque sin descuidar oportunas retenciones y “rubati” expresivos. El “Requiem” discurrió entre sutilezas dinámicas bien pensadas y un animado juego de sístole-diástole, con detalles instrumentales de buen cuño, evidentes en el “Hostias”.
Mucho nervio en el “Dies Irae”, latidos tenues pero estimulantes en el “Recordare” –que comenzó desigual en la cuerda- y el “Domine Jesu”, arco dinámico estupendo en el “Lacrimosa”, claras las fugas del “Osanna”; y “Agnus” muy dramático, con un “Dona nobis” en un hilo y una bella forma de marcar las disonancias contra los brillos de las sopranos. Quedaron bien labradas, pequeños confusionismos aparte, las líneas fugadas del “Lux Aeterna” pese a la velocidad y a la superposición de voces.
Los cuatro solistas hicieron un buen trabajo de ensamblaje y coloración. Sobresalió el timbre rico, noblemente baritonal, de García, cantante de clase, aunque eso sí, algo apagado en los graves del “Tuba mirum” (escrito para un bajo), que tuvo un espléndido solo de trombón. Musical la soprano ligera Friedhoff, de agradable presencia vocal la mezzo Mayer y de escasa calidad la voz del aéreo tenor Franco, que, en contrapartida, fraseó con gusto. Arturo Reverter
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