Maazel, especie en extinción
ESPECIE EN EXTINCIÓN
Alfonso Aijón, director de Ibermúsica, nació un año después que Lorin Maazel, el próximo invitado a su famoso e insuperado ciclo de conciertos Ibermúsica. Tiene, pues, el director francés 83 años, a cumplir pronto los 84. Son años, pero como en el caso de Aijón, su cuerpo y, sobre todo su cabeza, reservan unas fuerzas que para sí las quisieran más de un jovencito batutero de hoy. Hace semanas nos abandonaba el maestro Abbado, tres años más joven que Maazel (1930), y la verdad es que si hacemos un repaso rápido a los directores de su generación, encontramos ya a pocos de su categoría. Así, Bernard Haitink y Nikolaus Harnoncourt (1929, ambos), Gennady Rozhdestvensky (nacido en 1931), Seiji Ozawa (1936), Zubin Mehta (1936) o Vladimir Ashkenazy (1937). De 1925 es Pierre Boulez, y de un año antes, Sir Neville Marriner… Está claro que tras todos ellos viene gente pegando fuerte, pero también es cierto que suelen ser otra cosa; que con directores- intérpretes como Maazel se conserva una manera de hacer que tiene que ver con una época de especial bonanza musical. Los años 50 y 60 del siglo pasado fueron los que encontraron una respuesta clara a un oficio que prácticamente acababa de nacer. Los directores de esa época recogieron los resultados experimentados por cuatro locos y llevaron a la dirección de orquesta a la cima del proceso creativo en la música sinfónica: los Liszt, Von Bulow, Nikisch, R. Strauss, Hans Pfitzner, Gustav Mahler, etc., auténticos pioneros antes de la explosión en las referidas décadas, dieron paso a los Bruno Walter, Hans Knnapertsbusch, George Szell, Fritz Reiner, Toscanini, Koussevitzky, Otto Klemperer, Karajan, Karl Böhm, John Barbirolli, Carlo María Giulini y algunos más, cuyo arte a su vez desembocó en maestros como Lorin Maazel. Hay, pues, un buen puñado de razones para no perderse los dos conciertos que este músico increíble va a dar los días 17 y 18 de este mes en Madrid. A su arte preciso, fantástico y único, hay que añadir su condición de verdadera especie en extinción.
Maazel ha desplegado y sigue desplegando en su carrera una actividad frenética. A mí me parece que, visto con cierta perspectiva, sus dos últimos grandes logros (además de emborrachar de sonido y creación a los públicos en sus conciertos) han sido el estreno de su excelente ópera 1984 y la creación de una de las mejores orquestas que se han escuchado en este país desde el inicio de los tiempos, la del Palau de les Arts, de Valencia. Ahora la agrupación ha quedado diezmada (diezmada, no en estado de derribo, como las cubiertas del edificio que la alberga), pero sigue conservando estilo y sonido. Regresa a Madrid para dar dos conciertos con su actual orquesta, la Filarmónica de Múnich, de la que es titular desde hace un par de años. En los dos vamos a poder ver y escuchar a un Maazel puro de oliva; no se ha andado por las ramas a la hora de programar, asumiendo todo tipo de riesgos. En el programa del lunes 17 hará dos obras de Brahms, de entre los clásicos un autor con el que siempre ha compartido una especial química; su ciclo sinfónico y el Requiem alemán están entre sus grandes logros. En esta ocasión se podrá escuchar una pieza poco frecuente en las salas de concierto, el Doble Concierto para violín, violonchelo y piano (con Lorenz Nasturica y Daniel Müller-Schott) y las maravillosas Variaciones sobre un tema de Haydn, que, dígase de paso, tampoco se suelen escuchar todos los días. La segunda parte de la velada la ocupará una auténtica especialidad de la casa, la segunda sinfonía de Sibelius. No es necesario recordar que el de Maazel es uno de los cuatro o cinco mejores Sibelius que se han escuchado en las últimas décadas.
Al día siguiente los riesgos se multiplican. A un Vals triste de Sibelius, pieza tan hermosa como enigmática, le sucederás un verdadero monumento a la locura creativa, la pasional y desestabilizadora cuarta sinfonía de Schumann. Sin embargo, el plato fuerte es un poema sinfónico de Richard Strauss (algunos, como Así habló Zaratustra, han encontrado con Maazel la perfecta interpretación en disco), la Sinfonía Alpina, de la que se puede leer en más de un libro de música que es una obra fallida. Naturalmente tal idea es una memez como un castillo: se trata de una obra maestra absoluta, y quizá del poema sinfónico mejor orquestado (con permiso del señor Till) de la historia del género. Sucede, sin embargo, que para poder comprobar tal cosa son necesarios una orquesta y un director de muchos quilates. Átense los machos; aquí se va a dar la conjunción ideal.
¿Qué más les puedo decir? Pues que ni se les ocurra perderse estos conciertos. Quedan entradas. Pedro González Mira
Orquesta Filarmónica de Múnich. Dir.: Lorin Maazel. Obras de Brahms y Sibelius (día 17) y de Sibelius, Schumann y R. Strauss (día 18). 19.30. Entre 73 y 200 €.
Últimos comentarios