Obituario de Maureen Forrester
Obituario de Maureen Forrester, contralto
La voz grave de Mahler
JUSTO ROMERO, El Mundo
En los años ochenta, cuando media España descubría a Mahler impulsada por los devaneos melómanos de Alfonso Guerra, muchos conocieron su música a través de la voz grave e inconfundible de la contralto canadiense Maureen Forrester. Era la voz grave de Mahler en aquel ciclo prodigioso grabado por Bruno Walter, editado y reeditado mil veces, y que fue, es y seguirá eternamente siendo una de las cimas discográficas de la historia de la música.
Ella fue la auténtica contralto. Su timbre oscuro, rico en sonoridad, de potencia estremecedora, con graves que hacían temblar a los tenores y sopranos que tuvieron la fortuna de compartir escena con esta artista verdaderamente de raza, sólo equiparable a su gran colega y antecesora, la británica Kathleen Ferrier, nacida 18 años antes.
Natural de Montreal, de familia muy humilde, desde los trece años trabajó como telefonista para sufragarse su carrera y mantener a sus tres hermanos. Estudió con Bernard Diamant, Sally Martin y Fränck Rowe. A los 23 años ofreció su primer recital, en Montreal. En 1956 es llamada por el legendario director Bruno Walter –discípulo y amigo de Mahler- para presentar en Nueva York la Segunda sinfonía, “Resurrección”, del compositor bohemio. Fue el inicio de su inmersión sin fin en el sutil universo sonoro mahleriano.
Mahler fue siempre una referencia en sus conciertos y grabaciones. En 1958 grabó en Berlín algunas colecciones de sus Lieder bajo la batuta de Ferenc Fricsay. Precisamente este mismo año registra en Estados Unidos, con Bruno Walter y la Filarmónica de Nueva York su legendaria interpretación de La canción de la tierra. En mayo de 1966 registró en Ámsterdam, junto a la Orquesta del Concertgebouw y Bernard Haitink, la Tercera sinfonía de Mahler.
Pronto su fama se extiende a ambos lados del Atlántico. Deslumbra y es aplaudida con entusiasmo en los festivales de Montreux, Salzburgo, Edimburgo, Bournemouth y Berlín, entre otros. La intensidad de sus interpretaciones, tanto en recitales como en conciertos lírico-sinfónicos cautiva a todos los auditorios. Beethoven y su Novena sinfonía, la Rapsodia para contralto de Brahms, La canción de la tierra de Mahler o El sueño de Geroncio de Elgar son pilares de su repertorio. También la música vocal de Bach, de la que Maureen Forrester se convirtió en pionera y defensora esencial. Como documentos valiosos, se conservan sus insuperadas grabaciones del Oratorio de Navidad (bajo la dirección de Eugene Ormandy) y de La pasión según san Mateo, bajo la dirección de Antonio Janigro.
Cantó y difundió Händel cuando nadie interpretaba sus óperas. Las marcó con signo propio. Entre ellas, y de las que existe testimonio discográfico, Giulio Cesare (Cornelia), Rodelinda (Bertarido), Serse (Serse), y Theodora (Didymus). Fue precisamente con Giulio Cesare el título con que inauguró en 1966 la New York City Opera del Lincoln Center. Trabajó con directorazos como John Barbirolli, Thomas Beecham, Eugene Ormandy, Herbert von Karajan, Fritz Reiner, Malcolm Sargent, Leonard Bernstein, George Szell, Josef Krips, Ferenc Fricsay, Bernard Haitink, Seiji Ozawa o James Levine, entre otros.
Fue en esta época, a finales de los años sesenta, cuando inició su gran carrera operística. Triunfó en todos los repertorios: el alemán, con personajes wagnerianos tan exigentes como Erda, Brangäne y Fricka; el francés con la Charlotte de Werther y Cendrillon, ambas de Massenet, y Diálogo de carmelitas, de Poulenc.
Cantó, por supuesto, los característicos personajes verdianos de contralto, como la Ulrica de Un ballo in maschera o la Mistress Quickly de Falstaff, e, incluso, en plena madurez, incursionó en el repertorio ruso, del que cantó el papel de La condesa, de La dama de picas, en la Scala de Milán en 1990, con 60 años. Un año antes, se presentó en el papel de Klitämnestra, de la Elektra de Strauss en la Ópera de Pittsburgh. Con no menor éxito abordó el personaje también straussiano de Herodias, de Salome.
Tampoco descuidó la música contemporánea. Famosa es su interpretación del personaje de Madame Flora en La Medium de Menotti, en un registro de 1977 publicado en 2006 en soporte DVD, y que protagonizó junto a Shawna Farrell, Stello Calagias y Gino Quilico. Su sensibilidad por el repertorio del siglo se manifiesta también en los muchos encargos que comisionó a muy diversos compositores, tanto canadienses como de otros países. Entre ellos, Murray Schafer y Harry Freedmann.
Siempre mantuvo activa su vocación por la enseñanza, que alimentó desde muy pronto. En 1966, con 33 años, asume la cátedra de canto del Conservatorio de Filadelfia, que luego compagina con numerosos cursos y clases magistrales. En 1957 se casó con el violinista y director de orquesta canadiense Eugene Kash (1912-2004), del que se divorció en 1971, tras haber tenido cinco hijos con él. Desde hace algunos años padecía demencia senil. Con su muerte, desaparece una de las últimas y verdaderas representantes del siglo de oro de la voz.
Maureen Forrester, contralto, nació en Montreal, Canadá, el 25 de julio de 1930, y falleció en Toronto, el miércoles, 16 de junio de 2010, con 79 años.
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