Los rusos, la santa y el KGB
Los rusos, la santa y el KGB
El viola Yuri Bashmet (1953) es reconocido desde hace ya muchos años como uno de los mayores virtuosos de cuerda. Su carrera deslumbrante e inquieta le ha llevado a estrenar infinidad de obras, a tocar con los mejores instrumentistas y directores y a ser un reputado profesor. El miércoles recaló en el Palau de la Música para dejar constancia de esa maestría acumulada durante tantos años, que él adoba y enriquece con el poso de una tradición instrumental de tanto rango como la rusa. Todo asomó con fuerza en el buen concierto ofrecido junto a sus sobresalientes músicos de la Orquesta de Cámara Solistas de Moscú, conjunto por él mismo fundado en 1992 junto a un grupo de 19 destacados alumnos formados en esa fábrica de virtuosos que fue -y sigue siendo- el Conservatorio Chaikovski de Moscú.
El programa era un batiburrillo que mezclaba composiciones tan dispares como el infantil Divertimento para cuerdas en Fa mayor que escribe Mozart en 1778 con solo doce añitos, a la maestría intensamente romántico que despliega Chaikovski en su sexteto Souvenir de Florencia, compuesto en 1892, sólo unos meses antes de morir, con 56 años, fascinado por la ciudad de los Médici. En medio dos obritas menores para viola y cuerdas tan disímiles como la minucia tardorromántica de la Romanza para viola y cuerdas del viejo Max Bruch y el melancólico y rusísimo Nocturno para viola de Chaikovski.
Brilló en todo el programa la excelencia instrumental y la alta profesionalidad de los disciplinados virtuosos de Bashmet, cuya perfección, conjunción y sentido camerístico fueron lo más remarcable de la velada. Todo rozó casi siempre lo sobresaliente, salvo en las dos obras de Chaikovski, de las que maestro y orquesta brindaron versiones ciertamente excepcionales, en las que se impuso esa naturalidad fascinante, directa y sobrada que tanto lucen los rusos cuando interpretan su propio repertorio, y que les hace parecer peces en el agua.
Fueron recreaciones de referencia, teñidas de autenticidad y de raigambre. De solera también italiana, como en el bellísimo Adagio cantabile e con moto de Souvenir de Florencia, donde asomaron los líricos aires de barcarola que recoge la partitura y con los que Bashmet y sus músicos hicieron maravillas. Luego en el vehemente Allegro vivace que cierra la pieza–sexteto para cuerda en su configuración original-, el perfecto virtuosismo y la maestría de todos hicieron que la compleja y peligrosa fuga final culminara feliz y en perfecta armonía.
Yuri Bashmet, que más que director de orquesta es un fabuloso músico que dirige, lució su excelsa personalidad como viola en las dos obritas solistas. Se echó de menos escucharle en algo más enjundioso, donde pudiera haber desplegado sus muchas y bien conocidas virtudes. El aplauso encendido del público (tres cuartos de entrada, que diría el taurino) hizo que el programa aún se prolongara con dos composiciones más, una de Schnittke –del que tantas obras estrenó su amigo Bashmet- y un fragmentito del fino cachondeíto que sobre el Cumpleaños feliz compuso Peter Heidrich en forma de variaciones y arregló Guidon Kremer para conjunto de cuerda. El miércoles era 22 de noviembre, día de Santa Cecilia, la patrona de los músicos que nunca fue músico. ¿Acaso los rusos quisieron felicitar a la santa? Con los tiempos que corren por la ex Unión Soviética, ¡no sería de extrañar! Habría que preguntar al KGB. Justo Romero
Artículo publicado en Levante el 24 de noviembre de 2017
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