Crítica: Matthias Pintscher y la ONE dedican un justo recuerdo a las víctimas
Crítica: Matthias Pintscher y la ONE dedican un justo recuerdo a las víctimas
Obras de Pintscher, Mendelssohn y Rajmáninov. Augustin Hadelich, violín. Matthias Pintscher, director. Orquesta Nacional. Auditorio Nacional, 28 de marzo de 2025.

Matthias Pintscher
Sesión de indudable interés que nos permitía disfrutar de nuevo de los atributos violinísticos de Augustin Hadelich y comprobar los valores directoriales y compositivos de Matthias Pintscher, un músico probado que estudió con Hans Werner Henze, parte de cuya técnica aprehendió.
En marzo de 2018 tuvimos ya ocasión de escuchar en el Auditorio Nacional una muestra de su música, entonces dirigida por Christof Eschenbach: Herodiade, escena dramática para soprano y orquesta sobre un texto de Mallarmé.
Es muy hábil Pintscher en el manejo de un contrastado lenguaje atonal, cuajado de amplias dinámicas, con sorprendentes acordes disonantes, expansiones líricas, ancha interválica, evanescentes sonoridades. En esta oportunidad hemos podido escuchar otra obra reciente: Neharot (en hebreo, “ríos” y también “lágrimas”), una suerte de “tombeau” por las víctimas del COVID.
Organizada por fluyentes arcos sonoros, canaliza en su orquestación la tensión entre destrucción y recomposición, entre el vacío de la pérdida y la persistencia de la vida. O, en palabras del propio compositor, la tensión entre la devastación y el miedo, y la esperanza de la luz”, como afirma en sus interesantes notas al programa Teresa Cascudo.
Desde luego la obra se sigue con interés, aunque su duración, en torno a los 25 minutos, nos parezca algo excesiva para la substancia que propone. Desde luego sigue un discurso muy contrastado y variado, de tímbrica exquisita y con pasajes, muchos de ellos en pianísimo, de carácter acuarelístico, tal es la pátina que la habilidad del compositor consigue de su delicado y puntilloso trabajo.
Los muy numerosos instrumentos de percusión (excluidos, curiosamente, los timbales) se amoldan delicadamente a la narración musical. Partitura atonal, bien labrada, de sonoridades “lunares”, con solos de trompeta, participación repetida de cuatro trompas, pedales, evanescencias, delicadas láminas, súbitos “fortes”. Refinada y sutil, aunque, hay que repetirlo, demasiado extensa.
Pintscher, no hay que decirlo, la dirigió muy bien con un gesto claro y amplio, no muy variado. Maneja batuta al viejo estilo, un poco en la línea de Peter Eötvös, que fue, junto a Boulez, con quien estudió dirección. El mismo que empleó, como es lógico para acompañar al violinista Hadelich en el Concierto de Mendelssohn y en las Danzas Sinfónicas de Rajmáninov. El solista mostró de nuevo sus ya conocidas credenciales: sonido con cuerpo, sustancioso, afinación intachable, “spiccato” preciso, sobreagudos firmes, fraseo consistente y bien amoldado, vigor en los fulmíneos ataques…
Forzoso es comparar su versión con la que hace tan solo una semana nos brindara con la Orquesta de la RTVE María Dueñas. Ambas son magníficas. Nuestra instrumentista posee una sonoridad más dulce y refinada, un fraseo más cordial, una dicción más personal, una articulación más variada.
Pintscher y la Nacional acompañaron de manera ortodoxa y cerraron el concierto con las imponentes, espectaculares y a veces monótonas Danzas Sinfónicas de Rajmáninov. Todo en su sitio, pulcritud e incluso excelente construcción. Insuficiente para animar la escucha de esta partitura tardía, tan amplia y a veces virulenta, con pasajeras zonas de ese a veces almibarado lirismo del autor.
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