Nubarrones sobre “Rigoletto”
Festival de Verona
Nubarrones sobre “Rigoletto”
Muchos de quienes acuden a Bayreuth y Salzburgo desprecian Verona. No resulta extraño, pues se enfrentan los conceptos de elitismo y masa. Sin embargo somos muchos para quienes el asunto es perfectamente compatible, porque lo que no se enfrentan son afición y conocimientos con ignorancia. Las tres coexisten en los tres festivales citados. Bien lo sabían los cantantes. El paso por Bayreuth siempre fue obligado para los wagnerianos, como lo fue por Salzburgo para ser fichado por las multinacionales discográficas. Los intérpretes del repertorio italiano tenían como metas la Scala, por razones obvias, y la Arena de Verona, donde habían de demostrar que poseían voz para llegar a veinticinco mil espectadores al aire libre y sin micrófonos. Todos los grandes pasaron por el anfiteatro romano desde que el tenor Giovanni Zenatello lo incorporó a los circuitos líricos en 1913 con una legendaria “Aida”. Basten como ejemplos el que Verona marcase el inicio de la carrera de Callas en 1947 con “Gioconda”; que en 1972 se alternasen Corelli, Bergonzi y Pavarotti y que para Domingo y Caballé supuso un hito el “Don Carlo” de su presentación conjunta en 1969.
La ciudad se acordaba de Callas a través de una placa en una de las casas de Piazza Bra, junto al coliseo romano, que recordaba que allí vivió Meneghini, su primer marido. Hoy se alquila el inmueble y la placa ha desaparecido. Siguen las que rememoran a los caídos en Libia y, muy especialmente, la que señala la ventana desde donde Garibaldi, en 1867 gritó “Roma o morte”. Pero han desaparecido muchas otras cosas porque los tiempos cambian. Así la formidable heladería “Motta”, fonda obligada en los numerosas entreactos, la tienda especializada en discos no oficiales “Dal bon Lorenzo” o la de la propia Ricordi, transformada en perfumería como cualquier planta baja de El Corte Inglés o Saks, donde ya tampoco nadie comprará un smoking o una chaqueta blanca para lucirla en Verona. Hace demasiado calor, como también en Bayreuth, pero allí el público es más masoquista y no les importa añadir la maloliente traspiración a las seis horas de una ópera sobre auténticos potros de tortura. En Verona se sustituyen los misticismos por refrescos, paninis y almohadillas -que se roban unos a otros como en los toros- o impermeables para refugiarse de las inoportunas tormentas.
La lluvia es la gran amenaza. Gotas, truenos y rayos mantuvieron en vilo a “Rigoletto” anticipándose al escrito temporal del cuarto acto. Un minuto antes de acabar el primero, el director, Renato Palumbo, dejó a Leo Nucci con la nota en la boca. Caían cuatro gotas. Pero claro, barítono y resto de artistas exigieron continuar. No iban a dejar de cobrar su caché por causa de fuerza mayor. Había que terminar al menos el minuto que faltaba. Y la organización, si no nadaba, sí que también guardaba la ropa. Si no se acababa el primer acto habría que devolver el importe de
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