Montiel
Montiel
El caso de María José Montiel me intriga. Conocí a la entonces soprano cuando empezaba. Fue en casa de la pianista Rosa Torres-Pardo y Miguel Muñiz, ahora director del Teatro Real, en una de las reuniones musicales que suelen convocar. Rosa me llamó para contarme que iba a acompañar a una soprano estupenda y, efectivamente, despertó mi interés aunque, como todo principiante, estaba un poco verde. Pasó el tiempo y ambas artistas se encargaron de inaugurar la primera sala del Teatro Real que se abrió al público. Luego nunca las volví a oir actuar juntas.
La voz de Montiel era bella en el timbre, cálida y muy expresiva. De esas que transmiten y llegan al corazón de los públicos. No obstante tenía un problema que, de otro lado, ha afectado a algunas de las grandes sopranos de la historia: una cierta limitación en el registro agudo. Pasó más tiempo y la voz ensanchó, se asentó y la artista potenció el registro grave, cambiando de repertorio y pasandose al de mezzo. La he escuchado en estupendas Carmenes-la canta ahora en Tokio- y Requiem verdianos. Chailly le ha llamado frecuentemente para esta última obra. También la he escuchado deslumbrar en galas de múltiples en el Real o en la Zarzuela, siendo de las artistas que más aplausos ha cosechado en ellas. Críticos de todas las sensibilidades, desde Gómez Amat a Marco, hemos valorado muy positivamente sus actuaciones e incluso hemos solicitado que cante con más frecuencia en nuestras salas. Pero parece que clamamos en el desierto y que, una vez más, nadie es profeta en su tierra. A Montiel le está pasando lo que en su día a De los Ángeles o Caballé, que tuvieron que labrarse el nombre fuera de nuestras fronteras. Muchos nos preguntamos una y mil veces por los motivos de esta inexplicable ceguera, cuando existe un repertorio de mezzo falcon absolutamente ideal para Montiel.
Allá Antonio Moral y Joan Matabosch si no les gusta personalmente, pero los demás teatros españoles deben saber que están perdiendo la ocasión de apuntarse un éxito seguro.
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