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Por Publicado el: 18/04/2010Categorías: Artículos de Gonzalo Alonso

Legados musicales

Legados musicales
El pasado noviembre el rey de Suecia entregó a Plácido Domingo el Premio Birgit Nilsson dotado, nada menos, que con un millón de dólares. La gran soprano wagneriana dejó una parte de su fortuna apartada para entregar este premio una vez cada tres años e incluso estableció el destinatario del primero de la serie. Se trata evidentemente de un legado excepcional, pero en nuestra sociedad hay muchos otros, más pequeños en su cuantía, a los que estarían dispuestas muchas personas si la tramitación fuese más accesible.
Recuerdo un amigo fallecido, Manuel Gomis, cuya familia quiso donar a la Universidad Complutense, de la que había sido profesor, una impresionante colección de libros y más de 45.000 cds. Era un propósito muy loable, sólo solicitándose a cambio que la Universidad resolviese los problemas legales y fiscales, se comprometiese a catalogar la colección y también a mantenerla reunida. Naturalmente ello suponía una inversión en tiempo y dinero: el trasporte, asignar el espacio, dedicar un personal a la catalogación, etc. Fue imposible, la Universidad dejó pasar la oportunidad, la familia se aburrió y finalmente la colección acabó, según tengo entendido, en la Diputación de Valencia. En el mundo de la crítica musical y la musicología existe un gran problema de espacio para almacenar todo el material que vamos acumulando. José Luis Pérez de Arteaga ha traspasado sus vinilos y cintas a la Escuela Reina Sofía, Arturo Reverter ha escriturado ante notario la donación de su colección al Orfeón Donostiarra… Sin embargo, parece mentira, son numerosas las dificultades para que los deseos se conviertan en realidad. Unas de tipo legal, otras familiares y otras por falta de auténtico interés de los destinatarios, incluso a pesar de que las cosas son mucho más fáciles en vida de los donantes.
Conocí las colecciones de Antonio Fernández Cid y Enrique Franco, de un valor económico y sobre todo testimonial impresionante, así como otras igualmente valiosas de personas desconocidas. Ignoro dónde fueron a parar las librerías y fonotecas de las dos personas citadas, pero me consta la frecuencia con la que acaban en el Rastro, vendidas por lotes, al peso o, cuanto menos, dispersas y mucho tienen que ver en ello los mezquinos intereses económicos de los familiares. Animo a las personas que se encuentren en este caso a dejar resueltas sus voluntades por anticipado y a nuestras administraciones a favorecer y potenciar las donaciones culturales.

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