Miguel Muñíz, el gestor con el que comenzó la modernización del Teatro Real, por Gregorio Marañón
Miguel Muñíz, el gestor con el que comenzó la modernización del Teatro Real
Como ha escrito nuestro común amigo Jesús Ruiz Mantilla, que tan bien le conocía, Miguel Muñíz fue “una de esas figuras que no comprendía la economía sin el arte… y que, de hecho, anduvo casi toda su vida entre ambos mundos y supo acoplarlos con maestría”.
Miguel, que ha fallecido en Madrid a los 82 años, como también apunta Ruiz Mantilla: “supo hacer confluir sus deberes con sus devociones y se convirtió también en gestor cultural”. Un gestor cultural excelente, añadiría yo.
Cuando Carmen Calvo me incorporó en 2004 al Patronato y a la Comisión Ejecutiva del Teatro Real, propuse el nombramiento de Miguel Muñiz, que recientemente se había jubilado al terminar su presidencia en el ICO, para cubrir el puesto de director general que estaba vacante, tras la que, confío, fue la última destitución por cambios políticos. Recuerdo bien mis conversaciones de entonces con Rosa Torres Pardo, que nos ayudó a convencerle para que reanudara su actividad profesional aceptando la dirección general del Teatro Real.
Cito de nuevo a Ruiz Mantilla: “Antes había bregado también en la política. Licenciado en Ciencias Económicas por la Universidad Complutense de Madrid, se incorporó como funcionario a la administración del Estado en los años sesenta antes de afiliarse al PSOE en 1975. Desempeñó tareas en el primer Gobierno de Felipe González, al comienzo como secretario general de Planificación en el Ministerio de Economía que dirigía Miguel Boyer y después como presidente del Instituto de Crédito Oficial (ICO), entre 1986 y 1995. De lo que se sentía más orgulloso era de haber impulsado la colección de arte del ICO. También presumía en su etapa junto a Boyer de haber dado vía libre a Cultura para construir la red de auditorios nacionales que se empezaron a levantar en los ochenta por toda España. Aquella dotación de infraestructuras permitió el despegue de los ciclos y programaciones que llevaron definitivamente al país a la modernidad en ese campo tras décadas de atraso.”
A finales de 2007, el nuevo ministro de Cultura, César Antonio Molina, asumió la propuesta de reforma de los Estatutos del Teatro Real, y en enero de 2008 me propuso como su primer presidente independiente. Naturalmente, mi primera decisión fue ratificar a Miguel como director general. Entonces planteó, al igual que había hecho en el ICO, constituir una importante colección de arte, disponiendo para ello de unas reservas que tenía el Teatro Real. Entre las numerosas adquisiciones que propuso, figuraba una instalación inolvidable de Jaume Plensa iluminando el techo de la Sala del Teatro con un paisaje de nubes en movimiento y un cielo azul. Finalmente, los indicios de lo que luego sería una gravísima crisis económica nos hicieron desistir de aquél atractivo proyecto, y así pudimos afrontar la bajada de las subvenciones públicas sin endeudarnos.
En junio de 2008, la Comisión Ejecutiva del Teatro Real tomó la decisión de no prorrogar los contratos de Jesús López Cobos y Antonio del Moral. Si en la época fundacional –1995–, con Elena Salgado como directora general, tuvimos que optar para la dirección artística entre Lissner y Mortier, eligiendo al primero, en este caso consideramos también ambas candidaturas, y, finalmente, nos decantamos por Mortier. El apoyo inicial que Miguel Muñiz le prestó fue esencial, aunque luego tuvieron profundos desencuentros.
A Miguel se le deben de aquél fecundo periodo dos iniciativas muy relevantes: la aprobación de un excelente proyecto social que llevó la ópera a las prisiones, y una extraordinaria instalación audiovisual que permitiría el desarrollo en este campo alcanzado por el Teatro Real en los últimos años. Como ha escrito Graça Prata Ramos, “… hemos honrado su memoria haciendo florecer muchos de los proyectos que él inició, en un camino siempre ascendente que sitúa al Teatro Real hoy entre los mejores coliseos líricos”.
En noviembre de 2011, el PP ganó las elecciones generales, y José María Lassalle aseguró que se respetaría la autonomía del Teatro Real y a su equipo profesional. Naturalmente, Miguel continuó, y, en febrero de 2012, incorporó como su segundo a Ignacio García-Belenguer, un brillante Técnico de la Administración Civil del Estado, que pronto se adentró en la realidad del Teatro Real. Algunos meses después, habiendo cumplido 72 años, Miguel manifestó su deseo de jubilarse e inició desde su retiro una interesante experiencia escultórica, al tiempo que, con su afición por la música, apoyaba el Festival fundado por Eduardo Arroyo, en Robles de Laciana, en el que su compañera de vida, Rosa Torres Pardo, deslumbraba con sus inolvidables conciertos de piano. Gregorio Marañón
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