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ABBADO Y LOS SUYOS
TENSIÓN Y FINURA
Por Publicado el: 26/04/2008Categorías: Crítica

Leyenda sin causa

Temporada de la Zarzuela
Leyenda sin causa
“La leyenda del beso” de Soutullo y Vert. M.Rodríguez, M.Lanza, A.Machado, A.Aldanondo, R.Castejón, P.Rosado, I.Santamaría, M.Claudio, E.Ruiz, B.Elgea, A.López-Murtra, R Esteve, F.Coronado, R.Castejón, A.Carmona, etc. Orquesta de la Comunidad de Madrid y Coro del Teatro de la Zarzuela. J.Castejón, dirección de escena. M.Ortega, dirección musical. Teatro de la Zarzuela. Madrid, 25 de abril.
En 1924, apenas una año después de “Doña Francisquita”, se estrenó “La leyenda del beso”, la primera de las que compondrían la célebre trilogía de Reveriano Soutullo y Juan Vert. A veces conviene revisar el entorno. Puccini acababa de fallecer, Strauss ya había compuesto la mayor parte de sus óperas y Schoenberg hacía años que había alumbrado su “Pierrot lunaire”. Nada de los anteriores posee esta leyenda, un zarzuelón pretencioso en el que cabe de todo, ballet incluido, en sus más de dos horas de duración. De ella hoy se recuerda especialmente el intermedio, con su tema popularizado por grupos pop de los setenta, y el dúo entre soprano y tenor. Bien mirado es bastante para lo que la obra merece musicalmente, por mucho que un par de leitmotiv traten de impresionar los oídos.
La actual costumbre de conceder prioridad a la escena frente al foso, por cierto bastante arraigada en la actual etapa del Teatro de la Zarzuela, a veces perjudica notoriamente a la música. Sucede en el caso presente, donde la pasarela para que desfilen unos y otros gitanos obliga a colocar la orquesta de forma que los metales sobresalgan, lo que incrementa el ya de por sí delito de la orquestación. La consecuencia es que se hace padecer a los cantantes, a quienes con frecuencia no se oye. Miquel Ortega le pone demasiado volumen al sonido y Jesús Castejón obliga a los artistas a subir y bajar por una escalera inmensa que realmente sólo sirve para colocar al personal en el saludo colectivo final. La nueva producción no resuelve los problemas de un libreto muy poco afortunado y peca de innecesario oscurantismo.
Si bien María Rodríguez no sorprende en su papel como Amapola, sí lo hacen y no precisamente de forma positiva Manuel Lanza y Aquiles Machado. No están a la altura en esta obra de dos figuras que han cantado en la Scala y el Met. El primero por la ausencia de matización, el abuso del mezzoforte y alguna que otra disfunción vocal. El segundo porque apenas resulta reconocible. No lo es en su canción inicial y menos en el deslucido inicio del dúo “Amor, mi raza sabe conquistar”. Dado que hace pocos meses cantaba en plena forma “Gioconda” en Nueva York, la justificación habrá que buscarla en un papel de tesitura inadecuada. Al final de la representación la familia Castejón brindó un inesperado homenaje, por otra parte bien merecido, a los patriarcas Rafaél y Pepa.

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