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Por Publicado el: 31/08/2023Categorías: Colaboraciones

Leonard Bernstein, un Maestro de narices

El Festival de Cine de Venecia acoge el sábado la presentación del filme que interpreta y dirige Bradley Cooper, basado en la vida del músico norteamericano. Un artista excesivo, insatisfecho, casado durante 30 años, capaz de llevar a los hogares la música culta a través del poder de la televisión, fanático de Beethoven. Y vividor.

“Concéntrate y piensa un número”. Es la frase que se dicen Leonard Bernstein y Felicia Montealegre. Primero ella a él. Después él a ella. Están espalda con espalda. Pegados, en conexión. Se trata de adivinar lo que opina el contrario. Es cuestión de concentración. Un juego banal, estúpido, pero lo suficientemente gráfico como para comprender con un par de imágenes cómo fue durante treinta años la relación entre la pareja. El número es el dos, “Como nosotros. Un par. Dos patos en un estanque”. Aunque fueron bastante más que eso. El actor Bradley Cooper se ha aproximado a esas tres décadas de relación a través de Maestro, su nueva película que dirige e interpreta y que se presenta en el Festival de Cine de Venecia el sábado. En unos meses se estrenará en cines y después pasará a verse en Netflix.

El maestro es Leonard Bernstein, excesivo, frenético, fumador impenitente, de gesto abierto, capaz de dirigir con todo su cuerpo y con un cigarrillo a punto de caérsele de los labios (hoy, absolutamente impensable), el director norteamericano que estuvo al frente de Orquesta Filarmónica de Nueva York, primero como sustituto de Bruno Walter en una imborrable noche de noviembre de 1943 cuando el maestro cayó enfermo y el joven demostró su enorme talla frente a la orquesta. Ella es la mujer con quien compartió su vida (a la que interpreta Carey Mulligan), una actriz de cierto prestigio que fue capaz de digerir la bisexualidad de su esposo, aunque decidiera abandonarle definitivamente al verse relevada en la cama por Tom Cothran.

Carey Mulligan y Bradley Cooper en una escena de ‘Maestro’

Ya lo dijo de él el también pianista Arthur Rubinstein: “El mejor pianista entre los directores, el mejor director entre los compositores, el mejor compositor entre los pianistas… Es un genio universal”. Y uno de los culpables de difundir la música clásica entre los más jóvenes a través de un programa de televisión que se mantuvo desde 1958 a 1972 en antena con la Filarmónica de Nueva York (los vídeos, impagables, están a un click en Youtube) y en los que literalmente desmenuzaba la música clásica de la A a la Z, explicando lo más básico y no por ello sabido. Y es que supo ver el enorme poder de los mass media y aplicarlo a una disciplina que conocía perfectamente. “La música son notas. No trata sobre nada. La música es”, dice a un auditorio de rostros infantiles después de dirigir los primeros compases de la obertura de Guillermo Tell, de Rossini.

Dirigió a Callas en La Scala y a la Filarmónica de Viena como si la hubiese traído al mundo. Admiró el pop y el rock y parió una Misa, encargada por Jacqueline Kennedy para la inauguración de un centro cultural, que era una performance en sí misma, admirada por el público y denostada de raíz por la crítica, y hoy, un referente. No pudo o no supo conectar con Daniel Barenboim (sencillamente, no se entendieron) y dio al traste con un proyecto destinado a unirlos a ambos y que acabarían por grabar separadamente: los 5 conciertos de Beethoven, compositor al que admiraba y consideraba “el creador de música más lógica de la Historia” y después de haber dejado vacía más de una botella se dolía de que a sus 55 años, que era la edad a la que el genio de Bonn falleció, no había sido capaz de componer una obra que le hiciera pasar a la posteridad, de la que se sintiera profundamente orgulloso, aunque su catálogo era amplio, sus dotes únicas y su talento indiscutible.

Por eso, ante lo inabarcable del personaje, que una prótesis nasal haya empañado la promoción del filme de Cooper (a quien la huelga de guionistas le impedirá estar en la Mostra de Venecia) resulta, cuando menos, ridículo. ¿Por qué no puede colocarse Bradley Cooper una nariz sobre la suya si con ello se ve más cerca del físico de Bernstein, de familia procedente de Ucrania y de origen judío? ¿Por qué ha de llevarnos hoy a una absurda discusión en la que los hijos del fallecido artista han de mediar con un comunicado avalando la decisión del actor? Se ofenden los colectivos varios porque quien debía haber dado vida al compositor, director y pianista no es un actor judío con prominente apéndice nasal. Pero, ¿lo hay? ¿Es necesario polemizar sobre ello? Ridículo. En los fotogramas de la película el parecido entre ambos es asombroso. Parece como si Bradley Cooper se hubiera transmutado en Leonard Bernstein, cada gesto, cada movimiento de sus brazos, la manera de fumar. Dejemos las narices en paz y, con la excusa de esta película, que dicen que puede colocarse en buen lugar para los próximos Oscar, acerquémonos a la figura de Leonard Bernstein y disfrutemos de su música, de la música en general, tal y como él lo hizo. Gema Pajares

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