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Por Publicado el: 07/04/2010Categorías: Crítica

Lupu, un clásico en libertad

Ciclo Grandes Intérpretes
Un clásico en libertad
Obras de Janacek, Beethoven y Schubert. Radu Lupu, piano. Auditorio Nacional. Madrid, 6 de abril.
Radu Lupu (Galati, Rumania, 1945) volvió a Madrid con un recital de concepto muy clásico, centrado en los compositores en los que pasa por ser especialista: Beethoven, Schubert y, naturalmente, Janacek. Fue uno de esos niños prodigio -debutó a los doce años y con obras propias- que supo madurar, pero con el problema de que, tras un período de gloria y grandes reconocimientos internacionales, hubo otros pianistas que le superaron en calidad y popularidad. Es sin embargo un artista muy querido en la capital, donde a muchos gustan unas interpretaciones que siempre tienen algo de recreación, para bien y para mal. Conecta enseguida con el público, desde que se sienta tan relajadamente ante el piano que parece estar ausente, por encima del bien y del mal, sin denotar esfuerzo alguno. Su forma de pasar los dedos por el teclado, sin violencia alguna, transmite seguridad e invita a la concentración. No posee un sonido tan poderosos como alguno de los divos superpromocionados –léase, por ejemplo, Lang Lang- ni tan bello como otros –caso Barenboim- ni su técnica es tan perfecta como la de ese número uno que es Zimerman, pero sí resulta personal, desenvuelto, natural y fluido.
Comenzó por una obra bastante desconocida de un autor no demasiado inclinado al piano. Este “En la niebla” de Janacek suena un poco a Debussy y a Satie. Siempre es grato escuchar algo nuevo, porque el resto del programa lo compusieron la “Appasionata” beethoveniana y la D.960 en si bemol mayor, la última sonata de Schubert, escrita apenas dos meses antes de fallecer. En ambas obras hubo sus más y sus menos, algo lógico en quien reinterpreta. Faltó poder en Beethoven y el Schubert, si bien resultó una delicia el inicio del “andante sostenuto”, quedó escaso de contrastes. A pesar de toda la melancolía y un cierto pesimismo que encierra la partitura, también es cierto que en algunos momentos surge entre brumas una alegría chispeante que se echó de menos. Sendas propinas de Brahms y Schubert cerraron un recital al que curiosamente asistió mucho público muy joven, quizá estudiantes de piano que quisieron escuchar una de las referencias del “clasicismo”. Gonzalo Alonso

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