Oír campanas y no saber donde
Oír campanas y no saber donde
Obras de Charles Ives, Arvo Pärt, Samuel Barber y W. A. Mozart. Orquesta y Coro de la Comunidad de Madrid. Víctor Pablo Pérez, director Raquel Lojendio, soprano Marta Infante, mezzosoprano Juan Antonio Sanabria, tenor David Wilson-Johnson, bajo. Auditorio Nacional, Madrid, 11 de abril.
Aunque no precisamente festivo, al programa no le faltaba interés por lo variado y atractivo. Al tantas veces escuchado Requiem de Mozart se añadían dos piezas desconocidas para el gran público (una de Charles Ives y otra de Arvo Pärt) y el siempre apetecible Adagio para cuerdas de Samuel Barber. La primera composición, de Charles Ives, La pregunta sin respuesta, es breve y resulta sumamente curiosa. Una trompeta en la lejanía entona un canto o, más bien, la pregunta a la que tienen que responder las flautas. Pero la pregunta que se hacía la mayor parte del público en la sala era en qué lugar se encontraba el escondido trompetista. Por alguna razón se decidió mantenerlo a resguardo de cualquier mirada indiscreta. En la segunda obra, Cantus in memorian Benjamin Britten, de Arvo Pärt, tampoco muy alegre, una campana se erige en protagonista de fondo a una melodía sencilla. Tampoco aquí era fácil ubicar el lugar exacto de donde partían los acordes “campaniles”. En el Adagio para cuerdas cada cosa estuvo en su sitio y orquesta y director consiguieron la emotividad y comunicación requeridas por lo que, en este caso, la respuesta del público estuvo más encendida.
Ya en la segunda parte, el Requiem de Mozart había de deparar alguna sorpresa más de desubicación. Sorprendió el hecho de que los cantantes solistas se colocaran junto a la puerta de salida en el extremo lateral izquierdo del escenario, máxime cuando se podían apreciar las cuatro sillas vacias en el centro delante del coro. Esto daba lugar a que desde las localidades situadas en el lateral izquierdo no se pudiera ver a ninguno de los miembros del cuarteto. Intencionado o no, se volvió a crear el efecto de voces en la lejanía y no es tan dificil creer que algún espectador sentado en dicho lateral afirmara que en ciertos pasajes del Requiem había escuchado más la voz del director de orquesta que la de los solistas. Con todo, la interpretación no careció de fuerza y la sintonía entre coro, orquesta y resto de partícipes fue más que aceptable. Rafael García
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