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Antonio Iglesias, un hombre de hierro
Inicios turbulentos
Por Publicado el: 01/10/2011Categorías: Artículos de Gonzalo Alonso

Músicos indignados

Músicos indignados

“¿Qué pasa, qué pasa? ¡Que no tenemos casa!”. “¡No tendrás casa en tu puta vida!”. Esto es lo que veía en algunos de los carteles de los manifestantes que pululaban -cómo no- por la Cibeles y la Gran Vía en mi camino al concierto del CNDM en homenaje a Tomás Luis de Victoria en las Descalzas Reales, monasterio en el que el músico desempeñó el cargo de organista.

Ochenta minutos de músicas de Victoria, Guerrero y Morales invitan a la reflexión. Había salido de casa indignado por el ninguneo al que los medios de comunicación, tan amantes de obituarios y centenarios en otras artes, han sometido al más internacional de nuestros compositores junto a Falla y Albéniz. También por la escasa repercusión del Festival de Alicante o tantas otras cosas, pero lo que de verdad clamaba al cielo era que hubiesen pasado sin pena ni gloria los cuatrocientos años desde que Victoria falleció en Madrid un 27 de agosto de 1611.

En un primer momento me dieron ganas de convocar por twitter una manifestación del mundo musical para proclamar las virtudes del avileño y, de paso, pedir una mayor presencia de lo nuestro en los medios de comunicación. Pero, claro, había que diseñar, fabricar y repartir las correspondientes pancartas y, mucho me temo que no ayudase a ello ninguna de las organizaciones que se esconden tras tanto indignado. Y, naturalmente, nuestras solicitudes nunca podrían ser tan relevantes como el derecho a poseer una vivienda digna, si es posible en Serrano o, si llega el caso, el aún más sólido derecho a poder vivir sin el castigo del trabajo. Ni siquiera tiene la misma importancia el desahucio bancario a unos jóvenes amigos que muy ilusionados se atrevieron a abrir una tienda de venta de partituras en Galapagar y cuya deuda tiene ahora que saldar su padre por haberla avalado vendiendo una segunda residencia.

No, los músicos sólo podemos entonar “Sancta Maria, sucurre miseris”, porque no somos capaces ni quizá sepamos hacer otra cosa y, para colmo, lo cantamos en un convento y no donde todos: en Cibeles.

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