ORCAM y Valdés: Elogio al color orquestal
Elogio al color orquestal
Obras de L. Balada, M. Ravel y M. Mussorgsky. Juan Pérez Floristán (piano). Orquesta y Coro de la Comunidad de Madrid. Director: Maximiano Valdés. Auditorio Nacional, Madrid. 28-III-2017.
El concierto arrancaba en su primera parte con una obra de estreno de Leonardo Balada encargada para la ORCAM por parte de la Comunidad de Madrid. Cantata sin palabras es una partitura diáfana con texturas muy elaboradas que recala en Ligeti para lo vocal y coquetea con Penderecki en su concepto orquestal, todo ello sin perder su voz propia. El coro se mueve en melodías con cuerpo que sólo utilizan algún sonido vocálico como contenido textual, en una especie de reivindicación de la música como lenguaje propio con independencia de la palabra. La obra funciona de manera sobresaliente en lo dramático, generando un paisaje sugerente y una seducción al oyente basada en la tímbrica de la orquesta. Una pena que su duración fuera tan corta y formara parte de esta política habitual de los programadores que consiste en ubicar las nuevas composiciones como oberturas inciertas a lo que una parte del público considera como concierto de verdad.
El pianista Juan Pérez Florístán se presentaba ante la ORCAM con una pieza comprometida, el Concierto para piano en Sol mayor de Ravel, estrenada en el primer tercio del siglo XX y por ello hija de una estética alejada del concierto para piano al uso. La juventud del músico sevillano parece ficticia en casi todo lo que tiene que ver con su discurso pianístico. Buena planificación de las dinámicas, gusto por el fraseo íntimo de Ravel y una transparencia muy conseguida que en algunas ocasiones derivó en cierta falta de peso. Su buena actuación se confirmó con la elección nada acomodaticia del bis: The Tides of Manaunaun de Henry Cowell.
La segunda parte tenía como único programa la versión orquestal de los Cuadros de una exposición de Mussorgsky, una de esas partituras que funcionan de maravilla en la sala de conciertos por cuanto tienen de expansivas y a la vez de narradoras de una realidad externa. Aquí el lucimiento fue de Max Valdés, que aprovechó ese prodigio de orquestación que pergeñó Ravel para subrayar todas aquellas líneas que merecen subrayarse. Más allá de un dubitativo Promenade inicial, la labor del director chileno consistió en no dejarse llevar por la instrumentación un tanto apoteósica que y mantenerse extrovertido sin excesos, con cuidado en el encaje de los metales y su efímera arquitectura sonora. La ORCAM se sintió cómoda en todo momento en su labor pictórica, con cuidadas entradas y empaste suficiente. La obra es antigua conocida del público y se recibió como a los viejos amigos: entre sonrisas y complicidad. Mario Muñoz Carrasco
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