Crítica: ‘Maria Stuarda’, ¡gracias Lisette!
Maria Stuarda, ¡gracias Lisette!
Maria Stuarda de Donizetti. Aigul Akhmetshin, Lisette Oropesa, Ismael Jordi, Roberto Tagliavini, Andrzej Filonczyk, Elissa Pfaender. Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real. Dirección de escena y vestuario adicional: David McVicar. Escenografía: Hannah Postlethwaite. Vestuario: Brigitte Reiffenstuel. Iluminación: Lizzie Powell. Dirección musical: José Miguel Pérez-Sierra. Teatro Real. Madrid, 14de diciembre de 2024
¡Gracias Lisette, ampliables a todo el equipo de esta producción, por haberme hecho emocionar hasta saltar las lágrimas! Pero dejemos el motivo para el final.
Esta ópera no se ha escenificado antes en el Teatro Real y no recuerdo si en la Zarzuela. Sí en Valencia en 2023. El Real acoge por primera vez la segunda de las tres “Reinas” de Donizetti con una nueva coproducción con el Gran Teatro del Liceo, el Donizetti Opera Festival de Bergamo, La Monnaie/De Munt de Bruselas y la Ópera Nacional de Finlandia. María Estuardo –guapa, joven, católica e ídolo popular– tuvo una vida y un final muy atractivo para los escritores y operistas románticos y tanto Schiller como Donizetti se dejaron conquistar por ella.
La obra, con el enfrentamiento entre dos reinas, no solo explora temas de poder y legitimidad, sino que también indaga en la complejidad de las emociones humanas, el sacrificio y el destino trágico de sus personajes, así como también las tensiones entre el catolicismo y el protestantismo. Donizetti se centra en el conflicto humano, en el choque de personalidades y en las consecuencias devastadoras de la ambición y el poder con las armas del bel canto más bello e intenso.
María Estuardo se desarrolla en un periodo tumultuoso de la historia de Inglaterra y Escocia. María, que fue reina de Escocia desde 1542 hasta 1567, se vio atrapada en una serie de conflictos políticos y religiosos que culminaron en su encarcelamiento y ejecución por parte de su prima, Isabel I de Inglaterra.
La ópera es fiel ejemplo de esos encontronazos entre el poder y el arte. Donizetti se vio obligado a cambiar su primera versión para que se representara. La obra se transformó en “Buondelmonte” -una de las Historias florentinas de Maquiavelo- y, con las modificaciones exigidas, se estrenó en el San Carlo de Nápoles en 1834. Ya como Maria Stuarda se ofreció en La Scala un año más tarde aunque, después de seis representaciones, la policía obligó a retirarla. Y eso a pesar de algunos cambios, porque María Malibrán, entonces protagonista, se negó a cambiar otros y acabó retirándose de las funciones.
Es precisamente la obertura que se escucha en el Real la que Donizetti escribió para esta ocasión. No tiene valor fuera de la ópera, pero contiene temas como su inicio y final. No fue hasta años después de la muerte de Donizetti que se estrenó sin censura, de nuevo en Nápoles, en 1865.
Pero no termina aquí la cosa, porque las dos cantantes protagonistas en el estreno de la ópera – Giuseppina Ronzi de Begnis y Anna del Serre- terminaron por enemistarse de tal forma que, al parecer, se pelearon y tiraron de los pelos tras el telón.
La ópera durmió luego en los armarios durante años hasta que sopranos como Leyla Gencer, Montserrat Caballé, Joan Sutherland o Beverly Sills la empezaron a recuperar a mitad del siglo pasado.
José Miguel Pérez Sierra ha evolucionado mucho y bien. Aún recuerdo su lejano debut en Toledo amparado por Giancarlo del Monaco. Ahora es el titular de la Zarzuela y se encarga de toda una producción en el Real. Mostró su dominio de esta música rica en melodías, con una orquestación que apoya la intensidad dramática de las situaciones.
Puso vida, contraste con equilibrio entre lo lírico y lo dramático y dejó que siempre se escuchase a los cantantes, sacando lo mejor de la Orquesta y el Coro titulares del teatro, siendo aplaudidísimo éste en su intervención final. Suya es gran parte dela responsabilidad del éxito del formidable conjunto.
Las exigencias vocales para los roles protagonistas son amplias tanto en la técnica como en lo interpretativo, debiendo contrastar la delicadeza del bel canto con la ferocidad del drama. Escrita originalmente para dos sopranos, una más ligera que la otra, es interpretada habitualmente, como en este caso, por soprano y mezzo falcon. Carece de sentido programar este título si no se tienen las voces y las hubo en el Real.
María Estuardo, encarna la fragilidad, la tristeza por su pasado y la angustia por su futuro, mientras intenta mantener su dignidad real. Es un papel complejo, que requiere de una soprano con una gran variedad de matices. Isabel I, la poderosa reina inglesa, se presenta con una fuerza aparente e imponente, pero que esconde vulnerabilidades e inseguridades. La ambición por el poder, combinada con el miedo a perderlo, la convierten en un personaje fascinante. Es una mujer atrapada por las circunstancias, obligada a tomar decisiones difíciles para mantener su reinado.
Los dúos entre María Estuardo e Isabel I son momentos excepcionales, donde el contraste entre sus personalidades se refleja en la música. El clímax se alcanza en el sexteto del segundo acto, donde las tensiones entre las dos reinas estallan en una confrontación musicalmente electrizante. Isabel empieza cantando “Ella siempre es la misma, soberbia y orgullosa” y María acaba respondiendo “Figlia impura di Bolena….vil bastarda dal tuo piè”. Es aquí uno de los momentos donde se evidencia la necesidad de una voz con más peso que la de Oropesa.
Inolvidable ese momento en la Scala en 1971 con Caballé y Verret o, más cercano, en el Liceo con la primera y Bianca Berini. Ni Lisette Oropesa ni Aigul Akhmetshin las pueden igualar, pero convencen. La mezzzo rusa Aigul Akhmetshin afronta con entrega un rol con tantas agilidades y ornamentaciones como María, con una extensísima intervención en el primer acto -escena y dúo- en la que demuestra calidez en el timbre y el resplandor vocal.
Oropesa acierta en su página de entrada “Oh nube! che lieve per l’aria t’aggiri” y sabe dar sentimiento en “Di un cor che more”, ya dentro de lo que Donizetti bautizó como “el aria del suplicio” al final de la ópera, para terminar a lo grande en la cabaleta “Ah!, se un giorno de queste ritorte”.
Seguridad en el registro agudo -una nota calante no desmerece-, la claridad en la emisión y el impulso sentimental, cantando sí, pero también interpretando. Vuelvo al inicio, en esa escena final sentí una emoción que no vivía desde hace mucho tiempo, llegando a aflorar las lágrimas. Por un momento, cerrando los ojos, se volvían a escuchar intenciones y armas de Caballé y, volviéndolos a abrir, incluso llegué a verla en la escena. Créanme que eso es un gran mérito de Oropesa, por cierto residente ahora en Madrid con piso en la Latina.
Otro personaje importante es Roberto, el conde de Leicester. Su indecisión y sus lealtades cambiantes lo convierten en un personaje clave para el desenlace. El papel no es moco de pavo, con mucha más exigencia que lucimiento. No es extraño que Ismael Jordi quiera despedirse de él con estas representaciones.
Lo ha cantado en teatros de toda Europa y resuelve con precisión las ornamentaciones, los cambios de tesitura, combina las medias voces y transmite la desesperación del personaje y, sobre todo, lo efectúa con su característica elegancia tanto en sus escenas como en los dúos. Roberto Tagliavini resulta un lujo como Talbot, manejando el bel canto con un sólido timbre muy atractivo y Andrzej Filonczyk compone un Cecil solvente.
David McVicar plantea una producción histórica, con un solo gran decorado trasero plano, paneles negros en los laterales y pocos aditamentos, un vestuario precioso y los movimientos escénicos justos con algún momento especialmente impactante.
El gran mérito de esta producción es que todo funciona coordinado, con fortalezas que se sinergian y sin debilidades. De ahí el gran éxito cosechado por una representación de ópera a la antigua usanza. Gonzalo Alonso
Fotos: Javier del Real y G.Alonso
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