Leyla Gencer, luchar contra corriente
Leyla Gencer, luchar contra corriente
La soprano turca Leyla Gencer falleció el pasado sábado en su casa de Milán a causa de un fallo cardíaco causado por problemas respiratorios. Gencer había nacido en Estambul en 1928, de ahí que se la conociese como “La diva turca”. Tras iniciar sus estudios en su ciudad natal, se trasladó a Ankara, donde debutó en 1950 como la Santuzza de “Cavalleria rusticana”, papel que repetiría tres años más tarde en Nápoles, en el inicio de su carrera internacional. En 1957 logró debutar en la Scala con ocasión del estreno mundial de “Dialogo de carmelitas” de Poulenc. Desde entonces fue muy estrecha su relación con el teatro por antonomasia, cantando en él una veintena de papeles diferentes – “Aida”, “Forza del destino”, “Don Carlo”, “Macbeth”, “Norma”, “L’incoronazione di Poppea” e incluso el estreno de “El asesinato en la catedral” de Pizzetti- hasta 1983. Sorprendentemente no llegó nunca a intervenir en las temporadas del Metropolitan. Durante su carrera, de unos 35 años, llegó a interpretar 72 papeles de 34 compositores diferentes. Su adiós a los escenarios líricos se produjo en “La Prova di un’opera seria” de Francesco Gnecco en el teatro de la Fenice veneciano en 1985. Ricardo Muti la reintegró a la Scala en 1997 como directora de la Academia para Jóvenes Artistas.
Aunque Genzer cantó mucho Verdi, sin embargo fue aún más considerada como gran valedora de reexhumación de obras que pernoctaban en el olvido y muy especialmente como defensora de Donizetti. Durante las décadas de los sesenta, setenta y ochenta fueron Callas, Sutherland y Caballé las artistas que velaron por el bel canto y su reincorporación al repertorio. Tuvo que luchar en sus inicios contra la figura avasalladora de María Callas, en plena gloria, y en las postrimerías de su carrera con la emergente de Montserrat Caballé. Quizá por ello las compañías discográficas no la tuvieron en consideración y fueron los propios públicos quienes demandaron su arte a través de multitud de grabaciones privadas en vivo. Fue, en este sentido, un caso parecido al de Virginia Zeani, soprano de la misma época, aunque el espectro canoro de la turca tuvo una dimensión mayor. De sus registros sobresalen el film de “Trovatore” (1957), “Roberto Devereaux” (1964), “Anna Bolena” (1965) o la “Aida” en Verona (1966). Su característica más personal fue la intensidad dramática de la que impregnaba todos sus personajes sin tener que llegar a cantar con rasgos veristas, algo contra lo que siempre luchó, esforzándose en las medias voces y los pianos en una época dominada por las interpretaciones a pleno pulmón.
Sus cenizas serán esparcidas en el Bósforo. De aquellos años dorados aún sobreviven, entre algunas otras figuras femeninas, Magda Olivero (1910) y Joan Sutherland (1926).
Gonzalo Alonso
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