Obituario y reacciones ante la muerte de Mariss Jansons
Fallece Mariss Jansons, batuta inolvidable
“Dirigir para vivir”
Mariss Jansons (Riga, 1943) era uno de los grandes de la dirección de orquesta. La muerte del admirado maestro letón, ayer – 30 de noviembre – en su domicilio de San Petersburgo, a los 76 años, ha sorprendido a todos, pese a que eran bien conocidos su muy precaria salud y los serios problemas de corazón que sufría, lo que le obligó a frecuentes cancelaciones en los últimos meses. Se empeñó en dirigir hasta el último momento, pese a las severas indicaciones de sus médicos. “Necesito dirigir para vivir”, decía cuando tras los conciertos acababa exhausto, literalmente destrozado, como le ocurrió en la reciente gira que realizó por Estados Unidos con la Sinfónica de la Radio de Baviera, cuando el 8 de noviembre a duras penas pudo concluir el concierto programado ese día en Nueva York, aunque aún tuvo el coraje de regalar fuera de programa la Quinta danza húngara de Brahms, en un programa premonitorio en el que también dirigió las Cuatro últimas canciones de Strauss, con la soprano Diana Damrau como solista. No pudo ya dirigir el concierto programado al día siguiente, en el que fue reemplazado por Vasili Petrenko.
Su pundonor ha sido tan grandioso como su honradez de artista. Fue un músico amable, laborioso, trabajador y leal a la partitura, pero también con los profesores que dirigía y ante el público. Su honestidad artística y calidad humana fueron proverbiales. Primero en Noruega, donde entre 1979 y 2002 convirtió a la Filarmónica de Oslo en un conjunto ejemplar de categoría internacional, como luego en Pittsburgh (1996-2004, donde reemplazo a Lorin Maazel), y en la Concertgebouw (2004-2015, orquesta en la que tuvo como asistente y discípulo al entonces prometedor director valenciano Gustavo Gimeno, del que quiso ser uno de sus principales valedores). También sucedió a Maazel en el podio de la Sinfónica de la Radio de Baviera, cuando en 2003 asumió la titularidad, que ha desempeñado hasta la actualidad.
Valencia ha tenido oportunidad de disfrutar del arte de Jansons en repetidas ocasiones. Inolvidables son sus conciertos en el Palau de la Música. En la memoria de los melómanos quedan sus interpretaciones de la Sinfonía Escocesa de Mendelssohn-Bartholdy y de la Quinta de Shostakóvich al frente de la Filarmónica de Berlín, el 8 de mayo de 2003; sus versiones de las sinfonías “Sorpresa” de Haydn y de la Cuarta de Chaikovski el 23 de marzo de 2006 con la Radio de Baviera, o la memorable versión que el 2 de febrero de 2010 brindó de la Segunda de Rajmáninov al frente de la Concertgebouw de Ámsterdam, en un programa en el que también se escuchó el Concierto de violín de Sibelius con Janine Jansen como solista. Aquel concierto, que supuso su última actuación en Valencia, se coronó con el bis de un inolvidable Vals triste de Sibelius. Nada mejor que esta música teñida de añoranzas y melancolía para describir el dolor que hoy siente el universo musical ante la partida de quien ha sido uno de los mejores y más queridos y honorables maestros del último medio siglo. Justo Romero
Gustavo Gimeno: “Me siento profundamente triste”
Me siento triste y profundamente conmovido al conocer que el Maestro Jansons falleció ayer en San Petersburgo. Es una pérdida enorme para el mundo de la música. Fue el director más querido por músicos y amantes de la música y un gran ejemplo para todos nosotros.
Era un ser humano extraordinario y hermoso. Apasionado, honesto y el músico más inspirador. Él ha marcado de manera decisiva mi manera de trabajar y de hacer música. Fue un mentor para mí y siempre le estaré extremadamente agradecido.
Querido Mariss, descansa en paz.
Publicada en el diario LEVANTE el 2 de diciembre.
Jesús Iglesias: “Mariss Jansons, el mejor regalo”
Director artístico del Palau de les Arts de València
Creo que Mariss fue el mejor regalo que me hizo Ámsterdam. Y esas casualidades que tiene la vida han hecho que me enterara de su fallecimiento durante un viaje relámpago a esta ciudad y al despertarme precisamente en el mismo hotel donde él se hospedaba cuando estaba allí y donde tantas veces había ido a reunirme con él. Luego, esa misma tarde, asistí a una representación de Die Walküre con la excelsa Eva-Maria Westbroek, cantante que Mariss adoraba tras aquella Lady Macbeth de Mtsenk de Shostakóvich con Martijn Kusej que forma ya parte, por derecho propio, de la historia reciente de la interpretación lírica y que ni él mismo pudo superar años más tarde cuando volvió a esta obra en Salzburgo, con otra producción escénica y otra soprano protagonista.
Tuve mi primera entrevista para incorporarme a la Ópera Nacional de Holanda el mismo día en que tenía lugar el ensayo general de la nueva producción de Yevguéni Onieguin, con Mariss al frente de su orquesta del Concertgebouw y con dirección de escena de Stefan Herheim. Un teatro no puede ofrecer mejor carta de presentación para seducir a alguien a incorporarse a su equipo. Ya viviendo en la ciudad, sus conciertos en el mítico Het Concertgebouw Ámsterdam fueron no solo una cita obligada en mi agenda sino también una auténtica fiesta musical. Sólo por ellos ya mereció la pena vivir siete años en “Waterland”. Pero hablar del gran director que fue Mariss Jansons, no tiene mérito, lo sabemos desde hace muchos años y hoy merecidamente lo han recordado todos los medios.
Pero es que Mariss (sí, siempre fue Mariss, nunca Maestro o cualquier otro tratamiento formal) era además una persona adorable, entrañable. Fueron muchas las reuniones que tuvimos para preparar su siguiente proyecto en Ámsterdam, Dama de picas de Chaikovski – compositor que adoraba y del que alguna vez pensó en hacer Mazeppa o incluso La doncella de Orléans-, también con Herheim. Todos esos encuentros eran momentos maravillosos de conversación (porque Mariss era un gran conversador), llenos de anécdotas, en los que te acribillaba a preguntas. Porque Mariss era una máquina de hacer preguntas. Quería saberlo todo. Qué estábamos haciendo en aquel momento en el teatro, qué cantante había escuchado recientemente que me había llamado la atención, con qué directores de escena pensaba que él podía tener una buena conexión artística, y tantas tantas otras. Adoraba la ópera (cuando decidió dejar la titularidad en Ámsterdam me comentó que así tendría más tiempo para hacer ópera) y adoraba “La Bohème“. Si, por casualidad, su inseparable Irina no estaba presente en la reunión, siempre llegaba el momento en el que te confesaba -como el niño pillo que consigue escaparse del control materno- que su gran ilusión era volver a dirigir esta ópera de Puccini de la que precisamente Irina lo mantenía totalmente apartado después que en 1996 sufriera un infarto dirigiéndola.
Y Mariss era una persona tremendamente sencilla y modesta. El pasado mes de marzo fui a uno de sus conciertos con la Bayerischer Rundfunk y lo primero que me preguntó al verme en la puerta de su camerino fue “¿Qué estás haciendo en Múnich?” sin poder imaginar/concebir que él era el único motivo de mi viaje a la ciudad bávara. Y enseguida surgió la máquina de hacer preguntas, intentando asegurarse esta vez de que mi decisión de dejar Ámsterdam y asumir la dirección artística del Palau de les Arts Reina Sofía era acertada. “¿Pero estás seguro de que es bueno para ti?” “¿Tienes presupuesto?” “No mucho”, le decía yo. “¿Y cómo vas a hacer cosas importantes si no tienes dinero?” La conversación finalizó pidiéndome disculpas -¡¡¡sí, Mariss Jansons pidiéndome disculpas!!!- porque había decidido hacer Borís Godunov en Salzburgo el próximo verano y no en Ámsterdam. Un proyecto que él -cuando estábamos ensayando Dama de picas– me había pedido hacer en Ámsterdam (“¿Crees que la orquesta querrá hacer otra ópera conmigo?”) y que había pospuesto en varias ocasiones. “Mariss, no te preocupes, no tienes que disculparte de nada. Además yo ya me fui de Ámsterdam”, A lo que responde “Sí, tengo que disculparme, te había prometido que lo haría allí”. Ese era Mariss.
Mariss ya no está más con nosotros pero nos queda Mariss Jansons, el gran maestro, “el mejor de todos nosotros” como decía Simon Rattle, sus grabaciones y el recuerdo imborrable de tantas noches de MÚSICA, con mayúsculas.
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