Leonardo da Vinci, también músico
Leonardo da Vinci, también músico
El 2 de mayo se cumplieron quinientos años de la desaparición de Leonardo da Vinci (Vinci, 15 de abril de 1452-Amboise, 2 de mayo de 1519). Mucho se ha escrito de él estos días, pero muy poco de su relación con la música. Leonardo fue también un genio musical. Hace ya casi cuarenta años que el conservador del departamento de instrumentos musicales del Metropolitan of Art de Nueva York, Emanuel Winternitz, se quejaba de la poca atención que despertaba el Leonardo músico. Hay que recordar que el hoy tan aclamado da Vinci figuró en el baúl de los olvidos durante tres siglos, al margen de su “Tratado de pintura” y sólo se recuperó su figura tras la inauguración del Museo del Louvre.
Sus propios escritos nos revelan su relación con la música. Durante el Renacimiento -¡qué tiempos!- eran música, aritmética, geometría y astronomía disciplinas fundamentales. La música, muy apreciada, era un espacio para la afirmación personal. Leonardo aprendió a tocar la lira, como su maestro Verrocchio, Giorgione, Bramante o Savonarola. Ya en Florencia, en las tertulias de Lorenzo el Magnífico, se tenía muy en cuenta el género, no en vano para los italianos la “música é il lamento dell’amore o la preghiera a gli dei”. Sin embargo, Leonardo valoraba más la pintura que la música: “Si me dices que la música está hecha de proporción, yo te diré que en eso imita a la pintura y sigue el ejemplo de ella. La música no debe ser llamada sino hermana de la pintura, subordinada al oído, sentido que sigue a la vista. La pintura supera la música y la rige, porque una vez concluida su creación no cesa, como ocurre con la música, y permanece, por tanto, en su esencia”. Quizá hubiera pensado otra cosa si hubiesen existido los medios de reproducción actuales.
Leonardo empezó por fabricarse una lira de brazo, con mucha plata, en forma de cráneo de caballo con cuernos en cuyo interior tensan unas
cuerdas sobre un diapasón con trastes, ya que consideraba que beneficiaba timbre y sonoridad. Con ella tocó ante el Magnífico y se hizo confirmó como un gran recitador de rimas improvisadas, siendo admirado por Vasari o Gaddiano y al estudioso Kenneth Clark no le extrañó que Ludovico el Moro le recibiese más como músico que como pintor. Leonardo introdujo timbales, matracas y campanas en la “Fiesta del Paraíso” en honor de Gean Galeazzo Sforza e Isabel de Aragón en el castillo de los Sforza y quizá ahí comenzó su afición a la percusión.
Si bien no se conserva ninguna partitura, sí escritos y dibujos de instrumentos musicales. Aunque hoy se desconozca, Leonardo cita un tratado de música en el que posiblemente escribió sobre su preferencia por los sonidos del agua o sobre sus investigaciones anatómicas sobre la laringe, la tráquea y sus vibraciones, que veía como una flauta doble. Lo que sí conocemos es que mejoró y automatizó muchos instrumentos populares, como se han podido admirar en la muestra “Los rostros del genio” en la Biblioteca Nacional y en el Palacio de las Alhajas, siendo muy interesantes un órgano de papel con fuelle continuo, el tambor mecánico, la carraca de tubos con secuencia o la viola organista, precursores alguno de ellos del acordeón de casi tres siglos después. Eduardo Paniagua ha ofrecido con “Música Antigua” conciertos con instrumentos de Leonardo recreados. ¿Dónde tenemos hoy genios así? La humanidad venida a menos. Gonzalo Alonso
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