Muti hace magia inolvidable
MAGIA INOLVIDABLE
Programa: ‘Falstaff’, comedia lírica en tres actos, de Giuseppe Verdi. Cantantes protagonistas: Kiril Manolov (Sir John Falstaff), Federico Longhi (Ford), Mattias Stier (Fenton) Eleonora Buratto (Mrs. Alice Ford), Isabel de Paoli (Mrs. Quickly), Anna Malavasi (Mrs. Meg Page), Damiana Mizzi (Nanneta), Giorgio Trucco (Dr. Cajus), Matteo Falcier (Bardolfo) y Grazziano Dellavalle (Pistola). Coro: Teatro Municipale de Piacenza. Orquesta: Giovanile Luigi Cherubini. Dirección de escena: Cristina Mazzavillani Muti. Director musical y maestro concertador: Riccardo Muti. Producción: Festival de Ravena. Lugar: Teatro Campoamor de Oviedo. Fecha: 31-VII-2015.
Hay invitaciones que no se pueden rechazar para gozar, absolutamente, en el maridaje de dos monstruos de la música: Giuseppe Verdi con su ópera, “Falstaff” y Riccardo Muti en el foso. Fue algo explosivo de plenitud musical, teniendo en cuenta que ha sido la primera vez en que el maestro napolitano afronta esta ópera en las Españas y con un titulo verdiano en versión escénica. Justificado este necesario prolegómeno cabe destacar la frase que el propio director musical manifestó al llegar a la capital del Principado, ofreciendo esta actuación como un “importante tributo musical por parte nuestra de Italia”. Voces críticas se han alzado por el coste de esta producción (no ha sido tanto), que viaja con unas 150 personas, entre cantantes, músicos y técnicos venidos desde Ravena. A la luz de lo visto y escuchado, Oviedo ha estado en la cima lírica mundial durante dos días y lo que te rondaré, morena.
Fue una velada donde, tanto en el foso orquestal como en el escenario, se produjo una auténtica magia, que será inolvidable, criterio este compartido con alguno de los donostiarra que estuvieron presentes en la representación del pasado viernes (repetida al día siguiente). De entrada es asombroso constatar como semejante belleza musical se puede escribir con semejante clarividencia intelectual a los 78 años, siendo la última ópera verdiana, con la que se rompen todos los moldes todos sus anteriores títulos, aunque hay determinados breves líneas melódicas que traen aromas de otras previas; donde se hace tributo al concepto de la comedia del arte de Benedetto Marcello, de dos siglos atrás, apreciándose la genialidad del monstruo de Roncole en el permanente floreo armónico que llega al homenaje mozartiano con el fresco e inteligente concertante final de ‘Tutto nel mondo è burla’, como colofón bufo de la filosofía shakespeariana sobre el poder que Arrigo Boito extrae de la comedia ‘Las alegres comadres de Windsor’ y del drama ‘Enrique IV’ de escrito de Stratford-von-Avon. Pero es que esa magia se convirtió en algo que quedará en la memoria de cada espectador al contar con manipuladores de la quiromancia impecables: desde el foso Riccardo Muti y sobre las tablas la escenografía de Ezio Antonelli, el vestuario de Davide Broccoli y la impecable regiduría escénica de la Mazzavillani, señora Muti (con la cual ha trabajado su esposo por primera vez). Parece mentira que a un ‘atrezzo’ tan simple se le pueda dar semejante viveza visual a costa de unas proyecciones que causaron una permanente ensoñación para el sentido de la vista, ya que el del oído estaba en manos del mago napolitano, sacando chispas a la multiplicidad de colores que extrajo con la Orchestra Giovanile Luigi Cherubini, creada por él, preñada de juventud magistral que renueva, en gran parte, todo los años. Si todo eso fue grande, inmenso, la sabiduría del maestro estuvo en el lujo del difícil arte de la concertación musical, que suele ausente en muchas batutas profesionales y siempre en otras de pretenciosa osadía. Era un constante fluir de elegancia, belleza, del impacto colorista, majestuoso, a modo de un especial mestizaje de las paletas pictóricas de Diego Velázquez y de Vincent van Gogh. Era Muti en estado puro. “Aquí estamos de nuevo! ¡Pasen y vean!, como el propio Verdi, sobre este su testamento lirico, escribió al entregado Boito.
Sobre las tablas existió el desorden mejor ordenado que uno recuerda. Todo estaba en su sitio, todo tenía un por qué y todos llevaban a cabo perfectamente el desarrollo escénico de su propio personaje, hasta en los más mínimos detalles. Hubo momentos de plena genialidad, como en el primer cuadro del último acto, donde aparare reflejada una fotografía (intencionadamente diluida) de la casa natal de Verdi, en Roncole, a modo del exterior de la hostería de la Jarretera, o en el soliloquio ‘Io, dunque, avrò vissuto tanti anni’ de Sir John, aún empapado de agua del Támesis, a donde había sido arrojado, cantado ante el evanescente busto de don Giuseppe que existe en un pedestal frente a la citada casa nativa. ¡Qué manera tan bella de dar sentido mágico a las cosas! Después de todo lo escrito parece como si los cantantes fueren algo secundario y nó. Son el pináculo de dicha comedia lírica, en la concepción de un Muti pletórico, que se sostiene gracias a la belleza musical creada. Todos estuvieron a gran altura, siendo las voces de mayor relieve la de Manolov, la de Mizzi y sobre todo la de Malavasi. Preciosos los encuadres escénica en las tres veces que se produce el breve dúo ‘Boca bacciata non perde ventura’ que cantan Ninnetta y Fenton. EMC
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