Mozart no existió
Mozart no existió
Muchos somos conscientes de la pobre herencia informativa musical que vamos a dejar a nuestros sucesores. Posiblemente Mozart no existiría dentro de trescientos años si hubiese nacido en 1990 en vez de en 1756. Afortunadamente para la humanidad Mozart no nació ahora, como tampoco Beethoven, Wagner o Verdi.
¿De cuántas obras de las que se estrenan en nuestros días queda constancia? ¿Cuántas críticas de esos estrenos se publican en los medios de comunicación? Cuando hoy un estudiante realiza su tesis y quiere saber cómo le fue a Stravinski en París en 1913 con el estreno de su “Consagración de la primavera”, sólo tiene que irse a Google o, en el peor de los casos, a cualquier hemeroteca. ¿De qué estreno de hoy día, a pesar de jamás se ha generado tanta información, existirá documentación comparable dentro de cien años? La prensa generalista diaria apenas se ocupa de ello. De ahí la responsabilidad de la prensa especializada como último bastión de la memoria histórica musical.
No es sólo eso. La correspondencia entre Tchaikovski y Nadezhda Von Meck o entre Wagner y Mathilde Wesendonck nos abre los ojos a las muchas tribulaciones de ambos compositores cuando escribieron algunas de sus obras. Por los escritos de Barbieri conocemos cómo fue su desencuentro en la visita de Verdi a Madrid en 1863 para dar a conocer “Forza del destino”. ¿Quién escribe hoy cartas o notas que se puedan almacenar en algo que no sea un disco duro? ¿Habrán previsto Henze o Boulez trabajar sus escritos en discos duros independientes que puedan legar íntegros sin que revelar esos aspectos tan personales que se conservan en los de cualquier mortal, como sus cuentas o las páginas de Internet que visita? Su correo estará en emails que desaparecerán y no quedará ningún tachón ni nota sobrescrita que revele las dificultades que tuvieron para ir avanzando en sus partituras.
Por eso, de perdidos al río. ¡Qué más da si nuestros tataranietos son incapaces el día de mañana de saber quienes fuimos sus antepasados porque se lo pusimos muy difícil combinando apellidos en aras de improcedentes e inútiles igualdades! Somos capaces en nuestro tiempo de clonarnos, pero cada vez menos de mantener el sentido común. No les quepa duda que, dentro de poco, para freír dos huevos limpiaremos la sartén y la colgaremos y descolgaremos entre uno y otro por mantener el protocolo para una unidad, porque no seremos capaces de pensar que nos puede servir el mismo aceite para ambos. Gonzalo Alonso
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