“Le malentendu”: angustioso retrato
“Le malentendu”: angustioso retrato
Fabián Panisello: “Le malentendu”. Kristján Jóhannesson, Gan-ya Ben-gur Akselrod, Anna Davidson, Edna Prochnik, Dieter Kschwendt-Michel. Miembros de la Orquesta del Teatro Real. Director musical: Walter Kobéra. Director de escena: Christoph Zauner. Escenógrafo y figurinista: Diego Rojas Ortiz. Director de sonido: Christina Bauer. Electrónica: CIRM de Niza. Video: Chris Zieger. Teatros del Canal, Sala Negra. 20 de marzo de 2017.
No era nada fácil trasladar al papel pautado una obra de teatro del absurdo, una tragedia con tantas posibles lecturas, abierta a múltiples preguntas sobre la existencia, del calibre de Le Malentendu que Albert Camus escribiera en 1944. Fabián Panisello y su libretista Juan Lucas se han atrevido a hacerlo pese a las innúmeras dificultades que el proyecto presentaba. Y han logrado dar forma a una espléndida ópera de cámara que sintetiza hábilmente el texto, lo reduce sin desdoro, manteniendo en él las cuestiones básicas, esenciales y determinantes que marcan la tensión narrativa y la conducen hasta el trágico y desolador final.
Panisello emplea una escritura de corte atonal, con frecuentes pasajes turbulentos, agitados, tensos, con abundante uso de la percusión más variada y de una muy elaborada electrónica y consigue efectos insólitos a través de un lenguaje en el que se alternan los recitativos acompañados, los “parlati”, los saltos interválicos más inesperados. Líneas quebradas, gritos, ascensos vertiginosos al sobreagudo (hasta el fa 5). A veces se abre la puerta a la expresión más lírica, así en el soliloquio de la madre ante el cadáver de Jan, en el que el canto se torna melódico, con el bello contrapunto del vibráfono. En la representación se juega con numerosas proyecciones que nos van dando pistas de por dónde circula la tragedia. La escenografía, sencilla y naturalista, contribuye a meternos en el meollo de la trama.
Hemos de alabar la dirección musical de Walter Kobéra, situado, como toda la orquesta (15 magníficos instrumentistas), tras el escenario, que condujo el intrincado entramado con mano segura y firme. El peso principal en el reparto se lo lleva el personaje de Martha, de endiablada vocalidad, que tuvo la intérprete ideal en la soprano ligera Anna Davidson. No le fue a la zaga Gan-ya Ben-gur Akselrod, de timbre algo más enjundioso. Algo opaca la mezzo Eva Prochnik, que evidenció una amplia y mesurada gama de expresiones. Con buen timbre de barítono lírico, Jóhannesson, dio prestancia y supo matizar las dudas del hijo pródigo. Demasiado joven para el papel casi mudo de criado, quizá símbolo del Dios silencioso, Kschwendt-Michel. Arturo Reverter
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