Obituario de Christopher Hogwood
HOGWOOD: UN PURIFICADOR
Sin duda fue Christopher Hogwood, que acaba de dejarnos a los 73 años de edad, un adelantado a su tiempo, junto con Thurston Dart o David Munrow, ingleses también. Al lado de ellos o del más templado Raymond Leppard, continuó las descubiertas que habían iniciado años atrás artistas como Gustav Leonhardt o Nikolaus Harnoncourt.Eran años de lucha y de búsqueda, a las que se unieron otros británicos de sangre caliente: Gardiner, Parrott, McGegan, Pinnock o, más modernamente, McCresh. De repente, todo era más presuroso, más ligero, más nítido y urgente y la tímbrica, gracias al uso de los instrumentos de época, se tornó vívida, luminosa, agreste. Hogwood, que había comenzado, también como alguno de los citados, tocando el clave, que aprendió con Leonhardt y con Puyana, y que, en este empleo, se hizo ya un nombre en el seno del Early Music Consort, que cofundara con Munrow, y en la Orquesta St. Martin in theFields, pronto se levantó de asiento para situarse en el podio.
Lo hizo, y a conciencia, en su propia formación, creada en 1973, la hoy ya mítica Academy ofAncient Music, que utilizaba instrumentos de época, como los de la agrupación mencionada en primer lugar. La de Sat. Martin tocaba con instrumental moderno, bien que sonara como los ángeles. Pero Hogwood supo establecer las bases técnicas y estilísticas para lograr de su flamante grupo una sonoridad específica y atrayente, que propiciaba, gracias a un riguroso estudio de la tímbrica y de los planos, de los acentos y de los ataques, una transparencia singular de las voces, con las de los metales y de las maderas ubicadas en primer término. Sin la dicción más agresiva y virulenta de Harnoncourt o la sequedad imperiosa de Leonhardt. Pero con mayor fustigamiento rítmico que el impuesto a sus agrupaciones por Gardiner, siempre más amplio y elegante.
Hogwood grabó muchísimo –unos doscientos discos-, sobre todo durante los setenta y ochenta, con L’OysseauLyre, un sello de Decca. Marca ésta con la que registró asimismo en abundancia. Las grandes obras de Johann Sebastian Bach, muchas de su hijo Carl Philipp, varios oratorios de Haendel (de quien escribió una magnífica biografía, publicada en España por Alianza), las “Sinfonías” de Mozart (junto a Jaap Schröder), varias de sus óperas, los “Conciertos parateclado” (con el fortepianista Robert Levin) y un largo etcétera han quedado para la posteridad en interpretaciones excelentes y rigurosas, puede que en ocasiones algo faltas de chispa, de apremio.
Este carácter, que hacía que la penetración en las estructuras no fuera la ideal a veces, lo evidenció el maestro inglés en su visita a la Orquesta Nacional en 2007, cuando hacía mucho que había dejado la Academy y se dedicaba a recorrer el mundo sirviendo con frecuencia otros repertorios. Su versión de laEscocesa de Mendelssohn no nos permitió reconocer al buen músico intérprete del barroco y el clasicismo; ni al entregado en sus últimos tiempos al repertorio del siglo XX. Sí disfrutamos con su versión de “La carrera de un libertino” de Stravinski en el Teatro Real. Arturo Reverter. La Razón, 17/09/2014
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