Lulú: Malas (y regulares) compañías
MALAS (Y REGULARES) COMPAÑÍAS
Las que últimamente se busca Barenboim para dirigir ópera. Es obvio que hay en su manera de operar notable contradicciones . A mi entender, este señor dirige cada vez más buscando los aspectos clásicos, asentados y más fundamentados por el peso de la propia historia del arte de la dirección. Pero esto, que cuando dirige música sinfónica (o se sienta al piano, monta tanto) se pone de manifiesto con meridiana claridad, queda destrozado cuando dirige ópera, género para el cual se rodea de gentes que proponen cosas extrañas, cuando no sencillamente estrambóticas. Ejemplos de junturas imposibles hay algunos en el pasado más reciente, y no voy a entrar en ello. Pero el caso es que de los resultados casi siempre apetece decir lo mismo: si no fuera por la dirección musical, ¡qué desastre! Ya cansa.
¿Con quién se ha juntado esta vez y para qué? Pues con un compositor (o director, no se sabe bien en qué orden) llamado David Robert Coleman, un director de escena conocido por Andrea Breth (formando equipo con el responsable del espacio escénico, Erich Wonder) y una soprano que atiende al nombre de Mojca Erdman, socios todos para abordar nada más y nada menos que una nueva versión de la Lulu de Alban Berg. Al primero le ha encargado la vitriólica misión de rehacer la obra; al segundo, como es evidente, de dar una respuesta teatral a la “nueva” partitura, y a la tercera, dadas sus muy singulares condiciones vocales y físicas, una nueva y particular encarnación para esa especie de ángel exterminador de hombres que podemos suponer con buenas razones que es Lulu. Como se verá, y desde el principio, una empresa de mucho calado.
El señor Coleman ha decidido cargarse el Prólogo y la primera parte del tercer acto en la versión de Cerha, la llamada Escena de París, re-orquestando el resto. Ignoro si ha trabajado a la par que Breth, y las decisiones que ha tomado han tenido que ver con la forma en que acabarían siendo presentadas encima del escenario, y con la Lulu (y personajes-satélite de esta) que acabaríamos contemplando. Con lo que me resulta muy difícil valorar ambas cosas de manera independiente. Porque la una, la reelaboración musical, no me ha parecido mal, pero la otra me ha cargado hasta la extenuación. El relato que plantea Coleman es plausible, e incluso se podría decir que más coherente que en la versión habitual. Sucede, sin embargo, que en la escena se acumulan de manera innecesaria y molesta demasiados símbolos y “aclaraciones” a la idea básica, no otra que el centro de todo, una Lulu depedradora tan desde el minuto uno que ya desde entonces ha sucedido todo lo que sabemos que tiene que suceder en el relato las tres próximas horas. Así, el problema no es omitir el prólogo, sino por qué cosa se cambia: una especie de muerte anunciada por un muerto que ya lo está pero al que todavía se le permite hablar para recitar unos textos de Kierkegaard acerca del bautismo del olvido y la eternidad del recuerdo. Demasiado para mis entendederas, pero aceptable desde el punto de vista intelectual, pues si el asunto acabara ahí, no me quedarían fuerzas para la queja. Pero es que a partir de entonces, y para que no perdamos de vista que todos están muertos, los personajes despliegan un cargante catálogo de gestos simbólicos (que yo llamaría monerías) para que no perdamos el hilo. Esto me molesta particularmente; pero máxime, cuando estoy escuchando al mismo tiempo la música que estoy escuchando. Primera conclusión: no me parece que esta puesta en escena ayude a la nueva dramaturgia planteada; al contrario, en mi opinión se trata de nuevo de una propuesta a la gloria del ponente pero no del autor.
Mojca Erdmann como Lulu. Luces y sombras. Ni sí ni no. Para empezar, el director de escena le ha pedido una desmovilización expresiva altamente discutible, volcando sobre su espléndido físico una carga erótica que recuerda más a la Lolita de Vladimir Nabokov que a la propia Lulu de Wedekind. La idea no me ha parecido del todo mala, pero entiendo que al menos es discutible, porque puede resultar dramáticamente corta para un personaje femenino como el de Lulu, mucho más ferozmente activo que el de la novela. ¿Cómo funciona vocalmente? Pues otra vez lo mismo: ni sí ni no. Sí, porque esta chica es capaz de dar todas las notas (empresa cuya imposibilidad histórica está más que documentada), y lo que es más encomiable, darlas cantadas. No, porque es una vocecita. Sin embargo, hay que reconocer que para la concepción del personaje que se le demanda, los resultados son interesantes: lo que quiero decir es que viéndola, se la acepta.
Por otros imperativos de la cuestión planteada, al resto de los personajes sí se les exige una expresividad digamos “salvaje”. Es una bendición, pues todos tienen materia y recursos para conseguir una espléndida creación: Deborah Polaski, impresionante en su breve pero importantísimo papel como condesa Geschwitz; Michael Volle como Dr. Schön y Jack el Destripador; Thomas Piffka como Alwa, etc.
E inexorablemente llega el momento de hacerse la pregunta de siempre: ¿qué habría pasado con todo esto si no se hubiera contado con la dirección musical de Daniel Barenboim? Pues yo creo que el experimento pasaría a la biblioteca de los olvidos; no necesita la versión de Cerha complemento alguno. Pero es que la dirección del argentino hay que calificarla de memorable. Para mí, única, nunca escuché esta música tan bien explicada. Tanto, que en más de un momento me sobraba lo que veía, un producto muy poco imaginativo, y casi siempre pedante. Siempre le queda al comprador (este DVD resulta indispensable) la alternativa de ver y escuchar o solo escuchar. La una no deja de tener su morbo; la otra, un lujo impagable, la mejor versión musical de Lulu que haya escuchado jamás. Pedro González Mira
BERG: Lulu. Mojca Erdmann, Deborah Polaski, Michael Volle, Thomas Piffka, Stepahn Rügamer. Staatskapelle Berlin/Daniel Barenboim. D.G., 00400734934.DVD. 156´. Subtítulos en español.
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