Los jurados musicales (Primera parte)
Los jurados musicales (Primera parte)
Hay dos jurados que todos tenemos en la cabeza, aunque sólo sea por un par de frases: “An the winner is…” o “These are the votes of the spanish jury”. Los Oscars y Eurovisión. También los Premios Nobel o los Príncipes de Asturias, sobre todo cuando sus fallos son realmente “fallos”. En la música también nos movemos con muchos jurados, puesto que son numerosos los concursos de todo tipo. Y estos jurados padecen bastantes enfermedades crónicas.
Empiezo hoy una serie de dos artículos en los que pretendo describir, entre seriedad y desenfado, lo que realmente sucede en ellos en la mayoría de las ocasiones.
Una de las más extendidas y perjudiciales es su composición por intérpretes o profesores del instrumento que se juzga. Suele conducir a intentar colocar a los propios alumnos. Los intercambios son muy prácticos en estos casos: tu convence aquí a los demás de la bondad de mi alumno y yo haré lo propio con uno tuyo cuando nos volvamos a encontrar pasado mañana en otro concurso. Esto lo hacemos muy bien italianos y españoles.
El ser profesionales del mismo instrumento ocasiona a veces serios problemas. Suele valorarse lo que son las propias virtudes. Así un “tecnicazo” tendrá más en cuenta los “dedos” que la expresión. Además a muchos no les agradará encontrarse a un joven que les de “sopas con onda” y lo castigarán. Ha pasado con muchos de los hoy pianistas de primera línea. Célebre fue el caso de la eliminación de Ivo Pogorelich en el Chopin de 1980 y el escándalo que desencadenó la protesta de Martha Argerich, miembro de aquel jurado.
Pero, en fin, todas estas limitaciones se podrían tratar más o menos de controlar y hay concursos que lo intentan. Sin embargo hoy día ha surgido un factor adicional y de extraordinaria importancia. Corren tiempos en los que los concursos precisan prestigiarse lanzando solistas con clara proyección futura. Un concurso que en veinte años sea incapaz de contar con tres o cuatro nombres famosos entre sus ganadores tiene un serio problema. Y la mayoría de los veteranos miembros de los jurados carecen de la necesaria “visión comercial” para valorar, además de capacidades virtuosísticas y expresivas, las comunicativas o comerciales. De ahí que las organizaciones hayan de esmerarse por añadir perfiles distintos a aquellos que tradicionalmente han compuesto los jurados. Y la cuestión es de máxima importancia en el caso de su presidente. Él es quien ha de tener muy bien amueblada la cabeza para comprender los nuevos tiempos y ser capaz de transmitírselo a los demás. Los organizadores de concursos musicales han de ponerse al día en todas estas cuestiones. Gonzalo Alonso
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