Liceo: Los dos repartos de Nabucco
NABUCCO (G. VERDI) – PRIMER REPARTO
Nabucco: Un seguro para tiempos difíciles
Gran Teatre del Liceu de Barcelona. 19 Octubre 2015.
El Liceu ha abierto la presente temporada de ópera con este título verdiano, que parece ser un auténtico seguro de taquilla en los tiempos difíciles que corren. Digo esto, porque no solamente al reclamo de Nabucco se han agotado todos los días las localidades, sino porque se ha producido una auténtica aglomeración de Nabuccos en Europa entre el 5 y el 20 de Octubre, comparable a los grandes atascos que ocurren estos días en Madrid. Nunca había visto tal coincidencia de Nabuccos en un período tan corto de tiempo. Sin ánimo de hacer una lista definitiva, les diré que en estos días ha subido la ópera de Verdi a los siguientes escenarios: Cagliari, Módena, Pittsburg, Jesi y Berlín, además de en nuestro país en Oviedo y Barcelona. La coincidencia en fechas en España, donde no son tantas las temporadas de ópera, me lleva a pensar para qué sirven las reuniones de Opera XXI. Tendrán su finalidad, pero no parece que sea precisamente la coordinación lo que prima. No solo es el caso de estos Nabuccos, sino también la coincidencia del Teatro Real y Abao en un título tan poco frecuente como Roberto Devereux. Ni siquiera comparten producción.
Escena
Volviendo al Nabucco de las Ramblas, el resultado ha satisfecho a los espectadores, destacando la parte musical del mismo, aunque el reparto vocal no ha sido brillante y la producción escénica no ha sido ni siquiera decepcionante, ya que la conocía de su estreno en Milán.
El argumento principal que se suele usar para explicar el protagonismo de los directores de escena modernos se basa en que el responsable ha de ofrecer su visión de la obra, su profundo pensamiento, su dramaturgia, para presentar un trabajo que sea inteligible para un público de hoy, tan alejado del de la época de composición de muchas óperas. Eso trae consigo que un director de escena no hace dos producciones sobre una ópera sino pasados bastantes años desde su primera incursión en el título. No es éste el caso de Daniele Abbado, que es el responsable de esta nueva producción, en colaboración con el Covent Garden, Chicago y la Scala de Milán, donde se estrenó hace dos años. Hace apenas 7 años Daniele Abbado hizo otra nueva producción de Nabucco, que se pudo ver en Bilbao, caracterizada por la presencia permanente de un pseudo muro de las lamentaciones. Apenas 5 años después hace otra nueva producción, en la que no se sabe bien qué es lo que quiere transmitir. No es la primera vez que esto ocurre con Daniele Abbado. También en la Flauta Mágica hizo dos producciones, no muy alejadas en el tiempo una de otra, y con concepciones muy distintas la una y la otra. Me temo que quizá lo que ocurre es que un regista moderno no se dedica a ofrecer un concepto profundo de su visión de la obra, sino a hacer lo que se le ocurre, cuando recibe un encargo de un teatro.
Daniele Abbado nos ofrece una escenografía más o menos minimalista, con un escenario desnudo, en el que al inicio parece que estamos en un cementerio judío, que va siendo derribado, para trasladarnos a algo que puede representar un desierto (arena hay en escena). Tanto la escenografía como el vestuario se deben a Alison Chitty y resultan bastante confusos, trayendo la acción quizá al asentamiento de los judíos en Palestina tras la Segunda Guerra Mundial. ¿Qué ha pretendido decir Daniele Abbado en esta producción? Pues no es fácil saberlo, ni siquiera habiendo leído lo que él mismo escribe en el programa de mano del teatro. La iluminación de Alessandro Carletti no es particularmente destacable. La dirección de escena nunca ha sido el punto fuerte de Daniele Abbado y se vuelve a repetir la historia en esta ocasión. Pocas veces se asiste a una representación en la que el coro tiene tanta importancia y en la que su movimiento escénico es tan escaso. En resumen, una producción confusa y sin interés. Si al menos hubiera apostado por la estética….
La dirección musical estuvo encomendada en esta ocasión al israelita Daniel Oren, que nos ofreció lo mejor de la representación. Hace unos días leía una entrevista a Riccardo Muti, en la que decía que el público debería abuchear a un director que se mueva demasiado en el podio. Si el público hiciera caso a Muti, los abucheos a Daniel Oren serían interminables, ya que no es que se mueva, sino que es el mayor saltimbanqui que ocupa un podio, dando espectaculares saltos, de los que algún día puede salir lesionado. Confieso que a mí me interesan más los resultados musicales que los mayores o menores excesos físicos por parte del director. La verdad es que Daniel Oren ha brindado una notable lectura de Nabucco, quizá algo superficial, pero hay que reconocer que hacía tiempo que no se escuchaba tocar así a la Orquesta del Gran Teatre del Liceu, a la que he encontrado muy mejorada bajo su batuta. El Coro del Liceu fue el triunfador de la representación en la valoración del público, siendo obligado a bisar el Va Pensiero, pero no termina de convencerme, aparte de la espectacularidad del final del mencionado fragmento coral. Tiene todavía que mejorar bastante para ser lo que fue, es decir el mejor coro de ópera de España, titulo que hoy no detenta para quien esto escribe.
El protagonista era Ambrogio Maestri, a quien volvía a ver en el personaje de Nabucco tras su paso hace unos meses por el Palau de les Arts de Valencia en el mismo rol. Ni entonces ni ahora su actuación me ha resultado convincente. No es una cuestión de adecuación vocal ni de poderío, sino de estilo, elegancia y expresividad. Ambrogio Maestri es un magnífico Dulcamara y un excepcional Falstaff, pero Nabucco es otra cosa y me resultó un intérprete bastante decepcionante. Leyendo el muy interesante artículo de Miguel Lerín sobre voces verdianas que se publica en el programa de mano, es evidente que Ambrogio Maestri pertenece a otra categoría.
La soprano austriaca Martina Serafín dio vida a Abigail y me ha producido la misma impresión que cuando le vi interpretar el personaje de Turandot en Bilbao en Mayo del año pasado. Estamos ante una destacada cantante, que ha paseado su excelente Marschallin por los grandes coliseos de ópera del mundo y que en los últimos años ha decidido pasarse a la ópera italiana. Sigue siendo una notable cantante, pero ni Turandot ni Abigail están en sus características vocales. Le faltan graves de manera evidente y las notas altas son descoloridas, apretadas y al borde del grito. No creo que el cambio de repertorio haya sido un acierto y me temo que su futuro no va a ser muy brillante cantando estos personajes.
Vitalij Kowaljow y Marianna Pizzolato
El bajo ucraniano Vitalij Kowaljow ofreció un Zaccaría de gran nobleza, con una voz pastosa, acompañada de una buena línea de canto. Como no todo pueden ser alegrías, diré que su volumen vocal resulta más reducido que lo deseable, especialmente en un teatro del tamaño del Liceu.
Roberto De Biasio lo hizo bien en el personaje de Ismaele, con una voz agradable, aunque engola en más de un momento. Marianna Pizzolato cumplió bien en la parte de Fenena, cantando con gusto su aria del último acto.
En los personajes secundarios Alessandro Guerzoni (Mr. Serafin) fue un no más que sonoro Sacerdote del Bello, mientras que Javier Palacios mostró una voz más reducida que lo que yo recordaba en la parte de Abdallo. Anna Puche (Anna) sonaba perfectamente en los concertantes.
El Liceu estaba abarrotado, como en todas las representaciones del título. El público se mostró cálido con los artistas, aunque no hubo excesivo entusiasmo en los saludos finales, siendo Daniel Oren el triunfador popular.
La representación comenzó puntualmente y tuvo una duración de 2 horas y 45 minutos, incluyendo un intermedio y el bis del Va Pensiero. Duración musical de 1 hora y 59 minutos, eliminando el mencionado bis. Siete minutos de aplausos.
El precio de la localidad más cara era de 299 euros, habiendo butacas de platea al precio de 161 euros. La entrada más barata con visibilidad costaba 38 euros. José M. Irurzun
Fotos: A. Bofill
NABUCCO (G. VERDI) – SEGUNDO REPARTO
Vocalmente más adecuado y con un agujero negro
Gran Teatre del Liceu de Barcelona. 21 Octubre 2015.
Es ésta la última representación del segundo reparto programado por el Liceu, cuyo resultado vocal ha sido más equilibrado y adecuado que el del reparto principal, si nos olvidamos de enorme lunar del intérprete de Zaccaría.
De la producción de Daniele Abbado no diré nada de nuevo. Simplemente, me resulta aburrida, aunque no moleste para el desarrollo de la ópera.
Ha vuelto a repetir su notable dirección musical Daniel Oren, sin duda el triunfador de estas representaciones. Por las razones que sean, lo cierto es que hay una gran comunión entre el público y Daniel Oren.
Tatiana Melnychenko y Alejandro Roy
El nuevo Nabucco era el barítono italiano Luca Salsi, quien ofreció una buena actuación, aunque se eche en falta mayor amplitud en su nstrumento. Es más adecuado que Ambrogio Maestri, aunque la voz de éste sea más importante.
La soprano ucraniana Tatiana Melnychenko resultó también una Abigail más adecuada vocalmente que la de Martina Serafín en el reparto principal. Sustituía a la previamente anunciada Elena Pankratova. La voz tiene importancia en el centro, resultando atractiva y amplia, muy adecuada a las exigencias del personaje. Por abajo resulta suficiente y tiene apretado el extremos agudo. De hecho, las notas más altas en
ocasiones las evita, como en el concertante que pone fin al primer acto, y en otras pasa serios apuros, como en su gran escena del segundo acto. Su figura recuerda mucho a la de la joven Dolora Zajick.
La presencia del bajo italiano Enrico Iori en Zaccaría es uno de esos misterios que no tienen posible explicación humana. Zaccaría es uno de los más importantes personajes de bajo que escribiera Verdi y requiere muchas cualidades para enfrentarse a él. Enrico Iori no es que no las tenga, sino que simplemente no pasa de ofrecer una voz para cantar personajes secundarios, auténticos comprimarios. Habría entendido que cantara el personaje del Sacerdote del Belo, pero nunca Zaccaría.
Marianna Pizzolato y Enrico Iori
El tenor asturiano Alejandro Roy fue Ismaele y cumplió con su cometido. La voz es amplia y bien timbrada, no excesiva en cuanto a calidad, y tiene tendencia, como siempre, a cantar todo en forte.
Repitió su Fenena Marianna Pizzolato y volvió a hacerlo muy bien en el regalo que Verdi dejó a las mezzosopranos en forma de aria en el acto IV. Repitieron los comprimarios del primer reparto.
El Liceu volvía a ofrecer un lleno total. El público se mostró un tanto frío durante la representación hasta del Va Pensiero, que volvió a desatar su entusiasmo, siendo bisado nuevamente. Hubo recepción cálida para los artistas en los saludos finales, siendo las mayores ovaciones para Daniel Oren.
La representación comenzó puntualmente y tuvo una duración total de 2 horas y 45 minutos, incluyendo un intermedio. Duración musical de 1 hora y 59 minutos, excluyendo el bis del Va Pensiero. Seis minutos de aplausos, excesivamente arrastrados.
El precio de la localidad más cara era de 213 euros, habiendo butacas de platea desde 113 euros. La entrada más barata costaba 27 euros. José M. Irurzun
Fotos. A. Bofill
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