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El Teatro Real, teatro alternativo
Gerard Mortier, autoretrato
Por Publicado el: 13/03/2012Categorías: En la prensa

Masa sin poder C(H)OEURS

Crítica
Masa sin poder
C(H)OEURS
Un proyecto de Alain Platel con música de Verdi y Wagner / Director musical: Marc Piollet / Coproducción del Teatro Real con los ballets C de la B Fecha: 12 de marzo.
Calificación: *
ALVARO DEL AMO / el mundo 13 marzo
La tensión entre el individuo y la masa parece ser el motor del empeño. Loable intención que ya arranca debilitada por el estigma de la obviedad. Se inicia el espectáculo con la aparición de unas figuras descoyuntadas, con atuendos precarios y la boca amordazada. Se reúnen en una esquina del escenario mientras suena la música de Wagner; manifiestan su fragilidad y abandono en unos movimientos inseguros, entre el baile de San Vito y la tiritona. Empiezan a librarse de sus mordazas que resultan ser, cito textualmente, los calzoncillos y las bragas que dificultosamente se visten a continuación.
A partir de aquí, asistimos a una antología enferma de distintas corrientes teatrales del último medio siglo. La impavidez de la masa coral remite a los frisos sombríos de Kantor; una expresión corporal desinhibida evoca la vitalidad escénica defendida por el Living Theatre; las protestas sociales que encontraron su vehículo en el Teatro del Sol francés se alternan con el desparpajo de la comedia musical de los 70, cuando era preciso quedarse en cueros; tampoco faltan alusiones a la consigna de los indignados, al barullo del teatro en la calle, e incluso descienden los focos para someter a la audiencia a un remedo de interroga-torio en tercer grado.
La suma indigesta de tantos ingredientes consigue el efecto deseado de desactivar a la vez el papel de la música, que suene su aire, y el desarrollo de un reto dramático que se diría que empieza en cada nuevo capítulo. La acción camina a trompicones sin que el batiburrillo general emerjan con mínima limpieza las sugerencias de un discurso teórico y plástico sin elaborar.
El público empezó a desertae durante la representación hasta un amago de pateo en las alturas, sofocado pronto. Luego alguien se sumó a la presentación de los intérpretes que pronunciaban su nombre, y al final los partidarios aplaudían con fuerza para contrarrestar las protestas que arreciaban. Mientras compositores como el inglés Harrison Birtwistle o el alemán Aribert Reimann sigan ausentes, y no se repongan las óperas de nuestros autores, desde Antón García Abril a Pilar Juradi, todos sumidos en idéntico olvido, frivolidades como la presente no encuentran justificación y el publico preferirá La Traviata.

el mundo, 13 marzo
Para `indignados’,los de la danza
CRISTINA MARINERO
C(h)oeurs se nutre argumentalmente de los últimos movimientos de los indignados, entre otros asuntos candentes. Pero, si «los de la danza» se pusieran, serían los verdaderos indignados. ¿Por qué, señor Mortier, ha incluido en el abono de danza este espectáculo? Y en la interrogante no incluimos al maravilloso Coro Intermezzo, ni a la Sinfónica, que sí nos emocionan, pero que, para colmo, están absolutamente desaprovechados.
¿Por qué se nos niega la cultura de los clásicos de la danza en el magnífico escenario del Real? Porque, si el New York City Ballet, el Ballet de la Opera de Berlín o el American Ballet no vienen aquí, en Madrid no pueden venir a ningún otro sitio. Y como no tenemos (todavía) compañía que pueda representar la historia del arte coreográfico, dependemos de la programación del Real. ¿Seguiremos teniendo lo que críticos como Clement Crisp, del Financial Times de Londres, llaman compañías Euro-trash? Quizás para experimentos hay otros espacios, porque las dimensiones del Real, sus magníficos profesionales (y el precio), deberían ser utilizados para los grandes ballets, que siguen siendo la base de los más reputados escenarios de ópera y danza del mundo.
Les Ballets C de la B llevan décadas recibiendo críticas negativas por parte de aquellos que defienden el arte coreográfico. Y, últimamente, han venido mucho a Madrid. Su oda al espasmo y al feísmo sólo resta puntos en C(h)oeurs y, encima, nos hacen sufrir, pero no como pretendían. Porque contiene más emoción, más sentido de la indefensión del individuo frente a la masa (es de lo que trataba C(h)oeurs, ¿no?) la escena de la locura de Giselle (1841), que todo el tembleque interminable y la contorsión gratuita que Alain Platel ha diseñado para sus esforzados bailarines. Da que pensar…

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