Obituario de Gianni Raimondi
OBITUARIO
Gianni Raimondi, tenor per se
JUSTO ROMERO
¡Ha muerto Raimondi! Algún plumilla, desde alguna agencia de noticias, se enteró de la muerte del tenor Gianni Raimondi y lanzó a los cuatro vientos un tópico pero atractivo titular: “Ha muerto Gianni Raimondi, eterno compañero de escena de la divina María Callas”. La Callas vende siempre y, claro, el teletipo, bien adobado con lo de “eterno” y “divino”, corrió como la pólvora por las redacciones, y se engrandeció aún más por el hecho de que en muchos lugares debieron confundir el apellido del difunto tenor con el del mucho más popular barítono-bajo Ruggero Raimondi, cantante sin más parentesco con el fallecido Gianni que el de haber nacido ambos en Bolonia.
Gianni Raimondi fue un gran tenor per se. Cantó, sí, con la Callas –como también lo hicieron casi todos los buenos tenores de su época-, pero nunca fue conocido como el “eterno tenor de la Callas”, puesto privilegiado que se reserva al tenor Giuseppe di Stefano. Raimondi sí participó con la diva greco-americana en algunas noches para la historia, como fueron las representaciones de la Anna Bolena de Gaetano Donizetti, en abril de 1957, en la Scala de Milán. Sin embargo, el divo boloñés queda en la memoria de los melómanos como el tenor que grabó una maravillosa filmación de La Bohème de Puccini junto a la gran Mirella Freni, bajo la dirección musical y cinematográfica de Herbert von Karajan.
Su muerte se produjo el pasado domingo, pero sus familiares no quisieron difundir la noticia hasta ayer, una vez celebrado el funeral. La Scala de Milán, teatro en el que Gianni cantó hasta en 270 ocasiones, fue uno de los puntos claves de su extensa carrera. También fue uno de los templos operísticos que mejor apreció las cualidades de su voz de tenor lírico puro, y quizá fuera allí donde se acunó el calificativo de “tenor del do” con que a menudo fue reconocido. Ayer, tras conocer la noticia, el coliseo milanés difundió un comunicado en el que lamenta la pérdida del artista, al que considera como “una de las más grandes voces de la historia de nuestro teatro”.
Gianni Raimondi nació en Bolonia el 17 de abril de 1923. Allí estudió con Albertina Cassani y Antonio Melandri. Luego se trasladó a Milán, para trabajar con Mario Basiola y Gennaro Barra Caracciolo. Su debú escénico se produjó en 1947, en Budrio, cerca de Bolonia, donde se presentó con el Duque de Mantua, de Rigoletto, que se convirtió pronto en uno de los roles fundamentales en su carrera. Este éxito le brindó el salto a la fama. Un año después actuó en el Comunale de Bolonia en el papel de Ernesto, del Don Pasquale de Donizetti.
Cantó frecuentemente en el San Carlos de Nápoles, donde cosechó sonados éxitos entre 1952 y 1979. Pero su consagración internacional se produjo en la Scala, cuando en 1956 crítica y público se entusiasmaron con su interpretación del Alfredo de La Traviata, de Verdi, junto a una Violetta llamada nada menos que Maria Callas y la dirección escénica de otro “eterno”: el cineasta Luchino Visconti.
Otros escenarios que también aclamaron con particular entusiasmo a Gianni Raimondi fueron la Ópera de Viena (donde triunfó entre 1957 y 1974) y el Metropolitan de Nueva York, de cuya escena fue asiduo desde 1965 hasta 1969.
Dotado de una voz amplia y pura de timbre inequívocamente meridional, la extensión de su voz, la facilidad de emisión en el registro agudo, y un sentido del fraseo preciso y musical, le permitieron abordar sin riesgo, ni miedos, partes a menudo esquivadas por otros grandes de su época dotados en principio de similares medios.
Así, el Arturo belliniano de I puritani, el Edgardo de la Lucia di Lammermoor donizzetiana, el Arnold del Guillaume Tell rossiniano y el Arrigo de la verdiana I vespri siciliani fueron caballos habituales de su batalla operística mundial. A menudo se ha considerado que la irrupción en los escenarios de Alfredo Kraus ensombreció la figura del boloñés Raimondi, y es en parte cierto, pero lo que resulta indudable es que Gianni Raimondi abordó con más frecuencia algunos papeles belcantistas que el tenor canario frecuentó poco (quizá por prudencia), y que no dudó en mantener hasta muy entrados los años de su carrera papeles que con frecuencia sólo interpretan tenores de más peso, valgan como ejemplo sus papeles puccinianos, Cavaradossi, Rodolfo y Pinkerton.
El tenor boloñés acumuló un vasto repertorio que cantó desde Viena y Londres a Nueva York, con frecuencia dirigido por las mejores batutas internacionales, entre las que destacan las de Carlo Maria Giulini, Gianandrea Gavazzeni, Karajan, George Prêtre y Claudio Abbado.
Su carrera fue finalmente reconocida con la concesión del premio Caruso en 1990, galardón que han recibido grandes cantantes de la lírica, como la soprano Renata Tebaldi, y los tenores coetáneos suyos, Mario Del Monaco y Alfredo Kraus.
Gianni Raimondi, tenor, nació el 17 de abril de 1923, en Bolonia (Italia), donde falleció el 19 de octubre de 2008, con 84 años.
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