Liceu: Termina el Anillo de Carsen y Pons
GÖTTERDÄMMERUNG (R. WAGNER) Gran Teatre del Liceu de Barcelona. 7 Marzo 2016.
Escena
Termina el ciclo del Anillo del Nibelungo en Barcelona, que se ha venido representando en los últimos 3 años. El resultado en su conjunto no ha sido particularmente brillante, habiendo terminado mejor de lo que empezó. Esta representación del Ocaso de los Dioses ha tenido un buen nivel musical, con una producción escénica que ha sido lo más conseguido de todo el ciclo, y, finalmente, un reparto vocal, en el que ha habido luces y sombras.
La producción lleva la firma de Robert Carsen y procede de la Ópera de Colonia, donde se estrenó en el año 2000. Considero a Robert Carsen como uno de los mejores directores de escena de los tiempos modernos y siempre espero de él lo mejor. La verdad es que su trabajo globalmente ha quedado por debajo de lo que yo esperaba. Es verdad que hay una idea directriz de su trabajo, que no es sino el alegato ecológico de que el egoísmo humano se carga el planeta, convirtiendo el Rhin en un estercolero, y que este concepto lo tiene siempre presente y lo desarrolla bien, pero yo acabo echando en falta esos toques de genialidad a los que Robert Carsen nos ha acostumbrado a lo largo de su carrera. Desde un punto de vista estético, considero que su realización de Götterdämmerung es lo más conseguido de todo el ciclo.
Irene Theorin
La escenografía es obra de Patrick Kimmonth, ofreciendo el ya conocido estercolero en la escena de las Nornas, para presentar la Roca de Brünnhilde en un espacio desnudo, que deja ver un fuego al fondo. El palacio de los Gibichungos ofrece una gran sala con una imponente mesa de despacho en el centro, pudiendo observarse dos grandes mapas del Rhin al fondo y es aquí donde tendrá lugar la llegada de Siegfried, así como todo el segundo acto y la parte final del tercero. La escena del Rhin nos vuelve a ofrecer el cauce del río lleno de suciedad, mientras que la de la Inmolación de Brünnhilde es lo mejor conseguido de toda la producción, con un escenario casi en penumbra por el humo del incendio, que permite imágenes muy atractivas del sacrificio de la ex valkyria. El vestuario es del mismo Patrick Kimmonth y está traído, como toda la Tetralogía, a tiempos modernos, funcionando de manera razonable. Hay una buena labor de iluminación por parte de Manfred Voss, especialmente en la última escena. La dirección escénica de Robert Carsen resulta adecuada, moviendo bien a las masas y con una buena definición de los personajes, sin buscar mayores originalidades, salvo la de ofrecer en escena a Gunther en el rapto de Brünnhilde, mientras Sigfrido cantaba en interno.
La dirección musical ha estado, como en las entregas anteriores, bajo la batuta de Josep Pons, el actual director musical del teatro. No son muchos los directores que dan la talla para dirigir esta magna obra de Richard Wagner y, por tanto, hay que reconocer el mérito que tiene haber asumido esta responsabilidad el director catalán. Su lectura me ha parecido correcta, no particularmente brillante, con tiempos vivos, siempre dignos de agradecer, habiendo quedado corta de emoción en algunos momentos. Si su dirección me pareció decepcionante en las primeras entregas del Anillo, las cosas han mejorado en las dos últimas óperas. Me pareció que la Orquesta del Liceu tiene un serio problema de equilibrio entre secciones, quedando la cuerda casi tapada por el metal en muchas ocasiones. Tengo que decir que en el primer acto estuve en una butaca muy lateral y próxima al foso y el volumen del metal era claramente excesivo. El resto de la ópera la pude ver más atrás y más centrado y las cosas sonaban mejor, pero los desequilibrios eran claros. El Coro del Liceu lo hizo bien, aunque eché en falta mayor poderío por su parte.
Brünnhilde fue interpretada por la soprano sueca Irene Theorin, que tuvo una convincente actuación, si nos olvidamos de sus notas altas, que fueron invariablemente gritadas. Hay que reconocer que son muy pocas las sopranos que pueden hacer frente a este personaje en el Ocaso de los Dioses, a diferencia de lo que ocurre en Siegfried. Irene Theorin fue una Brünnhilde poderosa en todo momento y convincente como intérprete. Para ella fueron las mayores ovaciones de la noche, apreciando el público sus virtudes y olvidándose de sus defectos. Es curiosa la distinta valoración que hace el público de un cantante, dependiendo de que estemos en repertorio italiano o alemán. Los agudos gritados de Irene Theorin en una opera italiana habrían sido muy mal recibidos por el público, mientras que aquí han pasado desapercibidos. Veremos qué ocurre este verano con su Turandot en Peralada.
Si difícil es encontrar una Brünnhilde adecuada, lo mismo o más se puede aplicar a Siegfried. Encima de la escasez de intérpretes adecuados, ahora nos encontramos con la baja (espero que temporal y corta) del mejor de todos ellos, el americano Stephen Gould. En el Liceu hemos tenido a Lance Ryan, que durante años ha venido siendo un frecuente intérprete del joven Sigfrido, mucho menos adecuado para el del Ocaso de los Dioses, que requiere unas dosis de dramatismo que el timbre claro de Lance Ryan no puede ofrecer. A esto hay que añadir que la frecuentación del personaje ha traído consigo una fatiga vocal evidente, con lo que no es difícil llegar a la conclusión de que su Sigfrido es insuficiente.
Lance Ryan
La actuación más completa vino por parte del Hagen de Hans Peter König, la auténtica referencia en estos últimos años en el personaje. Su voz es atractiva, poderosa y domina el personaje por todos los costados. Desde mi punto de vista es el mejor Hagen desde que Matti Salminen entrara en declive por razones de edad. En algunos momentos me dio la impresión de que su poderío vocal estaba algo menguado respecto de otras actuaciones suyas en esta ópera.
Samuel Youn fue un correcto Gunther, no particularmente brillante, que se quedaba corto de volumen en algunas ocasiones. El caso de Gutrune, su hermana en escena, era más llamativo. Era Jacquelyn Wagner, que doblaba como Tercera Norna. Ya en la escena primera me preguntaba cómo iba a resolver la parte de Gutrune, ya que la voz me resultaba ligera y de tamaño reducido. Y así fue. Desde mi punto de vista, fue un error de reparto en lo que a voz se refiere, aunque lo hiciera bien en escena.
Michaela Schuster fue una adecuada Waltraute, aunque eché en falta mayores dosis de emoción en su canto. El veterano (73) Oskar Hillebrandt fue un Alberich de voz fatigada y sin interés.
La otras dos Nornas fueron interpretadas por Cristina Fau y Pilar Vázquez, más adecuada y poderosa la primera. En cuanto a las Hijas del Rhin, fueron interpretadas por Isabella Gaudí (Woglinde), Anna Alás i Jové (Wellgunde) y Marina Pinchuk (Flosshilde). Lo hicieron bien.
El Liceu ofrecía una entrada de alrededor del 75% de su aforo. El público se mostró un tanto reservado durante los dos primeros actos, mostrando más entusiasmo al final de la representación. Las mayores ovaciones fueron para Irene Theorin, Hans Peter König y Josep Pons, en este orden.
La representación comenzó puntualmente y tuvo una duración de 5 horas y 7 minutos, incluyendo dos intermedios. Duración musical de 4 horas y 12 minutos, apenas 5 minutos más lenta que la de Kirill Petrenko en Munich, pero 15 minutos más rápida que la de Pedro Halffter en Sevilla o la de Adam Fischer en Viena. Siete minutos de aplausos.
El precio de la localidad más cara era de 242 euros, mientras que las butacas de platea costaban entre 128 y 158 euros. La entrada más barata con visibilidad plena tenia un precio de 44 euros. José M. Irurzun
Fotos. A. Bofill
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