Critica: Martha Argerich abrasa en Granada, en el “Festival de festivales”
Argerich abrasa en Granada, en el “Festival de festivales”
73 FESTIVAL DE GRANADA. Orquesta de la Suisse Romande. Martha Argerich (piano). Charles Dutoit (director). Obras de Falla (Segunda suite de El sombrero de tres picos), Schumann (Concierto para piano y orquesta) y Stravinski (La consagración de la primavera). Lugar: Granada, Palacio de Carlos V. Fecha: 6 julio 2024.
Martha Argerich y su leyenda han vuelto al festival de festivales que Antonio Moral y su imaginación han convertido el Festival de Granada. Dos años después de un Concierto de Ravel inolvidable en el Palacio de Carlos V, la pianista argentina ha regresado para interpretar en esta ocasión otro concierto emblemático de su repertorio: el de Schumann.
Como entonces, lo ha hecho acompañada en el podio por su ex-marido y eterno amigo Charles Dutoit, y junto a una orquesta de tanta raigambre como la Suisse Romande, que completó el programa y dejó constancia de su alcurnia stravinsquiana y fallesca con idiomáticas y rotundas versiones de la segunda suite de El sombrero de tres picos y de La consagración de la primavera.
Martha Argerich es un prodigio de la naturaleza. Asombra que a sus 83 años (nació en Buenos Aires, el 5 de junio de 1941) toque con el mismo músculo, virtuosísimo y arrojo de siempre. Genio y figura. Mira y remira, gesticula como quejándose de dios sabe qué, se mueve nerviosa en el taburete, muestra ostensiblemente su incomodidad con un foco inoportuno, o con cualquier cosa… Está atenta a todo, pero nada distrae la concentración en la música. En un instante pasa de poner cara de cabreo por lo que sea a tocar del modo más delicado y tierno imaginable. Su Concierto de Schumann, que ha interpretado y grabado mil y una veces, está insuflado de extremo aliento romántico. Apasionado y vibrante. Como es ella. También tierno y cantable. Puro Schumann, puro Argerich. En el primer movimiento, tras puntuales desajustes, particularmente con una sección de violines por momentos desconcertada, Argerich impuso su ley y clase con la complicidad maestra de un Dutoit que se las sabe todas y conoce al milímetro el arte desbordante e imprevisible de la leyenda.
En el segundo movimiento, el “Intermezzo” central, Argerich destapó el tarro de las esencias y cantó con ese aliento romántico, lírico, libre y efusivo, que tanto distingue el universo schumanniano. Dutoit, que tiene firmada una referencial grabación del Concierto de Schumann con otra leyenda del teclado -Alicia de Larrocha, Londres, 1981- dejó cantar a la Argerich y a los diferentes solistas de la orquesta, en ese hilvanado juego de temas, respuestas y diálogos que establece Schumann en el que es uno de los conciertos más “concertantes” del repertorio. La cadenciosa transición al tercer movimiento, al Allegro vivace conclusivo, fue pura magia, con solista, maestro y orquesta aliados en idéntico pálpito y pulso. Argerich hizo volar la música y la cargó de ese nervio y pulso abrasador que tanto distingue su arte natural y rotundo. Maravilla comprobar que aquello que escribió Harold Schonberg de que “es tan difícil que los dedos de Michelangeli yerren una nota como que una bala pueda cambiar su dirección” sea también realidad en los dedos de la chavala octogenaria que hoy es Argerich y que en su día también fue alumna del legendario pianista italiano. El misterio del talento. El misterio del genio.
Naturalmente, el éxito fue total y unánime. Con todos puestos en pie vitoreando sin fin a la diva argentina. Ella entraba y salía, saludaba y respondía a la apoteosis con gestos como “qué hago ahora”. Finalmente, Dutoit, ideal maestro de ceremonia, cogió a su antigua esposa del brazo y literalmente la sentó ante el teclado. Y llegó así lo que se esperaba y todos querían y reclamaban a golpe de aplauso, a golpe de bravo. En la bulla y el calor del éxito, la deidad de blanca melena congeló el tiempo y ganó el silencio absoluto con la tierna y confidencial “De tierras lejanas”, la susurrada página que abre las Escenas de niños de Schumann. Inolvidable.
Luego, tras esos dos minutitos en los que se paró el mundo, más apoteosis. Hasta que irrumpieron en el escenarios unos señores encorbatados y alguna señora bien trajeada. Políticos. El del Ayuntamiento, el de la Junta, el de… la de… También Antonio Moral, que ofició la ceremonia de entrega de la Medalla del Festival a la Argerich, quien debutó en el mismo ya en 1979, con la Orquesta Nacional y Antoni Ros Marbà, como recordó Moral en su alocución. La diva cogió entonces el micrófono y habló con concisión y su fuerte acento porteño de lo maravilloso que “es tocar en este sitio único y en una ciudad tan mágica como Granada”. Hasta en tres ocasiones ha actuado Argerich en el Carlos V durante los cuatro años de la referencial “Era Moral”: en el 2022, cuando tocó con Dutoit y la Filarmónica de Montecarlo el Concierto de Ravel, y en 2020, a dúo con el violinista Renaud Capuçon. “Qué sigamos disfrutando de tu arte muchos siglos más”, dijo Moral y ella casi se desternilló. ¡Amén!
La Suisse Romande fue la primera orquesta en hacer suyo y llevar al disco masivamente las músicas de Falla y Stravinski. Dos genios disímiles y en paralelo, que beben de sus raíces y propias culturas para generar nuevos horizontes y realidades. Y lo hizo de la mano de su fundador Ansermet, maestro de Dutoit y fundador de la orquesta, en 1918. Las históricas grabaciones de la centuria ginebrina y Ansermet de los ballets de Stravinski y Falla forman parte de lo mejor de la historia del disco. Millones de melómanos conocieron y disfrutaron -y así sigue siendo- de estas músicas a través de aquellas emblemáticas grabaciones editadas por DECCA. Este poso, esta tradición maravillosa, sigue viva en los rejuvenecidos atriles de una orquesta crecida hasta lo sobresaliente bajo el gobierno del también suizo Charles Dutoit (Lausana, 1936).
Dutoit siempre ha amado y difundido las músicas de Falla y Stravinski, que conoce tan interiormente como al arte y maneras de Argerich. Una pasión y dedicación musical heredada de su maestro y mentor Ansermet, quien precisamente dirigió en Londres el estreno absoluto de El sombrero de tres picos, el 21 de julio de 1919. De ahí, de esta confluencia ideal entre orquesta, maestro y repertorio, que las tres danzas de la segunda suite de El sombrero se escucharan cargadas de propiedad, sabor y suntuosidad. Emocionaba escuchar a los músicos suizos -instrumentistas y maestro- penetrar en la exaltación palpitante de la farruca y explosionar la gloriosa jota final, que insuflaron de fuego, naturalidad y virtuosismo. Y a apenas unos minutos de La Antequeruela, el “carmencito” donde vivió y compuso Don Manuel.
Algo parecido ocurrió en la segunda parte del programa, con una telúrica y abrasadora versión de La consagración de la primavera, en la que Dutoit (como la Argerich, un fenómeno de la genética: un octogenario chaval de 87 primaveras) mostró sus mejores y más efectivas aristas. Hizo fácil las tremendas dificultades de todo tipo que entraña un ballet que refleja y se inspira en la naturaleza y en sus más descarnadas y palpitantes manifestaciones. Fue una versión de referencia, en la que hay que aplaudir particularmente la estupenda intervención de la solista de fagot en su comprometida intervención inicial. A apenas unos metros del crítico, la Argerich, sentada entre el público, aplaudía la versión y se ponía en pie para aplaudir con el mismo entusiasmo que todos la habíamos aplaudido antes a ella. Definitivamente, una noche para los anales del “Festival de festivales”. Justo Romero.
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