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Por Publicado el: 05/03/2025Categorías: Entrevistas

Miguélez Rouco, Händel en Madrid y sus sólidas opiniones acerca de la ópera

Alberto Miguélez Rouco (La Coruña, 1994) ya anunció, el año pasado, que con su agrupación, Los Elementos, se proponía abrirse a otros repertorios más allá de sus recientes, muy aclamadas recuperaciones de las obras líricas de José de Nebra. Sin descuidar lo segundo (acaba de salir al mercado su nueva grabación de Venus y Adonis para el sello Aparte), este miércoles, el músico gallego y su agrupación regresan al Auditorio Nacional (19.30H.) para interpretar Clori, Tirsi e Fileno, de G. F. Händel, con la participación de dos jóvenes sopranos, Alicia Amo y Ana Viera Leite.

Alberto Miguelez Rouco y Los Elementos

Alberto Miguélez Rouco y Los Elementos

Puede que Alberto Miguélez haya decidido que ya es el momento de ampliar las bases sobre las que se ha sostenido, hasta la fecha, su proyecto más querido, la orquesta con instrumentos originales formada por algunos de los más jóvenes y talentosos músicos europeos forjados, en su mayoría, en la Schola Cantorum de Basilea. Pero si, hoy, Los Elementos y su director se miden con una de las óperas juveniles de Händel, a su vez, José de Nebra, el autor que los unió desde el principio, se mantiene como el alimento primordial de su dieta básica. La reivindicación de la grandeza de este músico no cesa.

“Lo que más me impactó de mi encuentro con la obra de Nebra es la tremeda injusticia de que una música de semejante calidad permaneciera en el abandono o que, cuando se llevaba a cabo algún intento modesto por rescatarla, se hiciera sin contar con los medios imprescindibles”, comenta Miguélez. “A partir de ahí, he volcado todos mis esfuerzos en recuperarla con el mayor nivel posible que sirviera para poner de relieve su extraordinaria calidad. En España, cuando te piden que hagas algo de música española histórica, te ofrecen unas condiciones inaceptables, que te arregles con un par de violines y un violonchelo, y así es muy complicado, por no decir imposible, que estas obras florezcan como es debido”.

Por eso él, cuando se decidió a tocarlo, cantarlo y grabarlo, tuvo siempre claro que solo lo haría en la mejor de las compañías posible. Fue entonces, poco antes de la pandemia, cuando surgió la idea de convencer a un grupo de sus jóvenes colegas para interpretar las zarzuelas históricas de Nebra. Y como quien dice, casi jugando, siete años más tarde su empeño ya ha cristalizado en tres ya imprescindibles grabaciones que han obtenido las más auspiciosas reseñas de la crítica, incluso internacional.

Comenzó con Vendado es amor, no es ciego, a la que le seguirían Donde hay violencia no hay culpa y, justo estos días, Venus y Adonis. Los dos primeros títulos fueron recibidos, además, con el entusiasmo del público cuando se programaron en La Coruña y Madrid (donde Vendado es amor llegó a inaugurar en su día el prestigioso “Universo Barroco” del CNDM) y en el Teatro de la Zarzuela (allí se ofrecieron varias representaciones de Donde hay violencia, que contaron con el beneplácito de Plácido Domingo, que los saludó emocionado tras su estreno).

De ahí que Miguélez no llegue a explicarse el escaso aprecio que este repertorio ha recibido tradicionalmente en su propio país. Algo que no ocurre, por ejemplo, con las obras de Victoria o Guerrero en Inglaterra, donde casi son venerados. “El problema es que aquí valoramos siempre más todo lo que viene de fuera. Que a Victoria o a Guerrero se los hayan apropiado los ingleses me parece algo terrible, porque además es como la pescadilla que se muerde la cola. Resulta que en España no hay dinero para recuperar nuestro rico patrimonio musical, pero luego pagamos a agrupaciones de fuera que vienen a enseñarnos el valor absoluto de lo que nosotros despreciamos. Jordi Savalll intentó en su día realizar una integral de estos compositores y tuvo que desistir por falta de medios. Mientras en Inglaterra…”, se lamenta.

Quizá el paradigma en cuanto a la conservación, valoración y difusión de su patrimonio artístico sea Francia. No hay más que ver el celo que ponen en celebrar los aniversarios de autores como Lully y Rameau, en cómo ofrecen su repertorio cuando se proponen ofrecer producciones de sus obras líricas. “Desde luego, en Francia toda esta música se encuentra súper valorada. La cantidad de agrupaciones de ese país que interpretan la música de sus compositores es ingente. Se programan conciertos todos los días, mientras lo que ocurre aquí es indignante”, sostiene.

Al menos ahora (sobre todo desde que los Amigos de la Ópera coruñeses, en 2020, fueron los primeros en programar Amor es vendado, como parte de su programación), algo parece estar cambiando en la consideración que merece el admirable trabajo que despliega Alberto Miguélez, que se ocupa desde procurarse buenas ediciones de las partituras hasta organizar los viajes de los músicos, proponer cuidados repartos, etc. El CNDM le ha nombrado este año “Artista residente”, lo que le ha permitido volver a inaugurar el “Universo barroco” con otra recuperación imprescindible, en esta caso, de La cautela en la amistad de Corselli; interpretar un precioso programa de villancicos y cantadas navideñas, a finales del año pasado, y ahora regresar al Auditorio Nacional con la primera apuesta haendeliana de la agrupación, la ópera Clori, Tirsi e Fileno, estrenada en 1707.

En esta ocasión, Miguélez no solo dirigirá; también podrá lucir su voz de contratenor, que en su día ya reclamó la atención del genial William Christie. Con el director norteamericano, uno de sus mentores (el principal sería Renè Jacobs), interpretó Partenope de Händel en una gira mundial con Les Arts Florissants. Su modo de trabajar en experiencias como “Le jardin des voix”, una iniciativa de Christie para promover el talento joven, constituye para él toda una inspiración, tanto para dirigir como a la hora de cantar.

“Mi carrera se va haciendo en la medida en que surgen las cosas. Para mí, el ideal consistiría en poder elegir mis propios proyectos, y más aún, en crearlos, ya sea cantando o dirigiendo. Ese es el modelo que he visto funcionar con mi maestro, René Jacobs, que tenía su agrupación, Concerto Vocale, o lo que hace William Christie. En cualquier caso, es un proceso largo y lento”, comenta. De Christie destaca, también, que “aunque no habla mucho tiene algunas cosas muy especiales. Lo principal en él es ese gusto por el riesgo: cada noche cambia algo, lo cual, aunque a veces pueda ponerte en un aprieto, hace que el concierto posea una magia especial”.

De momento, Miguélez parece sentirse muy a gusto en su doble faceta. Esta temporada debutará en el Liceo barcelonés con el Giulio Cesare, otra ópera de Händel, una cima en este caso, todo un reto además para un cantante joven. Como director, también le gusta rodearse siempre del talento reciente a su alcance, pero bien preparado. Lo cual puede contrastar en ocasiones con la seriedad de sus propuestas y opiniones, más conservadoras que las posturas que predominan en la actualidad. Por ejemplo, además de creer que el relevo generacional no está ni mucho menos garantizado en la ópera, como a veces se sugiere, sostiene que, en su caso, nunca podrían haberle enganchado “ni con óperas contemporáneas ni con montajes fuera de contexto”.

“Por más que se empeñen en poner carteles muy modernos, o en hacer tráilers psicodélicos, con eso no van a atraer a nadie”, reflexiona. “Lo fundamental es propiciar que desde la escuela los niños acudan a la ópera, pero no como se hace aquí, que como mucho los llevan a una adaptación o para ver El gato con botas’’. Hace un par de años trabajé en una gira por Francia con Christophe Rousset, en una ópera de Legrenzi. Algunos días venían niños y la reacción era increíble. Hacían la ola al final. Pero no iban a un espectáculo pensado para ellos, se enfrentaban con la realidad de una ópera, no en horario de clase, si no como el resto de las funciones, un viernes por la tarde”, recalca.

Lo que tampoco le impide reconocer que algunos enfoques están ya pasados de moda. “Tampoco ayuda el cartón-piedra, esas producciones cutres que a veces se ven. Lo fundamental son los cantantes, y por ese lado tampoco vivimos buenos tiempos. Sólo hay que buscar los repartos de hace cincuenta años. Entonces tenías un listado increíble de primeras figuras, desde Maria Callas o Elisabeth Schwartzkoff hasta Domingo, Carreras y Pavarotti. No había ni uno solo malo, se cuidaban hasta los papeles pequeños”.

César Wonenburger

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