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Por Publicado el: 01/05/2012Categorías: En la prensa

Nueva York completa su Tetralogía

Lepage estrena su
‘Anillo’ wagneriano
en la Metropolitan
EDUARDO SUÁREZ. EL MUNDO, 1/05/2012
La crítica recibe con división de opiniones
el montaje con el que arranca la tetralogía

El Anillo de la Met tiene una voluntad
colorista que la crítica ha
comparado con las creaciones de
Lepage para El Circo del Sol. Pero
su visión no logra eclipsar la dimensión
musical de la tetralogía.
La orquesta brilla bajo la batuta de
Fabio Luisi, que ayuda a sobrellevar
la ausencia del anciano James
Levine, al que sus achaques mantienen
en una baja indefinida de la
que posiblemente no regresará.
Los cantantes no desmerecen.
Atruenan la Brunilda de Deborah
Voigt y el Sigfrido de Jay Hunter
Morris, que llevan el peso en las
dos últimas óperas del ciclo. Pero
son aún mejores los retratos de voces
más graves como la de los bajos
Eric Owens (Alberich) o Hans-
Peter König (Hagen) o la del barítono
galés Bryn Terfel, que ofrece
una interpretación prodigiosa en el
papel deWotan.
Lepage decía hace unos días
que no le importan las críticas al
Anillo. En parte porque tiene apalabrados
otros dos
montajes con la
Met y en parte
porque le hace feliz
ver ensambladas
por fin las
cuatro piezas de
la tetralogía.
«Cuando uno ve
todo el lote es como
conectar las
luces de un árbol
de Navidad», explica,
«de pronto
la energía de una
ópera se extiende
a otra y muchas
cosas empiezan a
tener sentido».

El Anillo wagneriano pone a prueba
los recursos de cualquier compañía
operística y la Metropolitan
no es una excepción. Sus responsables
entregaron su enésima reencarnación
a Robert Lepage y el
mago canadiense construyó su visión
escénica en torno a un artefacto
metálico sobre el que se proyectan
imágenes evocadoras del
Walhalla, el fuego purificador o los
bosques del Rin.
La máquina disparó el coste del
montaje hasta los 12 millones de
euros y suscitó división de opiniones
entre los críticos, que despreciaron
el montaje como un obstáculo
para el disfrute de los acordes
del maestro. Pero el público neoyorquino
ha recibido con entusiasmo
la tetralogía, que se empezó a
fraguar hace cinco años y no se ha
representado por entero hasta hace
unos días.
¿Es El Anillo de Lepage el fruto
de una visión de vanguardia o se
ciñe a los requerimientos de la tradición?
La impresión general es
que el canadiense ha intentado lograr
ambas cosas a la vez: pertrechar
al ciclo deWagner de un lenguaje
apropiado para la era digital
y a la vez despojarlo de las connotaciones
hitlerianas, freudianas o
marxistas que pervirtieron el sentido
de su trama durante el siglo
XX. A Lepage le reprochan que no
ha sabido bucear en las motivaciones
íntimas de los personajes. Pero
la intensidad del montaje crece
a medida que avanza la tetralogía
y sus pasajes incluyen imágenes
de una inmensa potencia visual.
En el corazón del montaje se halla
lo que los responsables de la
Met conocen como «la máquina»:
un artilugio de 24 placas de aluminio
que se mueve para recrear el
entorno en el que se despliegan las
pasiones de los personajes. El propio
Lepage ha contado que el ingenio
nació en un hotel de Vancouver
en el verano de 2007. Primero como
varios cartones unidos por un
hilo y luego como una maqueta
más elaborada en la que las placas
tenían el tamaño de las teclas de
un piano.
Hoy la máquina es un artefacto
formidable de 45 toneladas que ha
obligado a la Met a instalar botones
de emergencia y a reforzar el
escenario con dos vigas de acero
para evitar un desprendimiento fatal.
A los críticos no les gusta porque
sus crujidos distraen la atención
de la música pero al director
canadiense le permite una enorme
versatilidad.
Las placas son triángulos alargados
y se retuercen sobre sí mismas
para recrear paisajes distintos con
la ayuda de un proyector. En El
oro del Rin transportan al espectador
a las profundidades del río y
en La valquiria son los caballos
simbólicos sobre los que cabalgan
las hijas del diosWotan. En Sigfrido
arropan la legendaria escena de
la muerte del dragón y en El ocaso
de los dioses dan forma a los salones
medievales del castillo de
Gunther y su hermana.
Los responsables de la Met eran
conscientes del riesgo que suponía
reclutar a Lepage y por ahora defienden
la calidad del montaje. La
tetralogía se exhibirá en los próximos
días en los cines de todo el
mundo y la cineasta Susan
Froemke ha estrenado un documental
que refleja las impresiones
de sus protagonistas.
«Lepage es quizás el primero en
ejecutar lo queWagner quería ver
sobre el escenario», decía hace
unos días Peter Gelb, director artístico
de la Met desde el otoño de
2006. Una afirmación arrogante en
la que sin embargo
se adivina un
fondo de verdad.
El libreto de El
Anillo incluye acotaciones
escénicas
que durante décadas
se antojaron
imposibles de
cumplir. El propio
Wagner sufrió para
llevarlas a cabo
en el estreno absoluto
de la obra y
situó a las hijas
del Rin en unas
máquinas rudimentarias
cubiertas
por unas sedas
azules y accionadas
entre bambalinas por unos forzudos
que despertaron cierta decepción.
El maestro simuló las
transformaciones de los personajes
a base de cortinas de vapor y
George Bernard Shaw se quejó de
que el patio de butacas olía como
una lavandería.
La tecnología ha pertrechado
mejor a Lepage para acometer los
desafíos escénicos que plantea la
tetralogía deWagner y sus esfuerzos
han logrado pasajes de gran riqueza
visual. Las placas metálicas
del artefacto se transforman en la
espesura de los bosques teutones
durante las primeras notas de La
valquiria y al final de la obra el
cuerpo exánime de Brunilda cuelga
boca abajo sobre el escenario
arropado por el fuego en uno de los
instantes imborrables del montaje.
Pero el montaje de Lepage no
siempre sale airoso del duelo con
la partitura. El dragón al que degüella
Sigfrido dejaría impávido a
cualquier niño de cinco años y la
crítica se ha mofado del caballo
que monta Brunilda al final de la
obra comparándolo con «un toro
mecánico de cualquier bar de medio
pelo del Lejano Oeste». El vestuario
es eficaz pero poco original
y la impresión general es que la es-
cena de la destrucción final no está
a la altura de las circunstancias.

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