Obituario: Pedro Lavirgen, por Arturo Reverter y condolencias
Pedro Lavirgen, voz y carácter
No hace mucho que pudimos hablar por teléfono con Pedro Lavirgen. Se encontraba bien y animado. Hacía unos meses que se le había dedicado un entrañable acto en la Escuela de canto. El que suscribe habló de él en Radio Clásica a lo largo de dos extensos programas – recupérelos en este enlace y aquí -. Parecía imbatible. Pero la muerte no perdona y a tan provecta edad (92) está ya muy al acecho.
La suya fue una infancia, en su pueblo natal cordobés de Bujalance, muy musical. Desde su niñez manifestó su disposición musical, fomentada por el párroco de la localidad que organizó un coro y lo convirtió en solista. Terminado el bachillerato, obtuvo el título de maestro y marchó a Madrid. Allí compartió sus clases de magisterio con la actividad del Coro de Radio Nacional. Pronto conoció al antiguo tenor y más tarde maestro Miguel Barrosa, con el que trabajó duro para adquirir una técnica. Estuvo unido a él durante mucho tiempo.
El debut como tenor solista fue en Zaragoza, en el papel estelar de Marina de Arrieta. Y se entregó al repertorio lírico español, lo que le llevó a ingresar en la compañía de José Tamayo, con la que recorrió el ancho mundo. Doña Francisquita le da nuevas alas. Aida, nada menos, es el primer título operístico que aborda como protagonista. Fue en el Teatro Bellas Artes de México al lado, nada menos, que de Antonietta Stella. Carmen le abre las puertas del Liceo. Allí actuó durante diecinueve temporadas consecutivas, récord no igualado por cantante alguno. En Viena canta Pagliacci, en el Met Tosca y en La Scala Turandot, aunque aquí ya había debutado cantando Radamés. El Covent Garden lo recibe como Don José.
Su primer Otello sería en Mahón (1976). Poco después, en Caracas, sería secuestrado junto al director Michel Angelo Veltri. Todo terminaría en un susto. Siguió su carrera, entregándose a tope en escena. Colgó los hábitos definitivamente en 1993. Defendería una cátedra en el Conservatorio de Madrid en la que impartiría sus conocimientos sobre una materia que lo llevó a la cúspide y que tuvo que trabajar a conciencia.
La estaba trabajando evidentemente cuando pudimos verlo por primera voz en ópera: fue en el Teatro de la Zarzuela, el 12 de junio de 1965, en un Turiddu lleno de fuego y pasión. Cantó un Addio a la mamma de tintes sanguíneos vecinos a lo vociferante. En el 68 nos emocionó con un flamígero Cavaradossi, de línea no especialmente cuidada, al lado de una Stella y de un inmenso fraseggiatore como Giuseppe Taddei. No volvió hasta el 73 con un apasionado Don José junto a Rufa Baldani (que sería de nuevo Carmen en el 82, esta vez al lado de un tenor de menor tonelaje para el papel, como José Carreras). En el dúo del último acto nos puso los pelos de punta.
No perdió comba y regresó el año siguiente en una nueva escenificación de Pagliacci. Su Vesti la giubba fue de una intensidad lacerante, aunque tuviera algunas tiranteces en los La naturales. El 77 lo vio en la piel de Don Álvaro en La forza del destino de Verdi. Mantuvo un dúo a tumba abierta con Piero Cappuccilli, que diez años atrás había tenido como pareja al gran Carlo Bergonzi. El siguiente papel fue el relativamente importante de Macduff en el Macbeth verdiano. Quizá no fue lo mejor su interpretación de Ah, la paterna mano. Estuvo valiente y certero en su Gabrielle Adorno de Simon Boccanegra de la temporada siguiente. Pocos años después alcanzamos a escucharlo den un Pollione de escasa prestancia vocal, aunque todavía mantenía el tipo.
No fue de los tenores más asiduos a los estudios de grabación. Es inapreciable por ello un doble CD que recoge fragmentos de interpretaciones en vivo de su mejor época -1965-1977- de tomas en directo realizadas por su esposa en el curso de sus viajes por los mejores teatros del mundo. La voz está ahí poderosa, vibrante, musculada, fácil, con agudos de impresión verdaderamente restallantes. Mantuvimos con él una relación alternativa, que en los últimos tiempos se asentó. Cosa importante: en esos momentos entendió el porqué de algunas críticas pasadas. Todo un caballero.
La voz
La de un tenor opulento, amplio, robusto, de excelente encarnadura; un tenor spinto, di forza, musculado, de inusitada extensión, agudo fácil, ancho, restallante, bien apoyado y dirigido. El timbre no era de un metal brillantísimo, espejeante, pero poseía una vibración primordial, una virulenta plasmación sonora impulsado por un ataque fulminante –con ocasionales y breves portamentos di soto– en la zona superior, de una seguridad aplastante y demoledora, de una soberana penetración, favorecida por un apoyo natural y sólido, un empuje fuera de serie y un arrojo singular al tiempo que un curioso temblorcillo al decir. No era un exquisito, un preciosista, un estilista, cosas que no habrían casado con su peculiar manera de frasear de decir virilmente; y sanamente.
Se lo ha relacionado con Fleta, a quien admiraba sobremanera y algunos de cuyos pasos siguió, aunque evidentemente no poseía la facilidad para el filado o la media voz, bien que no dejara de lado a veces esos efectos reguladores. Su canto era por derecho, vigoroso, y las delicadezas no casaban siempre con su desarrollo y su emocionalidad; su temperamento extravertido, que no dejaba a veces sitio para finuras más propias de tenores de gracia o lírico-ligeros de menor rango. Se ha hablado también de sus similitudes con Corelli, cuyo cuerpo vocal podía asemejársele; pero el italiano, con un vibrato stretto, un cabrilleo más ostensible y una cierta facilidad para el apianamento y la elongación, de lo que en ocasiones abusaba, era un fraseador más variado y detallista; también un cantante menos percutivo y monumental; bien que igualmente facultado para la frase larga y campaneante. Podíamos pensar en un Del Monaco, de timbre más broncíneo y oscuro, de emisión en ciertos momentos más cupa, de resonancias también impresionantes. Y, en el lado español, podríamos evocar al también desaparecido hace unos meses Francisco Ortiz, de consistencia también muy importante, aunque de resonancias más cálidas y menor fuste dramático. Arturo Reverter
Condolencias:
EL TEATRO REAL LAMENTA PROFUNDAMENTE
EL FALLECIMIENTO DE PEDRO LAVIRGEN
El Teatro Real ha recibido con mucha tristeza la noticia del fallecimiento de Pedro Lavirgen (Bujalance, Córdoba, 1930), a los 92 años, este fin de semana.
Lavirgen no pudo interpretar en el Teatro Real a los grandes personajes que lo encumbraron porque el apogeo de su brillante carrera transcurrió durante el período en el que el coliseo de la Plaza de Oriente fue sala de conciertos y las óperas se representaban en el vecino Teatro de la Zarzuela. Pero en 2018 el Real le dedicó las funciones de Aida (con dirección musical de Nicola Luisotti y puesta en escena de Hugo de Ana), homenajeando a uno de los más grandes intérpretes de Radamés en nuestro país.
Entonces el tenor ocupó un lugar protagonista en la rueda de prensa de presentación de la ópera, recordando su larga carrera, llena de éxitos y anécdotas y en la que tuvo siempre el cariño del público y de sus compañeros.
La próxima actuación lírica en la Carroza del Teatro Real, el 12 de abril, a las 19.30 horas, en Córdoba -con la soprano Sonia Suárez, la mezzosoprano Alejandra Acuña, el barítono Willingerd Giménez y la pianista Cristina Sánz, estará dedicada a la memoria del gran tenor.
Adjuntamos el texto de Joan Matabosch publicado en el programa de mano de Aida y las fotos de la rueda de prensa del 28 de febrero de 2018.
050: Pedro Lavirgen (tenor dedicatario de las funciones de Aida)
177: Hugo de Ana (director de escena, escenógrafo y figurinista) / Pedro Lavirgen (tenor dedicatario de las funciones de Aida) / Nicola Luisotti (director musical)
Asociación Amigos de la Ópera de A Coruña
La Asociación de Amigos de la Ópera de A Coruña lamenta el fallecimiento de Pedro Lavirgen •
El tenor participó en A Coruña en la representación de Il Trovatore verdiano en el rol de Manrico A Coruña, 3 de marzo de 2023.- La presidenta de la Asociación de Amigos de la Ópera de A Coruña, Natalia Lamas, y toda la Junta Directiva, lamentan el fallecimiento del tenor Pedro Lavirgen, a los 93 años de edad.
El tenor, nacido en 1930 en Bujalance, estuvo vinculado al mundo musical desde su infancia y juventud con su ingreso en el Coro de Cámara de Radio Nacional de España. Estudió música en el Conservatorio y artes escénicas en la Real Escuela Superior de Arte Dramático, completando su formación con Miguel Barrosa. Lavirgen ha sido uno de los pocos tenores que cantó durante 16 temporadas seguidas en la Ópera de Viena.
Actuación en A Coruña A lo largo de su trayectoria cosecho éxitos en escenarios como la Scala de Milán o el Metropolitan de Nueva York. En 1971 visitó A Coruña donde, de la mano de la Asociación de Amigos de la Ópera, representó el rol verdiano de Manrico en “Il Trovatore”, junto a la soprano Ángeles Gulín, la mezzo Viorica Cortez y el barítono Silvano Carroli, todos ellos bajo la batuta de Loris Gavarini
Pedro Lavirgen recibió numerosos reconocimientos profesionales como los premios nacionales de Teatro en 1963 y en 1972, la medalla de oro del Círculo de Bellas Artes de Madrid en 1967, la medalla de oro del Círculo de la Ópera de México en 1965, la del Liceo barcelonés en 1969, el Verdi de Oro en 1973 y el Jussi Björling de Módena en 1977. Prácticamente retirado de los escenarios en 1993, desempeñó la cátedra de canto en el Real Conservatorio de Madrid.
Pedro Lavirgen, una persona excepcional, cómo cantate y persona. Tuve la ocasión de estar con él y su familia . Él me invitó a la ópera verle en Simon Bocanegra, para mí fue una maravillosa experiencia, que me ofreció, sino hubiera sido por él, nunca hubiera gustado tanto como en aquel día.Es una pena que no sea reconocido cómo se merece .