Maria Callas, divinísima
Maria Callas, divinísima
LUIS ANTONIO DE VILLENA. EL MUNDO 12 SEPTIEMBRE 2007
El público del bel canto (como el del ballet) es más que agradecido aplaudiendo, pero también suele ser muy exigente: por eso adoraba a Maria Callas (1923-1977), griega nacida en Nueva York, que le dio a ese público absoluta y exclusivamente todo. Su voz era tan perfecta como un coro angélico, y sólo una vez le falló, en Roma, hacia el fin de su carrera, probablemente porque la noche anterior había bebido demasiado… Cuando notó que esa voz, que había sido un hilo de oro, bajaba sólo un punto, sin dudarlo, se retiró de la ópera. Era en 1965. Aún no había cumplido los 42 años.
Fue la voz de soprano del siglo XX, y supo a la perfección -también por sus manías, por sus desplantes, por su esplendidez- que diva significa divina, y una diosa sólo puede estar en el 10. Faisán o hambre. El domingo se cumplen 30 años de su muerte desdichada en París y todos los países cultos están haciendo actos y celebraciones para decir que la echan, que la echamos de menos…
Franco Zefirelli no es ningún genio -el genio le queda lejos- pero siempre ha sido hombre de buen gusto, y adoró a la diva. Por ello conviene recordar que si su película Callas forever (con una convincente Fanny Ardant) no es la octava maravilla del mundo, al menos recrea con buen gusto el drama desolador de una mujer de altura, que con la voz y el amor de Onassis, creyó haberlo perdido absolutamente todo…
¿Qué diferencia a la Callas del opulento Pavarotti, recién fallecido o de nuestro Plácido? Tenores o sopranos, los tres han sido voces indelebles en generaciones distintas. Pero ni Pavarotti ni Domingo (ni siquiera Caballé) han sabido ser divos. Han cantado de todo -hasta rancheras y canción ligera- y han sabido disimular con tonos bien timbrados pero más bajos que en su edad dorada, o ayudándose de micrófonos.
Sin duda han querido acercarse al público más general, perder el aura elitista, gozar del lado más trivial de la fama mediática, y lo han hecho. Por eso han sido excelentes pero no son divos. Seguro que en lo personal y humano han sido (o son) infinitamente más felices de lo que lo fue Callas, pero su populismo les ha restado divinidad.
Un gran artista (también de la voz) es quien se lo entrega todo al arte y asume las consecuencias de servir esa tiranía. La Callas lo hizo sacralmente, y cuando falló o no pudo, o el descuido llegó algo más lejos de lo esperado, echó definitivamente el telón. Acta es fabula.
No quiso ser segunda de nadie (siendo quien era) y no entendió que el barbarote multimillonario al que amaba la plantara por una tontita glamourosa (Jackie Kennedy), cuyo mérito principal y colateral era ser la viuda de un joven presidente de EEUU. Como no le interesaba el poder, sino el arte y las pasiones, Callas no lo entendió. Onassis (que sabía menos de arte y que era tan vulgar como el poder) supo que aquella boda con la Kennedy de cara a la galería, era un triunfo más -igualmente comprado- en su carrera de millones y millones. Una diva (una diosa) es naturalmente algo mucho más alto y distinto. Pocos lo saben.
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