“L’elisir d’amore”: efectos y efectismos
EFECTOS Y EFECTISMOS
Donizetti: “L’elisir d’amore”. María José Moreno, Joshua Guerrero, Massimo Cavaletti, Kiril Manolov, Leonor Bonilla. Dirección de escena y escenografía: Víctor García Sierra. Dirección musical: Yves Abel. Teatro de la Maestranza, Sevilla. 16 de mayo de 2016.
Lo más interesante de esta representación se situó en el foso, donde la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla sonó afinada, equilibrada y tersa llevada de la mano del canadiense Yves Abel, conocedor del estilo, hábil para la exposición de las típicas “cantilene” y para sostener a los cantantes en una ópera de vocalidad ligera como ésta. Pulso ágil para los “concertati”, buena distribución general de volúmenes y adecuado “rubato”. Se recuperaron algunos de los cortes tradicionales. El Coro bien, sobre todo las féminas.
En el capítulo vocal lo mejor corrió a cargo de María José Moreno, cuya voz se ajusta cada vez más al espectro de lo lírico puro, aun con escaso peso en las notas más graves. Dijo preciosamente, matizó y alcanzó la zona sobreaguda con suma facilidad. Guerrero es un lírico-ligero con cuerpo, en vías de desarrollo y en busca de reguladores y una emisión más pura. La voz es atractiva y, sobre todo en la zona superior, está bien colocada. El Belcore de Cavaletti es más vulgar de lo usual. La voz, de buen volumen, resulta engolada y resuelve las agilidades con dificultad. El grandullón Manolov, un bajo-barítono opaco, viste un Dulcamara algo soso, sobre todo en su salida, cantada de manera monótona y desangelada. Luego fue mejorando. Muy agradable el centello tímbrico de Bonilla, una soprano ligera de prometedor futuro.
La puesta en escena de García Sierra (que es también un tonante y tremolante bajo), que viene de Parma y está basada en la serie de pinturas que Fernando Botero dedicó al circo, es colorista, pero fallida desde un punto de vista dramatúrgico. No nos encontramos ante una adaptación de las pinturas del artista colombiano a la ópera de Donizetti, sino que ésta se pone al servicio de aquellas, con lo que se producen algunas graves faltas de concordancia. La sencilla anécdota se disfraza bajo una excesiva capa de efectismos muchas veces gratuitos. Adina, rica y casquivana, va vestida de niña; Belcore de domador y Dulcamara de director de circo. Y al pobre Nemorino se le embute en un disfraz de payaso, con el que canta la famosa “Furtiva lagrima” –que aquí es un aria fúnebre (¡)- a fin de que su imagen se corresponda con el cuadro de Botero. Los figurantes, muy bien vestidos, fueron colocados todo el tiempo de manera demasiado ordenada, poco natural. El público, con todo, se lo pasó muy bien. Arturo Reverter
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