Música por la supervivencia
Si la música salvó de la muerte a Fania Fenelon y sus compañeras de la orquesta femenina de Auschwitz-Birkenau, como recordaba la miniserie televisiva Música para sobrevivir, una orquesta ha servido ahora de vehículo para fijar el foco de atención en la más terrible de las tragedias que vive la humanidad en estos momentos: la de los refugiados. O, para ser más precisos: la de aquellos que aspiran a encontrar refugio en algún lugar. Un toque de atención con el que se ha pretendido, si no salvarles la vida instantáneamente, al menos dar visibilidad a un colectivo que sufre el peor de los infortunios.
Este domingo, en un concierto extraordinario que se anticipa a su nueva temporada sinfónica, la Orquesta Estatal de Tesalónica aportaba el toque aristocrático en los actos de apertura de la 80 edición de la Feria Internacional Helexpo, que tiene lugar entre el 5 y el 13 de este mes en la capital de la región griega de Macedonia, Tesalónica. Un nombre que hoy evoca el éxodo de millones de personas, que atraviesan este territorio al nordeste de Grecia para intentar traspasar las fronteras macedonias –esta vez hablamos del país- y desde allí situarse en Hungría, antesala de esa Europa a la que aspiran llegar.
Pensando en ellos, en una acción conjunta con la Cruz Roja local, la Orquesta programaba el lunes un concierto gratuito al aire libre en los espacios más diáfanos del puerto, a poca distancia de Lesbos, la isla con 85.000 habitantes en la que se hacinan 20.000 sin techo. Utilizando este foro para solicitar colaboración popular a fin de recabar productos de primera necesidad: desde alimentos o artículos higiénicos a calzado y pañales para bebé. Convirtiendo en precepto las palabras del oráculo nacional Nikos Kazantzakis, padre literario de Zorba, cuando decía en su libro Ascética: “Ama la responsabilidad. Di: solo yo tengo el deber de salvar la Tierra. Si no se salva, es culpa mía”.
Con este fin Vladimiros Symeonidis, fundador del grupo de cámara Contra-Tempo e invitado habitual de las mayores orquestas del país, se puso al frente de los músicos tesalonicenses. Formado con Uros Lajovic, discípulo de Swarovski, en Viena, ciudad cuyos escenarios frecuenta con asiduidad, Symeonidis optó para la ocasión por un programa popular por el que, tras abrir con la Wassermusik de Handel, fueron desfilando páginas conocidas de Mozart, Bizet, Smetana, Tchaikovsky, Mendelssohn y Rimsky-Korshakov. El primer gesto de generosidad de la noche llegó de la mano de Rossini y adoptó forma de lluvia: gotas aisladas, que si bien obligaron a dejar cerrados en los atriles los pentagramas de la obertura de Guillermo Tell prevista para el cierre, consiguieron rebajar algunos grados a la temperatura, haciendo más llevadero el terrible peregrinar de los prósfigues, como aquí los denominan, cuyos rostros reconocen como familiares.
Juan Antonio Llorente
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