OBITUARIO / HILDEGARD BEHRENS
OBITUARIO / HILDEGARD BEHRENS
Eximia soprano wagneriana
¡Hildegard Behrens ha muerto! La noticia del repentino fallecimiento de la gran soprano alemana corría ayer como la pólvora entre los melómanos. No sólo por lo inesperado del desenlace, sino también por producirse cuando la considerada por muchos como la última gran Brunilda de la historia se encontraba aún llena de energía vital.
Una aneurisma de aorta ha sido la causa de la muerte de la Behrens, quien estaba a punto de actuar en el Festival Internacional de Música de Kusatsu, cerca de Tokio. El domingo pasado, tras aterrizar en la capital nipona, se sintió indispuesta; fue inmediatamente hospitalizada. Nada ha podido hacerse por ella. Sus restos serán incinerados en Tokio y sus cenizas, esparcidas en el marco del festival en el que debía de participar. Habrá también un concierto homenaje al que asistirán sus dos hijos.
Behrens era una de las más grandes sopranos dramáticas de la segunda mitad del siglo XX, una fascinante personalidad del panorama operístico contemporáneo. Sus actuaciones y grabaciones con los mejores directores de orquesta (Karajan, Solti, Bernstein, Sawallisch, Maazel, Levine) constituyen momentos álgidos de la reciente historia de la música. Además de incomparable Brunilda, era una apasionada straussiana. Dio vida a roles complejos como Salomé, Elektra, Ariadna o la Emperatriz de La mujer sin sombra.
De profunda formación musical (además de canto estudió violín y piano) y humanística (cursó Derecho en la Universidad de Friburgo), su fuerte personalidad se vertía con intensidad en la escena y en la vida privada. De convicción budista -siempre tenía en sus camerinos estampas e incienso-, su presencia escénica era tan arrolladora como su voz.
Frente a otras divas del repertorio alemán, su apariencia no era corpulenta. El contraste entre su frágilidad y la fortaleza de su voz conferían especial relieve a sus interpretaciones.
Su imparable carrera internacional comenzó en 1975, cuando cantó Il Tabarro de Puccini en el Metropolitan de Nueva York. Pronto canta Fidelio bajo la dirección de Karl Böhm en la Ópera de Múnich. Karajan la descubre, se queda fascinado con ella y la invita al Festival de Salzburgo (1977).
Su discografía comprende referencias tan incontestables como su Isolda bajo la dirección de Leonard Bernstein, Elektra con Seiji Ozawa y la Brunilda del ciclo completo de El anillo del Nibelungo grabado en el Metropolitan por James Levine.
Persona inquieta, tampoco hizo ascos al repertorio italiano y checo ni a la música contemporánea. Famosas son su grabación de Tosca junto a Plácido Domingo y su Turandot de Puccini.
Incomparable en el repertorio wagneriano, marcó con perfiles propios personajes como Senta, Elsa, Sieglinde y, por supuesto, sus magistrales Isoldas y Brunildas. En Bayreuth, el Vaticano del canto wagneriano, fue aclamada durante años. En 1983 deslumbró a aquel público como Brunilda en el estreno de la producción del Ring que aquel año dirigió Georg Solti con escena de Peter Hall.
En España sus apariciones eran esperadas como acontecimientos espacialísimos. Debutó en 1986 en el Teatro de La Zarzuela como Salomé. Inolvidables son sus actuaciones en versión de concierto en La valquiria, en el Palau de la Música de Barcelona, y su interpretación, también en versión de concierto, de El ocaso de los dioses, en el Palau de la Música de Valencia, ambas en 1998.
Hildegard Behrens, soprano, nació el 9 de febrero de 1937 cerca de Oldenburg (Alemania) y falleció el 18 de agosto de 2009 en Tokio.
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