Malditas bañeras
Malditos baños
Ayer le tocó a Whitney Houston morir misteriosamente en una bañera, pero antes los baños ya habían sido escenario de otros fallecimientos sin aclarar. Un julio de 1971 encontraron muerto en un baño parisino a Jim Morrison, líder de los míticos Doors y de actualidad cuarenta años después. En agosto de 1977 sucedía otro tanto con Elvis Presley en Menphis y, apenas un mes más tarde, el mundo de la ópera perdía a su más insigne representante, María Callas, quien se desmayó en el baño de su casa en la Avda George Mandel de la capital francesa. Son cuatro artistas míticos, entre más casos, en cuyas desapariciones coincidieron baños y sustancias sin aclarar. ¿Tranquilizantes, somníferos, drogas?
La enfermedad de la fama, la necesidad de permanecer en lo más alto, fueron en cualquier caso causa más importante de sus muertes que las pastillas las provocasen. No es fácil vivir siendo una leyenda y Whitney Houston lo era, como los otros cantantes citados.
Había nacido con todos los parabienes, hija de la cantante de gosspel Cissy Houston, ahijada de Aretha Franklyn y prima de la gran Dionne Warwick, la “gacela negra” de cuyos agudos, que dejaron petrificados al público de San Remo en 1967, heredó Houston los suyos. Mejor le hubiera sido seguir el mal ejemplo de su prima y aparecer en las listas de los mayores defraudadores fiscales de EEUU que la perniciosa influencia de su marido. Pero Whitney cantaba “I have nothing” y Dionne “I who have nothing”. Quizá esa fuera la diferencia.
De ella nos quedará siempre la banda sonora de “El guardaespaldas”, muchas canciones inolvidables interpretadas con un personal e inigualable timbre aterciopelado, agudos brillantes, el swing de los jazzistas y la garra de los auténticos grandes. Murió sin comprender que “A house is not a home” pero, en cualquier forma, Whitney: we will always love you.
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